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Cuando por la mañana temprano el famoso novelista Jeon Jungkook regresó a Seúl después de una refrescante salida de tres días a la Isla Jeju, decidió comprar el periódico.Al pasar la vista por encima de la fecha, recordó que era su cumpleaños número treinta y cinco,esa constatación no le agradaba ni le desagradaba. Echó un vistazo a las crujientes páginas del periódico y se fue a su casa en un coche de alquiler.

Al llegar a casa el mayordomo le informó de dos visitas y de algunas llamadas recibidas durante su ausencia, y le entregó el correo acumulado en una bandeja.Él lo examinó con indolencia y abrió un par de sobres cuyos remitentes le interesaron; vio una carta con caligrafía desconocida y apariencia demasiado voluminosa que en un principio dejó de lado.

Entretanto le sirvieron el té. Se reclinó cómodamente en la butaca, hojeó el periódico y algunos folletos.Después encendió un cigarro y cogió la carta a la que no había prestado atención.Era un pliego de unos veinticinco folios escritos precipitadamente con letra cursiva, desconocida y nerviosa; más que una carta parecía un manuscrito.

Palpó de nuevo el sobre, instintivamente, por si encontraba alguna nota aclaratoria. Estaba vacío.En él no había más que aquellas hojas; ni la dirección del remitente ni tan siquiera una firma.Qué extraño, pensó, y cogió nuevamente la carta.

«A ti, que nunca me has conocido»

Decía como encabezamiento, como si fuera un título.Perplejo, se planteó: ¿Iba esto dirigido a él o a una persona imaginaria? De pronto se despertó su curiosidad, y empezó a leer:

Mi hijo murió ayer. Durante tres días y tres noches he tenido que luchar con la muerte que rondaba a esa pequeña y frágil vida. Permanecí sentado al lado de su cama cuarenta horas, mientras la fiebre agitaba su pobre cuerpo ardiente.Sostuve paños fríos sobre su hirviente sien, día y noche, sujeté sus intranquilas manos. La tercera noche me derrumbé. Mis ojos ya no podían más, se me cerraban sin darme cuenta. Estuve durmiendo tres o cuatro horas en el duro asiento y, entretanto, se lo llevó la muerte.

Ahora, pobrecito, está aquí tendido, mi querido niño, en su estrecha cuna, igual que en el momento de morir; sólo le han cerrado los ojos, sus ojos oscuros e inteligentes; le han cruzado los brazos encima de la camisa blanca, y queman cuatro cirios en los cuatro extremos de su cama.No me atrevo a mirar, no me atrevo a moverme porque, cuando oscilan, los cirios deslizan sigilosamente sombras sobre su rostro y su boca cerrada, y es como si sus facciones cobraran vida y yo pudiera pensar que no está muerto, que volverá a despertarse y con su voz clara me dirá alguna chiquillada.

Pero sé que está muerto y no quiero volver a mirarlo para no volver a tener esperanzas, no quiero engañarme otra vez.Lo sé, lo sé, mi hijo murió ayer. Ahora sólo te tengo a ti en el mundo, sólo a ti, que no sabes nada de mí, que juegas o coqueteas con personas y cosas, sin sospechar nada. Sólo a ti, que nunca me has conocido pero al que siempre he querido.

He cogido el quinto cirio y lo he puesto aquí, en la mesa desde donde te escribo. Porque no puedo estar a solas con mi hijo muerto sin que se me desgarre el alma. ¿A quién podría hablarle, en esta terrible hora, sino a ti, que fuiste y eres todo para mí?

Quizá no pueda hablarte de una forma muy clara, quizá no me entiendas. Tengo la cabeza embotada, se me contraen las sienes y siento martillazos, las extremidades me duelen tanto ... Creo que tengo fiebre, quizás incluso tenga ese virus que ahora va de puerta en puerta. Eso estaría bien porque me iría con mi hijo y no tendría que hacerme ningún daño.

A veces se me oscurece la vista, y quizá no pueda acabar de escribir esta carta, pero quiero reunir todas mis fuerzas para, por una vez, sólo esta vez, hablarte a ti, amor mío,que nunca me conociste.Sólo quiero hablar contigo, decírtelo todo por primera vez. Tendrías que conocer toda mi vida, que siempre fue la tuya aunque nunca lo supiste. Pero sólo tú conocerás mi secreto, cuando esté muerto y ya no tengas que darme una respuesta; cuando esto que ahora me sacude con escalofríos sea de verdad el final.

En el caso de que siguiera viviendo, rompería esta carta y continuaría en silencio, igual que siempre. Si sostienes esta carta en tus manos, sabrás que un muerto te está explicando aquí su vida, una vida que fue siempre la tuya desde la primera hasta la última hora.

No te inquietes por mis palabras; un muerto ya no quiere nada, no quiere ni amor ni compasión ni consuelo. Sólo quiero una cosa de ti, que creas todo lo que te confiesa mi dolor, un dolor que sólo busca amparo en ti. Lo único que te pido es eso, que creas todo lo que te cuento: uno no miente en la hora de la muerte de su único hijo.Quiero descubrirte toda mi vida, la verdadera,la que empezó el día en que te conocí.

El pelinegro leía atento la carta de el/la desconocido/a, sin duda la carta que menos interés le llamó había capturado toda su atención, y no tardaría más en descubrir que relación guardaba el desconocido con el.

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