Capítulo único.

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Si existiera un libro en los confines del espacio tiempo que se encargara de documentar las verdades absolutas del universo, el primer enunciado sería que Olivia Torres está total y completamente enamorada de Ashley Estrada.

El segundo enunciado, sería que Ashley Estrada no tiene ni la menor idea.

Olivia conoció a Estrada en la parada de autobús el primer día de la universidad. Ashley, vestida en jeans de color oscuro con los ruedos doblados dejando ver sus tobillos, camiseta estampada con el logo de alguna que resultaba vagamente familiar, y un suéter con capucha amarrado a la cintura, se le acercó primero.

—Disculpa, ¿esta es la parada para el Hospital Vargas?

Torres asintió.

Ajá.

—Gracias —sonrió la chica.

Olivia la observó. Ashley era más alta que ella, de piel morena y liso cabello negro, largo hasta casi llegar a sus caderas. Sus ojos oscuros le devolvieron la mirada de forma repentina, y se sintió obligada a disimular:

—¿También eres nueva? —preguntó.

—Sip.

Cayó un silencio algo incómodo. Pero un montón de cosas más empezaron a alzarse.

Olivia ya había estado antes en la facultad, durante todo el proceso de inscripciones y en algunos días de la pequeña inducción que organizaba el centro de estudiantes para los nuevos cada año. Ashley, en cambio, vivía en el interior y su prima le había hecho el favor de inscribirla. Por lo que no tenía la menor idea de dónde estaba parada, y Torres le ayudó un poco a navegar.

En un inicio, parecía que eso sería todo. Sus apellidos evitaban que compartieran la mayoría de las clases, empezaron a conocer otras personas, así que todo indicaba que orbitarían círculos distintos y solo se saludarían de lejos.

Hasta el día en que se encontraron en la salida del conjunto. Olivia pausó sus pasos de forma abrupta, y las dos se observaron por un momento, sorprendidas: resulta que la prima de Ashley vivía en el edificio de enfrente y, por ende, Ashley también.

La más alta respiraba con algo de fuerza, como si se hubiera apurado al bajar.

—Es que siempre salgo una hora antes, pero me desperté tarde y quién sabe cómo está el metro —explicó. 

Olivia frunció el ceño.

—Pero es mejor ir caminando.

—¿Qué? —Ashley la observó incrédula, siendo este su turno de fruncir el ceño.

—Sí —asintió—, son unos 20 minutos de aquí a la parada.

—Oh —dijo— ¿En serio?

Torres asintió, su boca en forma de corchete.

—Bueno, voy a confiar en ti. Pero si llego tarde, es tu culpa.

Olivia simplemente le sonrió. Caminaron lado a lado por las calles de Caracas, aún algo solitarias dada la hora de la mañana a pesar de los padres dejando a sus niños en el colegio. La más alta observaba a su alrededor con un brillo de curiosidad en sus ojos, admirando los altos árboles y los edificios con un tinte de antigüedad en ellos. Era claro que nunca había estado en esta parte de la ciudad, y que estaba intentando absorber sus alrededores para poder ubicarse después. Torres le prometió mostrarle los mejores sitios para comer los viernes y tomarse unas merecidas frías post parcial.

Y cumplió su promesa. A pesar de todo, pasaban bastante tiempo juntas. Se ayudaban a estudiar —una era sorprendentemente buena en materias que la otra pasaba a duras penas— salían a comer, e incluso conocían a sus familias. A Olivia le gustaba estar en casa de Ashley, donde solían estar a solas con el par de gatitos de su prima, pancito y leche. Con el tiempo, había descubierto que Ashley tocaba el violín, y podría haber pasado horas escuchándola tocar la familiar tonada de una película de algún castillo que vagaba por el mundo. Era como estar en el ojo de la tormenta por unos instantes.

Agujeros NegrosOn viuen les histories. Descobreix ara