Lección uno

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Nunca me he sentido tan emocionada como lo estoy ahora, es como si bellas mariposas, de matices diferentes, revolotearan por todo mi estómago provocando, inevitablemente, cosquillas dentro de todo mi ser. Mis mejillas rosadas deben de estar tentando a alguien de apretujarlas; me imagino que se deben de ver muy redonditas por la sonrisa que traen mis comisuras. El viento de Londres golpea mi rostro de manera dulce, moviendo a su ritmo mis finos rizos.

No sabía que sus calles contaban con tanto movimiento y ajetreo, o incluso, con tanta variedad de ruidos diferentes. Los murmullos de las personas apenas pasaban por alto, era como si todos aquí hablaran en susurros, como si trataran de mostrar la mínima expresión posible. Las mujeres trataban de esconderse detrás de sus abanicos coloridos y de elegancia exquisita, mientras se reían como ratoncitos. Lo único que se alcanzaba a oír a un volumen normal eran los trotes de los caballos, los cuales resonaban por todas las calles hechas de piedras opacas y lisas. Esas bellas criaturas presumían de virtud y realeza, hasta los reyes podrían estar celosos de su imagen impecable que tanto los caracteriza.

Aquellas damas, de diferentes clases sociales, vestían magníficos vestidos de estampados diferente, desde hermosos y amplios arabescos hasta pequeños puntos que rodean la parte baja de dicha vestimenta. Los hombres, que caminaban con la cabeza bien alta, traían trajes finos, sombreros de copa, y algunos utilizaban bastones de mango dorado y pulido, siendo igual de elegantes que los caballos.

Suelto un suspiro digno de una mujer enamorada mientras me apoyo en la puerta del carruaje. Estaba tan loca de amor, ¿y cómo no estarlo? Sólo había que mirar la ciudad y ya quedaba justificado mi sentimiento. De dónde vengo no hay nada parecido a esto, es como estar en un nuevo mundo, con tantas cosas que aprender y tocar. El mundo está para sentirlo, y yo lo haría con todos mis sentidos, e incluso intentaría crear nuevos para poder apreciar mejor la vista.

Dentro del carruaje se alcanza a oír un carraspeo de garganta, el cual llama mi atención inmediatamente. Volteo y la señorita Miriam me miraba por encima de sus lentes de oro con una expresión poco amigable e ingrata.

Ella era mi tía, una mujer de pómulos marcados cual mendigo desamparado, y de caderas anchas que conformaba una complicación para ella al momento de pasar por las puertas angostas. Ella era una costurera muy importante y privilegiada de nuestro pueblo, era reconocida por el arte que solía utilizar en sus vestidos. Su técnica era aclamada por todos, ya que era de las pocas costureras que pintaban a mano los detalles, directamente en la tela. Aunque, he de admitir, que no es de las mujeres más bondadosas y humildes del mundo. Debido a que mis padres se habían ido al extranjero por un año para celebrar su aniversario me dejaron a su cargo para que cuidara de mí.

—Querida, ¿acaso no ves que hace frío allá afuera como para que se encuentre la cortina a todo dar? —decía a medida que se acomodaba sus guantes, los cuales le llegaban casi al codo —. Asimismo, también podrían vernos las personas, y recuerda que debemos mantener una imagen neutral.

—Pero señorita Miriam, mire —me excusaba —. Estamos en otras tierras. Es como... como... —. Alargo levemente mis palabras, tratando de encontrar la palabra que reflejara lo que intentaba decir —. ¡Ya lo tengo! ¡Es entrar a un nuevo país! Repleto de nuevas culturas yyy arte, mucho, mucho arte —. Mi sonrisa se agrandaba sin que yo pudiera controlarlo.

—Ay Eliza, ya deberías dejar de ver las cosas como una niña de 7 años —. Cierra la cortina de su lado —. Eres una damita, y deberás aprender a comportarte como tal —. Su rostro siempre iba a juego con la tonada que utilizaba. En este momento era diplomática, con su mirada puesta en su regazo —. Ahora, cierra esa cortina.

—Pero tía, si yo la cerrara el viento no podría acariciar mi cabello —rogaba, pero sabía que mis súplicas serían en vano.

—Querrás decir despeinar —corrigió de manera rígida y recta —. Tan solo mira cómo está tu moño, es impresentable. Haz caso Eliza, no eres una bebé como para estar protestando.

Mi pequeña doncella, serás una gran damaWhere stories live. Discover now