Capítulo XII

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Advertencia: Este capítulo habla sobre temas sensibles. Se le recomienda discreción al lector.

Los ojos de Elena se llenaron de lágrimas, la expresión comprimida intentando retenerlas lágrimas entre sus parpados.  Gabriel reconoció a la amiga que había dejado, aquella que también había sufrido y a la que la vida la obligó a cambiar. Ahora su gesto le recordaba a todas esas veces que luchaba por no llorar en frente de la gente, para no permitir que nadie la viera. 

Gabriel la rodeo con sus brazos, refugiándola en su pecho, para que dejara salir todo lo que llevaba dentro sin miedo a que nadie percibiera su llanto. Elena poso las manos sobre su pecho. No se esperaba esa confesión, jamás imaginó que Gabriel compartía sus sentimientos, se había resignado a enterrarlos en lo más profundo de su alma y jamás dejarlos salir de nuevo. Pero con cada palabra que salía de sus labios, una pequeña parte de aquello que guardaba con tanto recelo lograba salir, se acumulaba en sus ojos, como pequeñas gotas saladas. El abrazo de Gabriel la llenaba de eso que sentía que había perdido hacía mucho tiempo. Se permitió llorar, sentir, por primera vez en mucho tiempo pues al fin había perdido el miedo.

-Ya no llores, Elena, sabes que no puedo con ello.- susurro Gabriel mientras besaba delicadamente su cabeza. – Anda, se ha hecho tarde, te llevo a casa.- Se separó lentamente de su pecho, se limpió los sobrantes de as lagrimas escondidas en las orillas de los ojos. Se sentía más tranquila.

-No puedo ir a casa, no tengo ganas de ver a Linda.

-Cierto, se me había olvidado eso.- Recapacitó.- ¿Te llevo a un hotel?- Elena se sonrojo de inmediato, dejando entender lo mal que había sonado la proposición de Gabriel.  Cuando se dio cuenta de su error, ya era muy tarde para detener la vergüenza que lo recorría de pies a cabeza.
 
-Yo emm... quiero decir.- Los nervios no permitían que Elena formara una oración coherente.
-No quiero decir... Me refería a que te puedo ayudar a buscar un lugar donde pasar la noche y después regresar a la casa del idiota de mi hermano.- Trato de explicarse.

-Bien, en ese caso no tengo porque decir que no.

-Perfecto, conozco un lugar bonito y accesible. Solía quedarme ahí cuando me rehusaba a dormir bajo el mismo techo que mi hermano.- Sin más se encaminaron hacia el carro de Gabriel y se dirigieron hacia el hotel. El camino lo recorrieron en completo silencio, sin dejar que este los incomodara. Cada uno se perdía en sus pensamientos, repitiendo una y otra vez lo que vivieron minutos atrás, lo que significaba para ellos y su relación en un futuro.  En el hotel ya conocían a Gabriel, inclusive lo trataban como un amigo más.

-Amanda ¿Cómo estás? Necesito una habitación.

-Gabriel, siempre es un gusto recibirte, pero sin duda una sorpresa que vengas acompañado.- Dijo la recepcionista, una mujer mayor, sumamente amable.

-Ella es mi amiga, Elena, pasará aquí la noche.

-Será un placer, por suerte la habitación que siempre usabas se desocupó ayer por la noche.
-Perfecto, me gustaría tomarla.- Hicieron todo el papeleo necesario, Elena observándolos detrás del hombro de Gabriel.  La señorita los encamino hacía el cuarto donde pasaría las próximas horas. El hotel era un lugar rustico, se notaba que en la antigüedad pudo haber sido una casona, lo que le daba un toque de melancolía. Si pudiera compraría el lugar y pasaría ahí el resto de su vida.

Al llegar a la habitación se sorprendió al notar la enorme cama en el centro. No estaba completamente segura de su Gabriel dormiría ahí, pero en caso de que lo hiciera le aterraba la idea de que se acostara a su lado. Lo conocía, sabía que él jamás la tocaría sin su consentimiento, lo que atormentaba sus pensamientos era su propia capacidad de autocontrol.

Decreto Que Te OdioWhere stories live. Discover now