Kenma y Kuroo hacen una tarta

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Kenma entró al apartamento a trompicones. Su "problema" seguía ahí, y eso que ya habían pasado alrededor de veinte minutos.

Kuroo se aproximó al frigorífico y sacó huevos, leche, un limón y varios ingredientes más. Después sacó del armario levadura y harina. Kenma, por su parte, se sentó en el sofá y se puso un cojín en el regazo. Siendo ambos hombres, a su compañero le resultaría obvio lo que le ocurría, pero Kenma no reparó en eso hasta que Kuroo se dio la vuelta y lo miró con los ojos muy abiertos.

—¿Estás...? —No quiso terminar la frase. Le daba mucho corte. A Kenma casi le da un infarto de miocardio al darse cuenta de que Kuroo lo había notado. Quiso salir corriendo, pero ya no había vuelta atrás.

—Desde hace un rato —admitió, completamente colorado.

Kuroo tragó saliva y se dio la vuelta para seguir con la tarea de hacer la tarta. Desde la comodidad de la ausencia de contacto visual, dijo:

—¿Por qué?

—¿Por qué qué?

—Que por qué te has empalmado.

—Y yo qué sé, Kuroo. —Su tonó fue inusualmente agudo y se notó que estaba a la defensiva. Quería que lo tragase la tierra.

Entonces un espeso silencio se extendió entre ambos, excepto por el sonido de la harina y el azúcar siendo vertidos en un bol por las habilidosas manos de Kuroo. Estaba igual de avergonzado que Kenma, pero le podía la intriga.

—No habrá sido por mí, ¿no?

—¿¡Qué pregunta es esa!? —chilló Kenma.

—Era broma, no seas bobo. —Pero no era broma, la pregunta iba totalmente en serio, y ambos lo sabían.

Volvió a reinar el silencio durante varios minutos. Cuando Kenma sintió que su erección había bajado, decidió acercarse a echarle una mano a Kuroo con la tarta. El mayor estaba rallando la piel del limón sobre la masa cuando Kenma volvió a hablar. Se llevaba mordiendo la lengua un buen rato, pero creía que era hora de admitirlo.

—Sí.

—¿Sí qué? —inquirió Tetsuro.

—Que sí ha sido por ti —finalizó Kenma, alejándose ágilmente para deslizarse por la puerta del baño y cerrarla tras él. Lo había admitido, era el primer paso, pero no pensaba salir de ese baño hasta que al menos la tarta estuviera preparada. Así se ahorraría hablar de tema por un rato. Necesitaba soltarlo, pero no estaba preparado para hablar de ello. Al menos, todavía no.

En la cocina, Kuroo siguió rallando el limón en silencio. No hizo amago alguno de querer seguirlo hasta el baño. Estaba demasiado confuso y acalorado para acercarse. Temía que sus impulsos lo llevarán a cometer una estupidez de la que se arrepentiría por la mañana. Y sin embargo, ¿por qué aun temiéndolo sentía que alguien le susurraba al oído órdenes con una voz melosa a la que apenas podía resistirse?

Estaba tan inmerso en sus pensamientos que no se dio cuenta de que la piel del limón había dado paso ya a la carne, y que a su vez, el rallador se encontraba peligrosamente cerca de sus propios dedos. Se pasó el rallador con la misma furia y necesidad con la que había rallado el limón, y se llevó parte de la piel de sus dedos. Fue un trozo pequeño, pero suficiente para hacerlo dar un respingo y maldecir en voz baja.

Vio una única gota de sangre brotar de su dedo corazón y pensó en lo irónico que resultaba. Le sangraba el corazón.

Rebuscó una tirita entre los armarios de la cocina, por si daba la casualidad de que a alguno de los dos se le había ocurrido guardar algunas ahí, a mano, en el lugar con más objetos punzantes de todo el apartamento. Pero no. Claro que no había tiritas en la cocina. Las tiritas siempre las guardaban en el baño. El mismo baño en el que Kuroo no quería entrar, y del que Kenma no pensaba salir.

Kuroo bufó, dándose cuenta de lo ridículo de la situación. Eran dos hombres adultos que compartían piso y se conocían desde el instituto. No era raro que algo así surgiera entre ellos, y por supuesto, no es que él tuviera nada en contra de ello.

Pero se trataba Kenma. Era su mejor amigo. No podían hacer que las cosas cambiaran de un momento a otro, así como así. Todo podría terminar en desastre. Su relación por el retrete. Y Kuroo no podía permitirse perder a nadie más, mucho menos a él, por una estúpida erección. Bueno, técnicamente dos. Pero ese no era el tema.

Iba a entrar en ese baño y a ponerse una tirita. Ya estaba bien de tonterías adolescentes.

─Kenma, necesito una tirita. ─El interpelado dio un respingo. Estaba reclinado contra el borde de la bañera, descalzo y con las rodillas contra el pecho.

─¿Te has cortado?

La respuesta era obvia, Kenma lo sabía, pero no se le ocurría nada más para evitar que entrara, o hacer que tardara más en hacerlo. No había echado el pestillo.

─Sí ─contestó Kuroo. Kenma se puso de pie despacio.

─¿Mucho? —dijo.

─Suficiente para necesitar una tirita.

─¿Sangras?

─Un poco, sí. Venga, abre.

—¿No hay tiritas en la cocina?

—¿Tú qué crees?

Kenma se sintió estúpido por preguntar. Obviamente no había tiritas allí. Todas se guardaban en el baño.

—Te paso una por debajo de la puerta.

Kuroo suspiró.

—No seas tonto. Déjame entrar. Es un momento.

Entonces Kenma abrió la puerta despacio, muy despacio, y corrió a sentarse sobre la tapa del retrete. Subió un pie y escondió el rostro detrás de su rodilla.

Kuroo entró casi de puntillas, intentando evitar causar una situación más incómoda de lo que ya era, y lo vio ahí, agazapado como un animal acorralado. Le dio pena y ternura al mismo tiempo. Se puso en cuclillas frente al armario de debajo del lavabo y rebuscó entre los cajones hasta dar con una caja de tiritas, pero sus ojos viajaron involuntariamente hasta Kenma y sus miradas se encontraron de repente. Ambos apartaron la mirada, y Kuroo después volvió a mirarle. Se sintió un idiota por no abordar la situación como era debido. Parecían dos adolescentes sin ningún tipo de madurez emocional.

—¿Podemos hablar de ello? —le preguntó entonces a Kenma. Él levantó la cabeza tímidamente. Se le llenaron los ojos de lágrimas.

—No debería haber dicho nada. Ha sido una estupidez, lo siento mucho. —Le temblaba la voz. Kuroo sintió una punzada de compasión—. No quiero que te sientas incómodo. No hace falta que digas nada, simplemente dejamos el tema y hacemos como que nunca...

—No estoy incómodo —le respondió, interrumpiéndolo.

—¿No? —musitó.

—Para nada.

—Entonces...

—No te preocupes por nada. Podemos hablar de esto mañana si quieres, que es muy tarde, pero no te agobies —le aseguró, y agregó para quitarle hierro al asunto—. Y desayunaremos tarta.

Para Kenma lo de la tarta ya se había convertido en un eufemismo, así que no pudo evitar ruborizarse, pero asintió, conforme.

Esa noche Kenma durmió tranquilo, pero Kuroo se quedó despierto hasta muy tarde, intentando descifrar sus sentimientos.

HAIKYUU - KuuroKen Timeskip RoomatesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora