Capítulo 40. Piensas de más

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Jasper

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Jasper

Era el último día de escuela de la semana. Cinco días desde que Freya y Levi volvieron, cinco días desde que hablé o más bien trataron de hablar conmigo. Me los topé en los pasillos a lo largo de la semana, y aunque al inicio los evitaba o me encogía ante sus miradas, terminé por acostumbrarme y simplemente ignorarlos. ¿Me dolía? Sí, pero no lo demostraría. Debía olvidarlos a ambos y no lo lograría de la noche a la mañana, pero yo sabía que al final, tras forzarme a ignorar su existencia, acabaría por enterrar la memoria de ellos en lo más profundo de mi inconsciente.

«¿Realmente quieres olvidarlos?» Me cuestionaba a mí mismo, pero nunca respondía, hacerlo sería darle más vueltas al asunto.

Cerré los ojos con fuerza y exhalé, azotando la puerta de mi casillero. Ya casi todos se habían ido, pero yo me quedé un rato más para sacarme una espina que llevaba molestándome días. Si planeaba enderezar mi vida, debía comenzar por lo más relativamente "sencillo".

Caminé hacia el salón de historia, mirando al interior para cerciorarme de que solo estuviese mi profesora, Alyssa. Un último alumno terminó de guardar sus cosas, se despidió de la profesora y se marchó. Esperé un minuto y me armé de valor para tocar la puerta.

—Ya sé que eres tú, Jasper —contestó, repasando un bonche de hojas—. Entra ya.

Suspiré y giré la perilla. El salón estaba solitario, solo nosotros dos como aquella vez en que nos besamos en la universidad. Un grave y enorme error que me atormentaba cada día.

Cerré la puerta a mis espaldas y me acerqué a su escritorio con pasos lentos, aferrándome a uno de los tirantes de mi mochila. Ya sentía el sudor acumulándose en mis palmas.

La profesora por fin levantó el rostro y me miró a los ojos a través de sus gafas, expectante.

—¿Se te ofrece algo? —preguntó, cortante.

Apreté la mandíbula.

—No le diré al director lo que pasó —comencé, rompiendo mi nerviosismo.

Alyssa se quitó las gafas y las dejó sobre su escritorio, soltando un suspiro.

—De acuerdo, gracias por avisarme, así podré seguir caminando con libertad por aquí —respondió y se puso de pie—. ¿Eso es todo lo que querías decirme?

—No me malentienda, no lo hice porque me agrade —añadí.

—No esperaba menos.

—Lo hice porque no me parece del todo justo que pierda su empleo y prestigio —continué—. Usted me lo ofreció y yo acepté, jamás me forzó a nada. Es tanto mi culpa como la suya, aunque no le quita que su propuesta haya sido... indebida. —Desvíe mi mirada de la suya—. No necesito la recomendación, ni el empleo, ni nada. Solo quiero que esto quede en el pasado. Encontraré la manera de cambiar de clase o-

—Jasper —me interrumpió y, cuando me volví hacia ella, noté el arrepentimiento en su rostro, una vergüenza que se veía extraña en ella—. Lo aprecio, en verdad, pero renuncié esta mañana. Hoy fue mi último día aquí.

Ensanché los ojos.

—¿Qué? ¿Por qué?

Colocó una mano en su cintura, cansada.

—Porque a mí, a diferencia de ti, no me parece correcto ni justo que no pague por lo que hice —explicó—. Voy a responsabilizarme de mis errores y renunciaré a este trabajo y el de la universidad. Aunque claro, tampoco pienso perder todo mi prestigio por una tontería, así que renuncié antes de que se enteren de alguna manera. —Esbozó una leve sonrisa, asemejándose más a la mujer segura y confiada que conocía—, cosa poco probable considerando que me aseguré de que nadie pudiese hacerlo. No soy tan descuidada.

Fruncí el ceño.

—¿Entonces qué hará a partir de ahora?

Se encogió de hombros y se recargó de espaldas contra su escritorio.

—Eso ya lo veremos.

Nos quedamos en silencio, yo aferrado a la correa de mi mochila y ella con la mirada puesta en ningún punto en específico. A la larga, esto era lo correcto, que ella se marchara y no volviéramos a vernos, pero aún así tenía una duda, una simple duda que quería resolver antes de no volver a verla jamás.

—¿Por qué? —cuestioné—. ¿Por qué lo hizo?

Alyssa volvió a mirarme a los ojos y, por primera vez, pude notar algo más allá del arrepentimiento o esa fachada de seguridad que siempre portaba. Se veía vulnerable, herida, como si estuviera agotada de cargar una pesada carga sobre sus hombros.

Exhaló, pasando una mano por su rostro con letargo.

