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Tal vez parezco un mono con problemas motores.

Tal vez parezco una araña con derrame cerebral.

Pero voy bajando las escaleras desde el techo del edificio, pensando: «y lo mejor de este horrible plan es que nadie puede detenerme».

La brisa de la tarde me mueve el cabello. Cada escalón lo piso con cuidado, porque cualquier movimiento brusco podría hacer que se desmorone.

Es preocupante que en serio pienso que es la idea más increíble que he tenido, solo porque me va a sacar de una situación que considero como riesgosa.

Sí, porque mi brújula de riesgos está descontrolada y muy alterada. Por esa razón, quedarme en el apartamento de Nikko me parece más horrible que caerme del techo de un edificio.

Olive diría: «por esto es que necesitas terapia».

Por supuesto, es aquí donde me caigo.

Justo cuando estoy pisando uno de los escalones a la mitad del edificio, mi peso es demasiado, el tubo colapsa y se sale de su lugar por lo oxidado.

No estaba destinado a terminar bien, ni siquiera hay que mentir.

Entonces, me doy la matada de mi vida.

Bueno, no me muero. Es una forma de decir que lo que pasa es más grave de lo que temo.

Lo que se escucha mientras voy cayendo como una ridícula versión de Alicia en el País de las Maravillas por el agujero, es mi grito: «¡ay no, mierdaaa!», luego mi cuerpo pasando por los densos arbustos como si fuera un trapo tirado por alguien, y luego un golpe en seco.

Y pierdo la consciencia.

Así de sencillo. No sé qué demonios pasa ni cuánto tiempo transcurre entre cada situación, pero primero todo alterna entre oscuridad y unas voces lejanas.

Después más oscuridad, algo que me mueve, oscuridad, el sonido lejano de un cristal rompiéndose, más oscuridad, algo que se arrastra, y luego una oscuridad muy larga.

Hasta que, finalmente, empiezo a abrir los ojos y el mundo, los colores y los sonidos vuelven a mi comprensión con lentitud.

Hay como... ¿un revuelo

Lo que veo sobre mí son varias cabezas que mueven las bocas. Cabellos. No los conozco. También el cielo. Está todo borroso. Alguien me toma el brazo o la mano. Dicen algo. Me pregunto qué es, pero caigo en cuenta de que me duelen mucho el cuello y la espalda, de que mi cuerpo se siente pesado, de estoy desorientada y lo más importante: que tal vez necesito un doctor.

Un momento, comienzo a tener cierta visión de las ventanas del edificio. Alguien está asomado por una de ellas...

—¡¿Es Saskia?! —grita la voz de ese chico Jakod. Sí, me parece que puede ser él quién está asomado mirando el revuelo—. ¡¿Nikko, Saskia se lanzó por la ventana, wtf?!

Quiero decir que no me lancé por la ventana, pero lo que sale de mi boca son balbuceos mientras parpadeo con pesadez.

—¡¿Saskia?! —creo que oigo a Nikko gritar con confusión por la ventana—. ¡¿Pero qué hiciste?!

Otra voz que sí conozco porque es la del supervisor del edificio del que intentamos ocultar a la bebé, dice con reclamo:

—¡Rompió la placa! ¡Esta niña rompió la placa!

¿Niña? ¿Yo? ¿El qué? ¿Qué?

Las caras empiezan a tener detalles. Puedo ver mejor a las personas que se han reunido a mi alrededor.

El caos que somosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora