Lección tres

1 0 0
                                    

Las palabras imponentes y reacias de aquel hombre se mantenían pegadas a mi corteza cerebral, sin dar indicios de querer escapar por mis ventanas de marcos de cera y cerraduras en forma de martillos y yunques; se sentían como si hubieran tenido tanto filo que se clavaron, a la primera, en la diana que vendría a ser el tronco de mi ser. Jamás hubiera esperado tales respuestas de un hombre bien colocado socialmente, con un traje fino de detalles indescriptibles, y de lenguaje tan disciplinado y ejercitado, —no cabía duda qué había recibido una educación privilegiada, y posiblemente envidiable—.

El señor se había alejado de la sala, pero no sin antes despedirse fingiendo cortesía, con la sonrisa tradicional que dice "nos veremos pronto, pero tampoco es una idea que me emocione". Siento mi cabeza tintinear, como si alguien estuviese moviendo un pequeño cascabel. Sin ver podía adivinar que era mi pequeña consciencia, que estaba tocando el timbre para que me reuniera con ella, pero no podía, tenía que estar en el plano de la realidad. Una realidad que cambiaría en el momento en el que mi sencillo vestido cayera al suelo o sobre una silla tallada a mano.

Centro mi mirada al espejo, a la imagen que me regresaba. Mostraba un cuerpo moldeado que ya no me pertenecía, era un cuerpo desconocido. Poseía una figura que nunca antes había visto. Mis manos recorren mí ya pequeña cintura, constatándose de que no estaba viviendo una ilusión. Siento bajo mis yemas la textura del corset crema que no tenía ni un solo rasgo de personalidad. La sensación no era la mejor. Las tripas querían abrirse con naturalidad, descomprimirse, al igual que mi estómago; mis respiraciones se tornaban más pausadas; y la piel de mis manos perdían algo de color, podía encontrar mis nudillos más colorados que el resto.

—Deja de mirarte como si no te reconocieras —. Levanto la vista y vuelvo a mirarme en el espejo, pero esta vez me enfocaba en la mujer que se hallaba detrás de mí —. Estás siendo algo melodramática.

—No he dicho ni una sola palabra —respondo con un tono apagado —. Además, ¿por qué tengo que hacer esto? ¿Es muy necesario que vista esta... cárcel de pliegos y pulcritud? —. Doy media vuelta, enfrentándome a mi tía —. No es que quiera rebelarme contra la monótona vida de una mujer de sociedad, pero... creo que estoy en mi derecho de-

—¿Te parece que no has dicho nada? —Inquiere Miriam con una ceja alzada y una helada mirada. Retrocedo un poco con cobardía, pero ella no deja que se expanda la lejanía entre nosotras, por lo que me corta la distancia —. ¿Acaso debo recordarte tu penosa y deplorable escena con el señor Edevane? —. Desvío mi mirada —. Tu primer paso en el largo camino que será tu educación resultó ser como pisar una rama frágil para cruzar un acantilado —. La crudeza de sus palabras era mortal —. Si quieres llamarlo cárcel, hazlo, pero no me das ni un poco de lástima. Todas las mujeres transitamos por lo mismo, así que tarde o temprano te acostumbrarás.

Mis manos se encuentran entre ellas y se entrelazan con determinación, tratando de encontrar consuelo entre yemas y piel. Bajo la cabeza y recibo las palabras de reto por parte de mi tía.

Vuelvo a girar sobre mi eje y me miro nuevamente. Me veía en aquel vidrio reflejante como un ave enjaulada, con uno de esos cascos que lo prohíben de la visión. Mis manos ardían. Suben hacia mi pecho y rodean la parte de mi tórax, para colocarse justo detrás de mí espalda, en donde las cintas se unían en un moño, rogando ser desatado; quería despojarme del corset con toda la furia que contiene una fiera apresada, como si mi vida dependiera de ello, pero en mis muñecas había cadenas invisibles, tales como la razón o la lógica, que me ataban, además qué una mirada juzgadora estaba a la espera de mi próxima acción, lo que hacía que me pensara las cosas con mayor cautela.

Dejo mis manos quietas en señal de resignación. Estaba perdiendo contra un corset, y no podía hacer absolutamente nada para defenderme.

Al cabo de unos minutos la señora Clayton volvió con una expresión renovada; parecía como si hubiera recibido una sobrecarga de energía, proveniente de un rayo caído del cielo. La mujer nos mira con algunas pausas y vuelve a acercarse para sentarse en aquel sillón de poca comodidad, sacando nuevamente el tema del cuestionario, al parecer el asunto de mis medidas y demás había quedado pospuesto, ya que no se podía seguir llevando a cabo allí, debido al señor Cortesía, ¿pero por qué? Mi padre me ha visto en enaguas y es algo completamente normal, incluso me ha ayudado a elegir que ponerme. ¿Por qué sexualizan un poco de piel? ¿Acaso se espantarán si muestro un poco de mi cuello y de mis tobillos? Me imagino que, tales actos, serán vistos como un acto depravado, digno de una mujer que no le interesa su rol en la sociedad.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Dec 03, 2022 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Mi pequeña doncella, serás una gran damaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora