Seis

622 73 11
                                    

—Yo asumo la responsabilidad —afirmó Sakura.
—Si está usted decidida, no voy a intentar convencerla de lo contrario. Supongo que querrá verlo, pero le advierto que no es precisamente agradable. Las próximas horas son cruciales. Y va a necesitarla a su lado, dándole coraje para superarlo. Valentía.

Sakura no estaba segura de tener el suficiente. Jamás se había puesto a
prueba, jamás había tenido que luchar por nada. Ni por nadie. Por supuesto, el médico creía que era la esposa de Naruto, lo cual significaba que debía estar enamorada de él.

Era una suerte que no lo estuviera. El médico la hizo pasar a la habitación en la que yacía Naruto. Nada más entrar, se quedó atónita al ver al capellán del hospital administrarle la extremaunción.

El equipo médico se ocupaba de su cuerpo mientras el párroco
rogaba por su alma. Las luces eran blancas, brillantes. La sala era verde, estéril.

—Estoy segura de que su marido nota su presencia —comentó amablemente una enfermera—. Está semiconsciente, pero si le habla, seguro que la oye.
—Naruto, soy yo, Sakura.

Naruto volvió la cabeza y parpadeó levemente. Tenía el rostro ceniciento, lo que hacía resaltar la brecha de la frente.
—Vas a ponerte bien —susurró ella, besándolo en los labios—. No te
rindas.

Él no respondió, así que Sakura lo tomó de la mano. Era áspera, callosa. Y cálida. A pesar de las graves heridas, el espíritu de Naruto era fuerte. Sakura trató de aferrarse a esa idea, trató de convencerse de que era cierto. Por lo que sabía de él, jamás se había rendido. ¿Pero se recuperaría de ese último golpe?

Aunque sobreviviera, el médico no tenía demasiadas esperanzas de salvarle la pierna.
Naruto se aferró a algo. ¿Una esperanza? No estaba seguro de lo que era. No recordaba los detalles del accidente.

Se acordaba de las aspas del helicóptero, pero de un modo borroso. El dolor era intenso. Perdía la conciencia por momentos, no estaba seguro de qué era
real y qué soñado. Temía perder la pierna. No podía andar, no podía correr.

Algunas voces penetraban la niebla espesa de su mente.
Naruto abrió los ojos. Le sorprendió ver su cama rodeada de rostros
borrosos. Alguien rezaba inclinado sobre él.

¿Cuántas veces tenía que arrepentirse? Lo cierto era que sólo era culpable de haber elegido mal a unas cuantas personas y de confiar en quien no debía. ¿Estaba amargado? Sí, pero los rezos aliviaban su alma y le hacían desear tener otra oportunidad de vivir la vida.

Porque si conseguía esa oportunidad, haría las cosas de un modo
diferente. Su abuela había tratado de enseñarle la diferencia entre el bien y el mal.

Había insistido en que se hiciera monaguillo. Eso, según ella, lo alejaría del mal camino. Y así había sido, sólo que después había tenido que enfrentarse al líder de su bloque por burlarse de él por llevar falda. Es decir, el traje de monaguillo.

Tras ganarse su respeto, el resto de los chavales lo habían dejado en paz. No importaba, Naruto no necesitaba amigos. No necesitaba a nadie. Y quien creyera lo contrario, se equivocaba.

Eso en cuanto al pasado. Porque futuro no tenía. Alguien lo agarró de la
mano. Era una mano femenina, firme. Palma contra palma. Naruto trató de aferrarse a ella y sintió su propio pulso. Su corazón brincó dentro del pecho.

La realidad comenzó a desvanecerse. La habitación y quienes había en ella desaparecieron lentamente. Más oraciones. Naruto no comprendía las palabras. 

Pero reconocía una voz. La de Sakura. Trataba de aferrarse a ella. No estaba seguro, pero creía que ella había estado allí desde el principio.

Estaba herido, posiblemente moribundo. ¿No
podía dejarlo en paz? De pronto, sorprendentemente, sintió los labios de ella contra los suyos. Eran tan suaves como había imaginado... en sus sueños.

Así que todo era un sueño. Le gustaba su presencia porque todo a su alrededor era frío, oscuro, vacío. Por dentro estaba ardiendo, un cuchillo le cortaba cada vez que respiraba.

—Por favor, Naruto, no te rindas. Todo saldrá bien.
La voz lo sacó de la niebla. Las palabras susurradas de Sakura
penetraron su nube de dolor, haciéndolo casi soportable. Quería creerla.