—Aquel día, y no busco justificarme de ninguna manera, al igual que tú, tuve un pésimo día —relató—. Mi prometido, el tipo que amaba, con el que yo creía que podría comenzar a construir un futuro estable, me confesó que me engañó. Más allá de enfadarme por el engaño, me rompió con la justificación de sus engaños. Le pregunté por qué lo hizo y me respondió que lo hizo porque yo era "demasiado" para él y prefería estar con una mujer más "adecuada". Me sentí terrible, ¿qué mierda significaba eso? ¿Acaso yo no era suficiente o lo intimidaba por ser más exitosa qué él? No lo comprendí, me sentía enfadada, ofendida, todo al mismo tiempo y ya no quería sentirme así. Quería sentir que era suficiente para alguien, más que suficiente —explicó—. Así que esa tarde, me acordé de ti. Te mandé un mensaje para que vinieras bajo la excusa de que quería hablar contigo, cuando en realidad yo era quien quería desahogarse. Cuando vi que estabas tan mal como yo, me aproveché. Fue una idiotez, yo fui una idiota. Lo he sido durante meses, ignorando la señales de que el imbécil de mi ex siempre fue así, haciéndome creer que todo estaba bien cuando no era así. Siempre fui una idiota, pero esa tarde crucé mi límite, y lo lamento por ello. Lamento mucho haberte arrastrado conmigo, Jasper.

No sabía qué responder. No tenía una opinión per se, en su lugar, solo podía pensar que, cualquier persona, hasta la que se veía más entera, en realidad estaba atravesando su propio infierno en vida. Me reconfortaba de una manera egoísta saber que no era el único cuya vida personal y relaciones eran una mierda.

—Lo lamento —dije a manera de empatizar con su situación.

Alyssa soltó un bufido.

—¿Por qué? —inquirió y se apartó de su lugar contra el escritorio—. No era tu prometido.

—Aún así yo-

—No hay razón para revivir el tema —acotó—. Mejor dime qué hay de ti y tus amigos, ex amigos, novios, o lo que sea que sean.

Deslicé mi pie por el suelo, volviendo a sentir ese dejo de enojo de antes.

—Siguen casados.

Alyssa silbó.

—Vaya, ahora yo lo lamento.

La miré de regreso, esbozando una leve sonrisa.

—¿Por qué? —inquirí—. No son sus amigos.

La profesora se carcajeó y me dio una palmada en el hombro antes de regresar a su escritorio.

—Eres un buen chico, Jasper —añadió—. No dejes que nada ni nadie cambie eso.

Después de eso me despedí de Alyssa, deseándole suerte en lo que sea que fuera su siguiente paso, y salí del salón. Le mandé un mensaje a mi hermana diciéndole que ya había terminado y quince minutos después llegó a recogerme.

Mientras salía del edificio de la escuela, me sentí más ligero al quitarme un peso de encima, sonará cursi, pero sentía que nuevamente podía respirar con facilidad. Un peso menos, ahora solo quedaban dos.

Mi hermana se estacionó frente a la entrada y me subí al asiento del pasajero.

—¿Algún día volverás a prestármelo? —pregunté, dejando la mochila a mis pies.

—No hasta que me demuestres que no tendrás otra crisis emocional que te llevará a faltar a la escuela y embriagarte —respondió, manejando fuera de la escuela—. Además te recuerdo que cuando te lo presté la última vez, lo descompusiste.

—Y lo arreglé, ¿no?

Le dio una palmada al volante.

—De hecho me vino de perlas. Ahora anda mejor que nunca.

Apoyé mi codo sobre el marco de la ventana.

—Agradécele a Levi. Él pago la restauración completa —musité.

Nos quedamos en silencio después de eso, con la música de la radio siendo lo único que llenaba aquel vacío. Mi hermana tarareaba una canción y yo solo pensaba en las cientos de tareas que tenía pendientes y la cantidad de temas que tenía que estudiar para los parciales de las siguientes semanas. Todo esto combinado con una fracción de Freya y Levi.

Mis pensamiento se convirtieron en algo más o menos así:

«Tareas, Freya, estudiar, exámenes, Levi, universidad, Freya y Levi».

Les tenía mala voluntad por hacerme sentir de esta manera, por desconcentrarme aunque esto era más bien mi culpa por no saber controlar mis pensamientos. La realidad es que, la única forma de sacarlos de mi mente, era arreglando la situación. Y aunque no lo admitiera por miedo a ceder primero una vez más, quería hacerlo, de verdad quería hablar con ellos, aclarar las dudas, aclarar mis propios sentimientos, definirlos, pero... ¿Cómo?

—¿Pensaste en lo que te dije el lunes? —preguntó mi hermana de la nada.

Pegué la frente al vidrio y negué con la cabeza.

—Por una vez, no quiero sobre pensar lo que ya creo saber.

Dakota suspiró y detuvo el coche frente a nuestra casa.

—Pues lo harás.

—¿Por qué?

—Míralo por ti mismo.

Me aparté del vidrio del coche y, al asomarme por el lado de mi hermana, vi que, sentada en el pórtico, estaba Freya, esperándome.

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Dos de Tres [No editado]Where stories live. Discover now