Capítulo V

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Fue Linda quien interrumpió la batalla de miradas, no aguantaba estar un solo segundo más frente al desconocido en el que se había convertido su esposo. Podía comprender que la dejara en la calle, que le quitara todo lo que habían construido juntos, pues en gran parte de eso dependía su negocio. Pero jamás podría perdonarle que le quisiera arrebatar al hijo que ni siquiera había nacido. Al ver como se iba, Duncan corrió detrás de ella, fue mero impulso, nunca había soportado verla llorar, mucho menos cuando sabía que él era responsable de sus lágrimas.  Necesitaba explicarle que no estaba de acuerdo con lo que Gabriel había propuesto, tratar de llegar a un acuerdo con ella.

En la sala solo quedaban Elena y Gabriel. Ninguno de los dos podía creer la forma en la que el resentimiento los había cegado, como por sus estúpidas discusiones habían lastimado a sus amigos. Reconocían que se habían dejado llevar, sin embargo, eso no quería decir de ninguna manera que se estaban rindiendo. Un buen abogado sabe cuándo hay que pelear y cuando hay que negociar, era hora de que hablaran.

-Necesitamos llegar a un acuerdo.- sentencio Elena, con el semblante más frio y distante que podía encontrar.

-Bien, pasare mañana temprano a tu oficina.

-Perfecto, te espero.- No era una charla amistosa, pero era la primera vez que no se insultaban o reprochaban algo al hablar.  

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Cuando Elena llego a casa, Linda ya estaba ahí. La encontró profundamente dormida, lo que la extrañó pues desde que inició el divorcio era normal verla despierta noches enteras, llorando por los rincones. A veces tenía ganas de golpear a su amiga para hacer que reaccionara, que se diera cuenta de que si su esposo no podía ponerla a ella primero, entonces no tenía caso que lo siguieran intentando, mucho menos que siguiera llorando por él. Sin embargo, sabía que Linda estaba profundamente enamorada, y que si había tomado la decisión de separarse de él era para protegerlo.

Le tuvo envidia, al menos Linda había sido capaz de tomar la decisión de alejarse y aunque le estaba costando, pudo procesar que lo estaba perdiendo. Elena no tuvo esa opción, un día perdió a su mejor amigo, su amor de juventud y después de eso no volvió a verlo. Su partida la destrozó de una manera en la que nadie podría imaginarse jamás, se sintió tan sola y abandonada que más de una vez se culpó a si misma por su partida.

Su madre en puebla no le contestaba las llamadas, él desapareció de todas las redes sociales y cambió su número. Pronto el departamento en el que vivía, donde compartieron miles de tardes de estudio, charlas de la vida, donde consoló su llanto desolado y fomentó todas sus borracheras, se puso en venta.  Con la resignación llego el odio, sentía que jamás podía perdonarlo por su abandono, por lo mucho que la había hecho sufrir. Después de que le sucediera la atrocidad en aquella oficina, lo único en lo que podía pensar mientras se desgarraba en llanto debajo del chorro de la regadera, era que si él hubiera estado a su lado todo habría sido diferente.

Pero el hubiera no existe, Gabriel no estuvo ahí, nada podía cambiar lo que pasó y ahora no permitiría que nadie más jugara con sus sentimientos.

Abrió la computadora, no podía descuidar todos los demás casos que estaba llevando. Sin duda alguna el de Linda era el más sencillo, pero el que más trabajo le estaba costando. Sentía en lo más profundo de sus alma como el odio la carcomía, aun así, su corazón era imposible de ser controlado. Siempre que venía a Gabriel, se sentía increíblemente atraída por él. Volvía a ser una universitaria, quien tenía miles de sueños y esperanzas. Se volvía a sentir como esa mujer enamoradiza, como si nada hubiera pasado y aun podía ser feliz. 

Eso era lo que más coraje le daba. Hacía mucho que le habían matado las ilusiones, ya no se sentía capaz de reaccionar o sentir. Entonces, llegaba él, la persona que más la había lastimado, y hacia que su corazón volviera a latir como un loco desbocado. Le había costado mucho entender que Gabriel no era merecedor de sus lágrimas y su dolor, ese hombre tampoco merecía sus ilusiones, sus alegrías ni el hueco que se le formaba en el estómago cada vez que lo veía.

Decreto Que Te OdioWhere stories live. Discover now