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—Le hubieras hecho caso a papá y mamá—. Anya se regañó a si misma y caminó de mala gana en dirección a su apartamento.

Ser universitaria, trabajar por las tardes para pagar la renta, alimentarse, tener más tarea que vida y buscar un segundo de su día para limpiar “su cueva" o dormir la estaba matando lentamente.
Se mudó a Arcadia sola y ahora entendía lo que era ser independiente, no pensó que la vida de adulta fuera tan difícil.
Llegó al edificio y saludó al señor de la limpieza con una sonrisa falsa. Llevaba dos bolsas con la compra del mes en ella, los cabellos despeinados y las ojeras demostraban que necesitaba urgentemente un descanso.

—Maldita semana de exámenes—. Se quejó, menos mal había acabado y ahora tendría un poco de tiempo para ser feliz.

Subió por el ascensor, caminó hasta su puerta y dejó las bolsas en el piso para buscar sus llaves.
505, el número de su apartamento. Pegó la frente en la puerta sin dejar de mirar su llavero, a veces sentía que no tenía una razón para estar sola en aquel lugar, quizás debería volver a casa y estudiar en aquella universidad que sus padres le comentaron.
Abrió y dejó las bolsas, estaba a punto de cerrar cuando un chiflido llamó su atención. Rodó los ojos y salió nuevamente al pasillo a matar a aquel hombre con la mirada.

—Te estoy esperando, linda—. El animal que vivía un piso arriba y no había dejado de acosarla desde que se mudó estaba de pie junto al ascensor, con los brazos cruzados y una sonrisa burlona.

—¿Por qué no vas a darte un baño? Apestas a fracaso—. Y procedió a hacerle un gesto con la mano que definitivamente lo ofendió.

Se dió la vuelta dispuesto a entrar nuevamente al ascensor.
Anya quedó más que asombrada, las puertas se abrieron y de ellas salió el hombre más bello que había visto en su vida, la imagen de sus sueños.
No sabía si se había quedado con la boca abierta pero juró que aquel chico de mechones azules y ojos brillantes caminaba en cámara lenta mientras le sonreía.
Entró a su habitación, cerró la puerta y se apoyó en esta sintiendo como su corazón latía como nunca.

•  •  •

No sé consideraba una persona intensa y mucho menos enamoradiza, de hecho jamás había tenido una pareja y nunca se había fijado en alguien, él llegó a cambiarlo todo.
Parecía que daba brincos de felicidad en lugar de caminar por las tranquilas calle de la ciudad.
No sabía porqué, pero desde que lo vió se había sentido extrañamente más motivada; había terminado todas sus obligaciones, limpiado su departamento e incluso comenzó a dormir y comer como debía de hacerlo.
Ojalá se hubiera quedado para mirar dos segundos más, quizás sabría a qué puerta estaba dirigiéndose.

—No Claire, no sé si vive en mi mismo edificio o solo iba a ver a alguien—. Le habló a su teléfono y le dió un sorbo a su café.

Estaba sorprendida de haber conseguido tiempo para salir a explotar la ciudad en donde había vivido por meses y de la cual aún no conocía nada.

—No creo volver a verlo, simplemente se me pasará—. Volvió a insistirle a su amiga.

Mentira. Tenía la esperanza de poder admirar esos lindos ojos de nuevo, escuchar su voz la cual hasta el momento era desconocida, saber su nombre.
Se la pasaba sacando la cabeza por la puerta al menos cada media hora para poder toparselo por casualidad, lo malo es que todo era en vano porque él jamás volvió.
Colgó la llamada después de despedirse de Claire y saludó como de costumbre al señor de la limpieza antes de subir por al ascensor.
Caminaba lentamente hacía su puerta con la esperanza de verlo y dedicarle una sonrisa, lamentablemente encontró lo contrario de lo que quería ver.

Fuzzbuckets!Where stories live. Discover now