capítulo 2

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Sídney, Australia, Trece años después

—Buenas tardes señor Anderson soy Kristiene Down, tele asesora de servicio al cliente de Walsh International en que podemos servirle —dijo la hermosa y pausada voz de Kristiene, o Kriss, como la conocen sus amigos; en realidad, como la conocerían sus amigos si los tuviera si no estuviese cautiva de ese lugar y ese trabajo. Pero la realidad era que como muchas personas estaba presa de su trabajo, de su hipoteca, de las deudas y el consumismo. Aunque ella no era una presa cualquiera. Eso lo comprendió desde muy joven. Jugaba bajo sus reglas desde la muy temprana edad que para otras era la época en la que miraban chicos lindos preguntándose cuál de ellos sería su amor...su príncipe azul. Para ella era correr para sobrevivir, vivía su vida entre su presente y aquella niña que una vez atravesó el bosque en busca de salvación. Ya ni siquiera sabía si había sido salvada. Porque su alma había muerto y ahora solo quedaba un fantasma. Aquel fantasma con ojos vacíos que sus padres lograron sacar inconsciente de su casa, para que un mes después de aquella tragedia, juntos tomaran el avión que los llevó a Australia. Aquella que se suponía que sobreviviría al miedo de ese funesto día; y que sin duda sobrevivió al miedo. Pero no a la verdad encerrada en las palabras de su agresor: Las mujeres son víctimas, salen a las calles y las pueden secuestrar, vender, violar o matar, sí. Pero también pueden encontrar otros depredadores... aquellos que enamoran y se casan, aquellos golpeadores que degradan a sus esposas, los infieles, los que utilizan, los que atormentan y manipulan a las mujeres porque son sus presas y ellos los depredadores. A esa verdad no había sobrevivido, porque para su propia vergüenza no era tan fuerte. Lo único que estuvo en sus manos decidir era la presa que sería. Y cuál sería su cautiverio.

Y así escuchó, de manera lejana...distante, como a través del auricular del teléfono el cliente le explicaba sus problemas, y ella le respondía con el profesionalismo que le daba la práctica. Cuando terminó con los problemas de aquel cliente, continúo con el siguiente cliente, y luego con el siguiente, y el siguiente... Y así sucesivamente, por eso era la mejor en lo que hacía porque no paraba, no necesitaba descanso, no necesitaba compañía. El trabajar le ayudaba a olvidar que había muerto, y también a olvidar que estaba viva, le ayudaba a olvidar su vergüenza. Aquella vergüenza que sentía al comprender que no era la hija valiente que sus padres creían que era; porque la verdad es que aún después de años le perseguía el dolor en los ojos de su madre cuando la vio rota en ese hospital, indefensa y sin sueños. El dolor de no haber podido protegerla a pesar de sus esfuerzos.

Aún la perseguía la mirada de su padre cuando llegó a buscarlas desde Sídney y la vio indefensa, vulnerable; aun recordaba haber escuchado como le decían a su padre lo afortunada que había sido, sus heridas estaban mejores y no había sufrido violación...que estúpida le pareció esa apreciación ¿que no la habían violado? Claro que no su cuerpo. Pero si su alma, su derecho a vivir, su derecho ser algo más que una presa...

—¿Qué acaso todas las mujeres no somos violadas cuando nos demuestran lo frágiles que somos, lo desvalidas que somos ante la voluntad de un hombre? —se preguntó la joven por millonésima vez en su vida, pero no se respondió porque ya sabía la respuesta a su retórica, y se limitó a tomar un descanso. En su trabajo podía hacerlo, era empleada independiente de una gran multinacional, no porque fuese un alma libre y moderna a la que le abrumase los deberes de una oficina. Más bien porque estaba presa de esas paredes desde que su padre las había llevado, a su madre y a ella, a Australia hace trece años. Tan presa de ese departamento en una zona residencial de Sídney, Australia como del miedo que le daba enfrentarse al mundo que le rodeaba, o los depredadores que ahora sabía que inundaban el mundo. Tan presa ahora como el primer día en que piso ese departamento, o como cuando descubrió que no podía poner un pie fuera; tanto como cuando vio que no existía terapeuta que lograra evitar que entrara en pánico cada vez que veía a un extraño, porque después de todo esos terapeutas también eran extraños y nunca lograron atravesar la bruma que la envolvía cuando estaba cerca de otros. Tan prisionera como dos años después del ataque... el día en que descubrió que ni siquiera podía salir al entierro de sus padres, cuando murieron en un accidente automovilístico. Tan prisionera entonces como ahora. Ya ni siquiera intentaba salir del departamento. Por suerte con dos años después de vivir en aquel lugar sus vecinos ya conocían de su problema y colaboraron, sus compras las hacían por teléfono, y pagaba para que los chicos del edificio votaran la basura, que ella ponía en su puerta y alejaba con un palo.

La Presa del cazador.Where stories live. Discover now