1. El chismografo

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En nuestros locos intentos, renunciamos a lo que somos por lo que esperamos ser.
(Romeo y Julieta, de William Shakespeare)





El niño, con sus enormes ojos marrones y sus bonitos shorts morados, miró a su alrededor. Asustado.

Mordisqueó sus labios y llevó su mano izquierda a su pecho cuando la risa, demasiado escandalosa, de uno de sus compañeros lo hizo saltar. Inmediatamente la bajó, porque el esmalte lila llamaría la atención de alguno de ellos y entonces todo iba a empezar de nuevo.

Se sobresaltó, por segunda vez, cuando una manita más pequeña tomó la suya. Sus ojos se encontraron con los azules de Susie. Susie era linda y no le decía nada sobre sus uñas. Ella le sonrió.

Y él estaba por regresarle la sonrisa, un poco más tranquilo ahora que su amiga estaba ahí, pero entonces Rob –un niño un par de años mayor que ellos, porque había reprobado dos veces ya– se burló: —¡Suse, aléjate de él! Todos sabemos que Arturito es raro.

La mueca de asco de Rob mientras lo miraba y las risas de la mayoría de sus compañeros se clavaron como cuchillas en su pecho. En su pequeño corazón.

Nadie a los siete años debería vivir eso.

Él no era "raro".

Y odiaba, cómo odiaba, que lo llamaran así: Arturito. Con tanta condescendencia. Como una burla.

En cuanto llegara a casa le preguntaría a mamá si podía cambiarse el nombre. No quería ser "Arturito".

O quizá podía cambiarse de escuela.

Rob pasó a su lado, golpeando su hombro con fuerza. Él reprimió el gemido de dolor, porque realmente fue demasiado fuerte y él era más pequeño y delgado que Rob. Pero eso sólo alentaría sus burlas, así que fingió que no le dolía. Y tampoco sus palabras.

Tal vez, en realidad, podía cambiarse de planeta.

No entendía por qué lo hacía raro algo tan estúpido como su respuesta en el maldito chismografo. Una de las preguntas había sido quién era la más bonita o el más guapo del salón... ¡Nadie aclaró que debías elegir a alguien del sexo opuesto al tuyo! ¡Ahí sólo pedía un nombre!

Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar las burlas cuando leyeron que él había elegido a Mark. Él no tenía la culpa de que Mark fuera lindo. Tenía pequitas en su nariz y parte de las mejillas, incluso algunas en la barbilla y la frente; eran como las estrellas en el cielo. Su cabello era de un rojo intenso, sus ojos eran verdes y se iluminaban cuando se reía o sonreía...

Él sólo había contestado la verdad, lo que sentía: de todos sus compañeros y compañeras, el más lindo y él que más le gustaba era Mark.

Todos los niños, exepto él, habían respondido que Susie. Y sí, Susie era bonita también. Con su largo cabello rubio y los ojos tan azules. Pero ella era su amiga y sus manos juntas, o un abrazo suyo, no provocaban mariposas en su estómago...no como cuando Mark chocó con él durante el juego de fútbol en clase de educación física y lo derribó.

Mark. Casi todas las niñas habían elegido a Mark como el más lindo.

Ellas y él también. Y desde entonces su vida era un infierno.

Y Mark ya no le hablaba. No quería ser su amigo.

Y él no entendía, de verdad no lo hacía. ¿Cuál era el problema? ¿Era malo que Mark fuera lindo? Y si era así, ¿por qué era un problema para él y no para Mark?

Cuando la maestra les pidió sacar el libro de lecturas para practicar en voz alta, alguien sugirió leer una escena de Romeo y Julieta. Él todavía estaba buscando la página correcta, cuando escuchó a otro proponer “Mark puede ser Romeo, porque todas lo quieren, y para Julieta... ¡Arturito!”. Seguido de muchas muchas risas.

