Cap. 13 - No me destruyas, amor.

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María apartó a Manjarrez de un golpe y este se hizo a un lado, se había quedado sin habla, su corazón se había parado por un segundo, su mente parecía un cortocircuito en todo su máximo esplendor. En definitiva, aquel funcionario había conseguido lo que quería, que la mujer más bonita que había conocido, lo odiase desde lo más recóndito de sus entrañas.

D: ¿Se habrá quedado a gusto, no? Me caía bien, pero desde ahora me parece una persona despreciable ¿Sabe que es lo peor? Que veo en sus ojos que está loco por ella, y no entiendo por qué hace esto, solo espero que el día que recapacite y se dé cuenta, no sea demasiado tarde.

El hombre tenía un caos absoluto en su mente, mientras su corazón estaba roto en pequeños fragmentos, su cabeza estaba intentando asimilar lo que María le había confesado de su mujer ¿Mi mujer toma drogas? ¿De qué conoce Maria a mi esposa? De momento no podía responderse a si mismo, pero iba a comenzar a investigar, confió ciegamente  en la palabra de María, sabía que ella jamás le mentiría con algo así.

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El día en la cárcel transcurrió con algunos inconvenientes.
María había tenido otro encontronazo con una de las presas que siempre la amenazaban, ella no era violenta, pero lo de Manjarrez la tenía desquiciada. Se fundieron a golpes, mientras el resto de reclusas gritaban animando aquella pelea como si fuera un ring de boxeo, hasta que Manjarrez que aún seguía haciéndole el seguimiento, las separó agarrando a María por detrás recibiendo varios golpes de ella intentando sostenerla.

M: ¡Suéltame!

Mj: ¡Señorita Fernández, YA!

María intentaba zafarse de los brazos que la sujetaban, cuando se dió cuenta de lo que estaba haciendo se calmó, le entró miedo, sabía que haberse pegado con esa reclusa le traería consecuencias, y no buenas precisamente.

Se liberó de aquellos brazos que una vez más la salvaban, y se giró mirando al funcionario a los ojos fijamente.

M: Déjeme en paz.

María intentó salir rápidamente pero Manjarrez la sujetó por el brazo mientras le hablaba bajito.

Mj: ¿Dónde cree que va? Se viene conmigo.

Comenzó a guiarla hasta una habitación, quería saber qué había sucedido y decirle la sanción que tendría por haberse peleado. Sentó a María en una silla y se colocó de pie, con los brazos cruzados justo enfrente de esta.

Mj: Dígame señorita Fernández ¿Qué ha pasado?

Maria evitaba mirarlo, le imponía su presencia y también le dolía sobremanera lo que había pasado esa misma mañana. No decía ni una palabra, no quería ni siquiera hablar con él. Quería desaparecer y que lo que había vivido con ese hombre fuera solo una pesadilla, pero desgraciadamente era la más pura realidad.

Mj: Voy a tener que trasladarla al módulo de las discapacitadas, cómo no habla... se ha quedado usted muda...

Seguía sin responder. Ella lo miró con desprecio ¿En serio se estaba haciendo el gracioso?

Mj: No se preocupe, tengo todo el día. Esto es justo lo que quería, quedarme con usted en una habitación como la del otro día ¿Se acuerda?

M: Me das asco.

Mj: Bueno vaya, parece que si habla, y hasta me tutea ¿Ya somos amigos?

María lo miró desafiante. Lo estaba comenzando a odiar, o eso quería intentar.

M: ¿Qué es lo que quieres?  No entiendo porqué me tratas así, no entiendo porqué te ríes de mí, estoy tratando de comprenderlo de verdad.
Dígame ¿Tengo cara de payasa o que?

En algún rincón de la memoria Where stories live. Discover now