CAPÍTULO 22. La sorpresa.

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«Lo único que debería sorprendernos es que todavía hay algunas cosas que pueden sorprendernos»

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«Lo único que debería sorprendernos es que todavía hay algunas cosas que pueden sorprendernos».

François de la Rochefoucauld

(1613-1680).

Caroline intentaba que la fiesta la alejara de los negros pensamientos que le rondaban la mente, pues la malévola acción del fantasma de lord Nigellus la había condenado a la soledad más absoluta.

—¿Sabéis, milady? Pronto se cumplirán los cinco años con Winchester. ¿Habéis pensado lo que haréis? —le preguntó lord Robert mientras ejecutaban la contradanza: la analizaba con una mezcla de admiración, de amor y de obsesión que le hacía brillar la mirada azul.

     Caroline se había esmerado para la ocasión. Llevaba un traje de princesa, pues se hallaban en el baile de disfraces celebrado por lady Elizabeth en memoria del guillotinado rey Luis XVI. En sí mismo el acontecimiento significaba una contradicción, porque la baronesa de Holland admiraba a la figura en alza que era Napoleón Bonaparte.

     La dama, como siempre, conseguía reunir a los miembros de la nobleza más selectos, más cultos y más representativos de la alta sociedad. Predominaban los hombres sobre las mujeres, porque muchas le hacían el vacío a causa de su divorcio y del subsiguiente matrimonio. Las fragancias a rosas, a bergamotas, a almizcle y a hierbas salvajes se mezclaban en una especie de baile exótico. Los adornos de oro y de plata resplandecían ante la luz de las miles de velas de las arañas y el servicio hacía gala de unos modales tan exquisitos que daba la impresión de que recibían a emperadores.

     Quien más destacaba era la anfitriona en su papel de María Antonieta. Lucía orgullosa el pouf, una altísima peluca adornada con ruiseñores, con jilgueros y con pinzones disecados. La falda ribeteada en hilos de oro, excepcionalmente amplia en las caderas, hacía que el corsé realzara el busto prominente. Henry Richard Vassal Fox[*], su marido, iba conjuntado: llevaba una levita negra que le cubría toda la parte superior y sostenía debajo del brazo una cabeza de blancos rizos.

     Caroline efectuó un giro, le dio la mano al caballero que estaba enfrente y regresó al lado de lord Robert para responderle con ironía:

—¿No soy demasiado mayor para vos, milord? —Retomó la conversación con tranquilidad, como si nunca se hubiesen separado—. Recuerdo que según su Excelencia no se prolongaría nuestro contrato más allá de este año.

—¡Y Henry cada vez que os ve se arrepiente de haber pronunciado tales desafortunadas palabras! —Lord Robert le hizo un repaso con la vista tan apasionado que Caroline se acaloró—. Parecéis casi púber, el tiempo ha pasado sobre vos sin rozaros. Sin embargo, como os amo, os confieso que aunque os vierais igual que una abuela mantendría mi proposición... El marqués nos observa con el entrecejo fruncido, sin duda deduce qué os estoy diciendo. Yo nunca sería tan posesivo y tan celoso como él. —Y de nuevo debieron separarse para realizar la figura del baile—. ¿Sabéis por qué se comporta así? Porque el ladrón y el mentiroso siempre creen que todos son de su misma condición —prosiguió cuando se volvieron a reunir.

DESTINO DE CORTESANA.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora