Capítulo 1

380 42 23
                                    


Si algo no me esperaba en mi primer día como asistente de Andrew Evans, es encontrar a mi jefe en plena acción con la fulana que tenía sentada sobre el amplio escritorio. No sé cuál de los tres ha puesto mayor cara de sorpresa, pero soy la única que se ruboriza ante la imprevista situación. La morena me dedica una sonrisita de disculpa; en cambio, mi jefe me mira como si quisiera asesinarme por haberlo interrumpido. 

Salgo del despacho con el aire contenido, sin haberme disculpado siquiera. Apoyo la espalda en la pared nada más cerrar la puerta y aprieto los párpados, arrugando contra mi pecho los legajos que llevaba para que Andrew los revisara al regresar de almorzar.

—De almorzar —repito en voz baja—. ¡Sí, claro! Menudo almuerzo se estaba dando...

Me siento en mi sitio; apoyo los codos sobre la mesa y oculto la cara entre las manos. Además de sentirme como si hubiese sido a mí a la que pescaron in fraganti, tengo al gusanito de los celos comiéndome la cabeza. Siempre he sido consciente de que ese hombre nunca verá a la mujer en mí; pero de ahí a verlo besando y toqueteando a otra...

La puerta a mis espaldas se abre; de inmediato, finjo estar trabajando en la pestaña que tengo abierta en el ordenador, como si nada hubiera sucedido minutos atrás. La morena escultural pasa por mi costado y va directo hacia el elevador. La miro con disimulo por sobre la pantalla y, de nuevo, una ráfaga de envidia me azota en mis adentros. No voy a cometer la estupidez de compararme con ella; tampoco a preguntarme qué tiene que no tenga yo. A la vista está que me saca ventaja por dónde la mire.

—Wells —me llama la voz nada contenta de mi jefe. No me atrevo a mirarlo; recojo los benditos legajos y me levanto de la silla, esperanzada en que haya regresado a su escritorio para cuando me gire.

No tengo suerte con eso: sigue allí, con una mano en el pomo y en clara pose de esperar que me digne a entrar en su despacho. Maldigo en mi mente y enderezo mi postura, para pasar a su lado sin que se note que estoy asustada hasta la mierda; la vocecita en mi cabeza susurra que van a despedirme y mis nervios se crispan un poco más.

Andrew se aparta en cuanto me ve dirigirme hacia él y me da la espalda, lo que me brinda una majestuosa vista de su torso, cubierto solo por la camisa. Lo veo andar hasta su sillón y tomar el saco; se lo pone sin prestarme atención, mientras avanzo hasta el centro de la estancia con las piernas a punto de convertírseme en gelatina a medio cuajar.

Me aproximo cuando ocupa su sillón y dejo los legajos sobre el escritorio; él se entretiene acomodando su corbata. Cada segundo que me ignora es una pequeña agonía; quiero prepararme para oírlo decir que vaya por el cheque de mi liquidación, pero no hago otra cosa que apreciar su belleza.

El cabello castaño apenas ondeado está algo revuelto y cae sobre su frente, dando sombra a los ojos azules, que parecen más interesados en cualquier cosa que no sea yo. Sus mejillas se hunden ligeramente cuando hace un mohín y, al final, posa la mirada en las carpetas que acabo de ponerle delante. Una sonrisa traviesa estira apenas las comisuras de su boca y siento que una enorme piedra se asienta en mi estómago. ¡No puede ser tan perfecto!

—Desconozco cómo es en otras empresas —dice sin apartar la mirada de los papeles frente a él—; pero en esta, acostumbramos dar unos golpecitos en la puerta antes de entrar al despacho de otra persona.

—Yo... Lo siento. Pensé que se había ido a almorzar —alego, sin poder ocultar el temblor en mi voz. No agrega más; los nervios me tienen al borde de un colapso mental—. Le aseguro que no volverá a repetirse.

Por primera vez, en los eternos minutos que llevo aquí, dirige los ojos hacia mí y me observa con un detenimiento que me enamora y me angustia al mismo tiempo. ¿Qué tanto más va a demorar en notificarme que estoy despedida por inoportuna?

—Eso espero —precisa y esboza una sonrisita que se me hace burlona. Mi mente se pregunta cómo puede ser tan encantador y tan hijo de su madre a la vez.

—¿Necesita algo más? —pregunto, esta vez un poquito menos temerosa.

—De momento, no. Si se me ofrece alguna cosa se lo haré saber. —contesta y asiento en señal de entendimiento, para después regresar a mi puesto.

Antes de salir del despacho, tengo la sensación de que me sigue mirando. No me vuelvo a comprobarlo; necesito recuperarme del sacudón que me provocó la corta interacción de recién.

«Eres una idiota, Eva Wells —me reclama la vocecita de mi consciencia—. De todos los malditos hombres que hay en el mundo, ¿tenías que enamorarte de un patán mujeriego y egocéntrico? Lo tuyo es para que lo estudien, cariño».

Sé que la condenada voz tiene razón, que Andrew no es el tipo de hombre que corresponde sin más a un sentimiento sincero como el que guardo hacia él; no obstante, soy incapaz de deshacerme de esa especie de fascinación con que mis estúpidas ilusiones lo mantienen atado a mis pensamientos. No; aunque solo sea una dulce utopía, no me veo capaz de dejar de soñar que algún día...

—¿Mi hijo está en su despacho? —pregunta el señor Alphonse, distrayéndome de mis cavilaciones; sin esperar respuesta, se dirige a la puerta e ingresa.

—Habría estado interesante si venía un rato antes —murmuro, pensando en lo que habría sucedido si era él quien sorprendía a mi jefe con su amiga. Involuntariamente, sonrío.

—Apunte en mi agenda una reunión con el presidente de Benedetto —ordena el más joven de los Evans cuando ambos salen del despacho, tras unos veinte minutos de charla—. También, reserve pasajes y hotel en Roma para la misma fecha.

Me aboco a la tarea que acaba de encomendarme, sin prestar atención a lo que los hombres hablan. El padre se va y el hijo espera a que le confirme qué días tiene disponible para esa reunión.

—Supongo que su pasaporte está al día —dice y me giro a verlo. Desde la silla, la estampa del hombre de pie a mi lado me parece más imponente—. Voy a necesitar a alguien que redacte los contratos —apunta.

La idea de viajar con él me ilusiona, al punto que demoro varios segundos en contestarle que mis papeles están en regla. Andrew asiente y regresa a trabajar, mientras me quedo soñando despierta como una tonta adolescente.

«¡Cuidado! No le des alas a tu fantasía», me advierte mi vocecita interior. 

El infierno de EvaWhere stories live. Discover now