Él miró a su alrededor, angustiado y confundido, pero la maestra no pareció notar la animosidad entre él y sus compañeritos porque simplemente dijo “Claro”, aceptando sin problemas que uno de sus alumnos leyera las líneas de Julieta, ¡un personaje femenino! ¿Qué estaba mal con ella? ¿Es que no veía el problema?

La verdad es que él tampoco, pero sus compañeros parecían pensar que era algo malo. Malo, gracioso y sumamente vergonzoso.

Y todo sólo empeoró cuando Mark se puso de pie y, en lugar de leer sus líneas, dijo: —No quiero a Arturo. ¿Puede leer Susie conmigo o —lo miró con una mueca— cualquier otra niña?

Él bajó la mirada y no volvió a subirla hasta que el timbre sonó. No leyó ni una sola vez tampoco.

La maestra lo detuvo antes de que pudiera salir, para preguntarle si estaba bien. Él simplemente asintió. Aunque era mentira. No se sentía bien, pero lo cierto es que no entendía cuál era el problema y eso sólo lo empeoraba. ¿Qué estaba mal con él? ¿Y por qué todos podían verlo, excepto él?

Cuando llegó a casa, lo único que quería era ir a su habitación y recostarse; pero Sarah, que aún iba en el kinder y salía un par de horas antes que él, ya estaba ahí. Y corrió como loca cuando lo vio. Sus bracitos rodearon la cintura de su hermano mayor y sonrió ampliamente, mostrando el hueco donde apenas ayer había habido un diente.

—¡Llegaste, Art! —ella frotó su mejilla regordeta en el pecho de su hermano y cuando volvió a asomarse su cabello estaba todo revuelto.

Él le sonrió, sin pedirle que no lo llamara así. Le quitó los mechones alborotados de la frente. —Llegué.

El movimiento llamó la atención de la niña, que notó las uñas y chilló emocionada: —¡Yo también quiero, Art! Bonitas como las tuyas. ¡Vamos!

Ella lo tomó de la mano y tiró de él hasta la habitación de sus padres. Mientras Sarah buscaba un esmalte como el que él llevaba en sus uñas –y tiraba algunos en el proceso, uno probablemente se rompió al estrellarse contra el piso–, él miró a su alrededor. El closet estaba abierto, podía ver algunos zapatos aburridos de su papá y también...

Caminó hasta los tacones rojos. Las puntas de sus pequeños dedos rozaron el charol liso y suave. Esos eran más bonitos. Y el color le recordaba al cabello de Mark.

El niño suspiró. ¿Sería también un problema que prefiriera esos a los serios zapatos negros de su padre?

—¡Lo encontré! —Sarah interrumpió sus pensamientos, saltando a su lado y casi metiendo el frasco de esmalte lila en su nariz.

Él la miró y le sonrió. Sabía que su madre, y las maestras si se daban cuenta, seguramente los regalarían. Pero eso no le impidió tomar la manita de su hermana y llevarla hasta la alfombra para pintarle las uñas.

—¡Bonitas como las tuyas, Art! —le recordó ella.

Él sonrió. Al menos alguien pensaba que él era bonito.

Aunque, pensándolo mejor, ¿estaba bien ser "bonito" o eso también era una de esas cosas malas que él no entendía?









* ~ * ~ *

Primer capítulo y un poquito de la infancia de Aidan y Sarah 🤗

Quizá no lo recuerden, porque eso lo dice Sarah en Enamorándome del nerd, pero Aidan desde muy pequeño se dio cuenta que era gay y, según ella, nunca tuvo ningún problema con eso. Ahora pueden darse cuenta que no todo fue color de rosa y que cambiarse el nombre no fue simplemente por frivolidad 🥺

Aquí los que odiamos a Rob 🙋

¿A alguno de ustedes le tocó vivir eso de los chismografos? Me sentí un poco vieja poniendo eso, pero en mis tiempos pasaba 😅

Fearless Love (Amor sin miedo)Where stories live. Discover now