Capítulo 2 : Mi peor error

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KHAI OLIVETTI


Corro junto a mi perro Pit Bull Terrier por el patio trasero de mi casa. Corremos sin parar.  Solo se escuchan sus animados ladridos y aullidos, mezclados con el sonido de nuestros pasos sobre el relleno de grava de río.

Me detengo y siento en el suelo al tiempo que él da vueltas a mi alrededor, insatisfecho por la duración del ejercicio; no importa si duremos horas o días nunca está conforme.

Mis pensamientos giran en torno a esa mañana en la que mi imprudencia se interpuso en mi buen juicio y acepté una apuesta sin pensar en las consecuencias. Ahora soy consciente del daño potencial que pude haber causado a madre e hija.

«Jamás cometeré un error como ese».

Me siento bajo un frondoso árbol de guayabas y busco un energizante en mi bolso deportivo. Mi fiel compañero da saltos y giros impacientes, expresando su deseo de seguir jugando entre ladridos entrecortados.

—¡Es suficiente, amiguito! ¡Descansa! —Me agacho para acariciar su pelaje corto y espeso—. Mañana será otro día.


[...]

UN DIA ATRÁS


A medida que el campamento llega a su fin, nos preparamos para regresar en nuestros autos, mientras algunos chicos parten en autobús y otros en motocicletas. El frío es más intenso de lo habitual en esta ciudad, así que me abrigo y me coloco la capucha antes de subir al auto. La niebla persiste en el cielo y, justo antes de arrancar el coche, mi amigo, un pelirrojo pecoso, golpea suavemente el cristal de la puerta. Bajo la ventanilla para saber qué desea.

—Esta carretera parece perfecta para una carrera de velocidad, está desierta. Estaba organizando una con los chicos, ¿te gustaría unirte?

Mis ojos, por inercia, vagan la solitaria calle de arriba abajo, captando cada detalle que se pierde en la distancia. El silencio reina en el ambiente, solo interrumpido por el suave murmullo del viento que acaricia las hojas de los árboles y el eco distante de pasos que se desvanecen en la lejanía.

—¿Tienes miedo, Olivetti? —me desafía.

—¿Miedo? —respondo entre risas, pues aquello es la peor tontería que he escuchado en mi vida—. ¿Por qué tendría?

Su simple pregunta alimenta mi ego y despierta a mi lado competitivo, me encanta ganar. ¿A quién no?

—¿Qué dices entonces? 

«Papá me mataría, pero él no tiene porqué enterarse».

Tras cortos segundos de reflexión, le miro en silencio y le respondo con una sonrisa desafiante:

—Está bien, Lucas. Acepto la carrera, pero espero que no chilles cuando te gane.

Él me devuelve una sonrisa burlona.

—No creo que eso vaya a ocurrir, pero está bien —dice—. ¿Acordamos un lugar donde empezar y un límite para parar, por si acaso? —añade.

—La carretera de la loma como meta.

—¡Qué empiece el juego! 

Azares del destinoWhere stories live. Discover now