Naruto se aferró a su mano suave y femenina. Quería agarrarla para
siempre, no soltarla jamás. El tiempo había perdido su sentido.

Horas más tarde, mientras el resto del mundo estaba a punto de celebrar la llegada del Año Nuevo, Sakura se sentó a solas con Naruto en la unidad de cuidados intensivos en donde él se recuperaba de la operación.

Los médicos habían tratado todas sus heridas excepto la de la pierna, y Naruto respiraba mejor. Sakura aún estaba tratando de sobreponerse al shock. Había mentido. Y más de una vez.

Sorprendentemente, nadie había dudado de sus palabras. Y estaba a solas... con Naruto. Jamás había estado tan asustada en su vida.
Debía llamar a casa. Sin duda su primo esperaba noticias.

Pero no tenía ganas de enfrentarse a sus preguntas. Aún no. Ya llegaría el día en que
tuviera que hacer frente a las consecuencias de sus actos. Sakura se preguntaba qué recordaría Naruto... si es que recordaba algo.

Había insistido en que retrasaran la operación de la pierna hasta el día siguiente, esgrimiendo su autoridad como esposa de Naruto. Para entonces habría llegado el mejor especialista en cirugía ortopédica de otra ciudad. Naruto aún no estaba fuera de peligro.

Sakura deseaba desesperadamente que se recuperara. Eso era lo único real e importante de toda aquella farsa.
El Año Nuevo estaba a punto de entrar. Una enfermera entró en la
habitación con pastas y champán. En realidad era zumo de manzana
espumoso.

—Comprendo tu situación, pero tienes que comer algo. Necesitarás todas tus fuerzas.
—Gracias —contestó Sakura, obedeciendo.

Ni siquiera recordaba cuándo había comido por última vez. La rutina diaria le parecía irreal. Resultaba extraño pensar cómo la vida podía cambiar de pronto en un segundo.

La enfermera ajustó la cánula de Naruto e inyectó otra nueva medicación.
—Si te sirve de consuelo, toda la plantilla está pendiente de ustedes.

—Gracias, son muy amables.
—¿Llevan mucho tiempo casados?
—No, no mucho —respondió Sakura, ruborizándose.
—Debes estar muy enamorada de él.

Sakura deseó gritar que no, pero fue incapaz.
—¿Cómo lo sabes?
—Se nota —sonrió la enfermera— Si vas a pasar aquí la noche, el
sillón es muy cómodo. Hay almohadas y mantas en el armario. ¡Ah!, lo
olvidaba —añadió antes de marcharse—te ha llamado tu primo.

—¿Y qué le has dicho?
—Que las constantes vitales de Naruto son estables.
—Ah...
Sakura no sabía cómo explicarle su comportamiento a su familia. Tenía tres hermanos además de sus padres. Lee lo entendería como su primo. No era precisamente una persona prudente. Aunque incluso él lo consideraría una locura.

Sencillamente, no había justificación alguna para su apresurada decisión
de embarcar en el helicóptero fingiendo ser la mujer de Naruto. Tras marcharse la enfermera, Sakura dio un sorbo de champán y se preguntó si se había vuelto
loca. Las doce. Se oyeron voces en el pasillo.

Era extraño comenzar el Año Nuevo en ese lugar. Con Naruto Uzumaki.
Sakura contempló su rostro. No tenía rasgos delicados, las duras experiencias de la vida le habían dejado huella. Sólo tenía veinticuatro años, pero había
vivido una juventud dura.

Y el accidente le había dejado cicatrices nuevas, como la de la frente.
Además de las cicatrices internas, que estaban ahí aunque nadie las viera.
Seguramente Naruto tenía una buena colección de ellas.

Aunque, por supuesto,
jamás las compartiría con ella. En realidad no eran más que dos extraños. Sakura se preguntó por qué esa idea le resultaba dolorosa.

Sin duda Naruto se pondría furioso cuando se enterara de que se había hecho pasar por su mujer. Pero era sólo algo temporal. De lo más profundo de su ser, surgió de pronto una emoción que la impulsó a besarlo. No hubo
respuesta.

En los cuentos de hadas bastaba un beso para convertir a una rana en un príncipe. Sakura sonrió y pensó que eso no iba a ocurrir. Sin embargo apretó los labios contra los de él una segunda vez y
susurró:
—Feliz Año Nuevo, Naruto.

Finjiendo ~NaruSaku ~Donde viven las historias. Descúbrelo ahora