Primer encuentro

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Saber a ciencia cierta la cantidad de veces que tendremos la dicha de renacer es algo imposible, incluso para un ser inmortal como él. En realidad, la simple existencia de la humanidad es inexplicable, un suceso histórico del que no hay más datos que simples especulaciones.

Ni su estancia de siglos en la tierra y mucho menos sus dones le proporcionaron el conocimiento de ese dato. Él mismo se ha atormentado por décadas en busca de la respuesta. En medio de la noche, cuando la oscuridad no puede ser más escandalosa que sus pensamientos sin cause, se pregunta si aquellos tortuosos encuentros le dejarán con el corazón sangrando más de tres veces.

Con los años comprendió ciertas cosas, aprendió de personas impresionantes, tan sabias que lo dejaron perplejo en un inicio. Gracias a ellas no cayó en la locura ni se dejó influenciar por individuos de poca moral que no buscaban más que aprovecharse de su don. Entendió que su capacidad para ver el hilo rojo de la humanidad no era una maldición, sino todo lo contrario. Podrá parecer muy fantasioso, pero hasta el más simple mortal es poseedor de una poderosa energía espiritual (algunos la llaman magia); que no sepan cómo utilizarla es un tema completamente aparte.

Los humanos están conformados por tres esferas —como suelen llamarle los maestros espirituales—, el alma, el espíritu y el cuerpo. El cuerpo es la forma física de la persona, huesos, sangre y piel. El espíritu los diferencia de otras especies, proporciona el razonamiento, los dones y habilidades; es la energía, aptitudes y raciocinio que les permite vivir. Por otra parte, el alma es algo más individual e íntimo, son sentimientos, memorias que otorgan emociones; es lo que le da sentido a la vida.

El hilo rojo es, precisamente, aquello que une a dos almas sin límite de tiempo, sin importar las vidas que les tome unirlos. Hay personas que incluso no tienen la dicha de unirse hasta que atraviesan por varios renacimientos, por circunstancias y tormentas que no son deseables para cualquiera; una batalla solo para los mejores guerreros. Existen otras que parecen salidas de un cuento, se encuentran una y otra vez y viven sin remordimientos.

Él es solo un tercero, alguien que se encarga de ver los hilos ajenos y que intercede cuando es necesario, cuando puede y siente que su ayuda es indispensable. Jimin no es más que un ser que vive y respira al servicio de la humanidad, trabajando como un premio —o castigo— que no alcanza a comprender en su totalidad. No, no es Cupido ni algún hijo no reconocido de Afrodita, por lo menos hasta donde tiene conocimiento. Solo sabe que nació hace más de cuatrocientos años, bajo la sombra del vasto follaje de un árbol con flores rojas. Estuvo al cuidado de algunos hombres de hermosa apariencia y carácter amable, sabios que le proporcionaron de los conocimientos que hoy en día lo hacen quien es.

Jimin se relacionó con hombres “comunes” al cumplir quince años, después de mucha preparación y comprensión espiritual. Sacrificó su cuerpo, espíritu y alma para ese momento. Desarrolló al máximo sus dones para ser de utilidad y saber cómo actuar ante cualquier situación drástica o poco prevista. Debido a ello, cuando salió del clan y vio con sus propios ojos al mundo no tuvo miedo; él lo describiría más como «emoción y libertad». Los hombres y mujeres de las que tanto le hablaron estaban frente a sus ojos y pudo percibirlos, la energía que salía de cada uno de ellos, el áurea que los rodeaba y —aquello que los destacaba, que a él le fascinaba a cada segundo— el hilo rojo que nacía en sus meñiques.

Cuando le describieron aquellos hilos fueron mezquinos con los detalles, alegando que era de un simple color rojizo distinto para cada persona. La primera vez que los vio quedó estupefacto; algunos eran delgados y tristes, otros gruesos y brillantes. Ninguno era igual al otro, podía ver cómo se trenzaban, enredaban o tensaban. Sin embargo, eso no quitó el peso de aquella responsabilidad, mucho menos el dolor que provenía de aquellos pobres que perdían a su alma gemela o de los que parecían ser incapaces de llegar a conocerla. Vio todo y nada por años, hilos saludables y marchitos, cicatrices en los meñiques que significaban el dolor de la pérdida; sonrisas, llanto, melancolía y felicidad. El conocimiento era asfixiante y ninguno de los sabios ni sus vastos años de estudio lo preparó para esa presión.

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⏰ Last updated: Jun 25, 2022 ⏰

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Tres encuentros [Kookmin]Where stories live. Discover now