Prólogo

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—Gracias, señor Wallen —dijo Betty, mientras sonreía de oreja a oreja—. Sin su ayuda, mi hija y yo no podríamos aguantar este invierno tan frío.

El Sol irradiaba su luz sin nube que lo moleste, pero no era suficiente para calentar uno de los inviernos más fríos del último siglo.

Aun cuando todos los habitantes eran albinos, él era distinto, su piel y su cabello eran blancos, pero sus ojos eran negros. La luz no podía escapar de ellos. Era una oscuridad absoluta, como si del vacío intergaláctico se tratara.

—Estamos para ayudar —replicó Wallen. Le devolvió la sonrisa mientras sacudía la nieve de la hija de Betty. A pesar de ser un noble con la vida resuelta, él nunca había sido indiferente a la injusticia y sufrimiento ajeno—. Después de todo, ustedes son la base de nuestra sociedad, debemos ayudarnos entre todos si queremos avanzar.

—Mi señor, no creo que deba hacer ese tipo de declaraciones en público —Interrumpió una criada con cara de preocupación—. Sabes que tus familiares no aprueban que ayudes al pueblo.

Wallen era poseedor del apellido Drillrick, la tercera familia más poderosa del reino Altys. Aunque estaba agradecido con el destino por su posición privilegiada, siempre demostraba su disconformidad por cómo la realeza manejaba el reino y que la nobleza era sumamente egoísta.

Cuando la criada terminó de advertir a su joven señor, en la lejanía apareció un carruaje con el escudo de su familia. Se acercaba a una gran velocidad.

El ambiente cambió, el mercado se volvió un lugar sombrío en el que nadie hablaba.

Temerosos de la persona que venía, la gente que se encontraba en ese lugar apresuradamente retornó a sus espacios de trabajo. Mantuvieron sus cabezas agachadas en señal de reverencia.

De aquel carruaje bajó el tío de Wallen. Era un hombre alto, fornido y autoritario, al que solo le importaba la apariencia. Su presencia infundía el terror. Con una palabra de su boca podía mandar a cualquiera a la horca.

Wallen nunca se caracterizó por ser un hombre fuerte, pero disponía de un gran pensamiento racional, a sus veintidós años ya era una de las personas más inteligentes del reino.

—¡Que haces aquí con la plebe! —gritó furioso Yugo, mientras sus escoltas bajaban para llevarse a Wallen—. ¿Por qué tengo que ser yo el que venga a buscarte? ¡A esta hora yo debería estar en mi sala, esperando el banquete de mis cocineros! —añadió.

Los que estaban allí presentes no podían levantar sus miradas. El grito de Yugo causó un silencio absoluto, era tal que se podía escuchar claramente como las gotitas congeladas que caían del tejado se hundían en la nieve.

—Tío, ellos también son seres humanos como tú y como yo —rompió el silencio Wallen e hizo una seña a sus criadas para que se apartaran—. ¿Por qué los maltratan? —Se giró, con una mirada de compasión y apuntó al pueblo—. ¡Ellos también merecen vivir dignamente, no solo sobrevivir el día a día!

Apenas acabó su sermón, los dos guardias lo sujetaron de los hombros y lo llevaron hacia el carruaje.

La gente comenzó a murmurar. Wallen se percató de las murmuraciones, aprovechó el momento de distracción y llamó con gestos a sus criadas.

—Ustedes digan que vinieron obligadas por mí —susurró de tal manera que su tío no pudiese escucharlo—. No sea que se metan en problemas por causa mía.

Yugo se percató que su sobrino hablaba con sus criadas. Él no era ningún tonto, si bien no lo alcanzaba en intelecto, a sus cincuenta años ya cargaba con vasta experiencia a sus espaldas.

Soul BladeWhere stories live. Discover now