Capítulo 54

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Sus brazos continuaron dándose calor hasta que el sueño los venció y quedaron profundos, envueltos en una laguna de dulces sueños y muy juntos. La noche avanzó hasta que la neblina desapareció dándole paso a los rayos del sol.

Alejandro fue el primero en abrir sus ojos. El calor que desprendían ambos cuerpos lo hizo despertar de su cómodo sueño. Parpadeo para acostumbrarse a la ya no tan oscura oscuridad pero no se movió. No tenia idea que hora eran, sin embargo, podía deducir que estaba iniciando la mañana.

En cambio, se quedó observando a Adamaris dormir, preguntándose si era normal que una persona dormida se viera muy hermosa, aun y todo despeinada. Sonrió, sin apartar la mirada, entonces extiende su mano libre y delinea el contorno de su rostro sin llegar a tocar su piel, sintiéndo incluso en el acto una sensación de cosquilleo en la punta de sus dedos y entonces, lo supo, no iba a poder volver a conciliar el sueño y aquello le encantaba, llegando incluso a la conclusión que estar enamorado era lo más hermoso del mundo.

La mañana pronto  se hizo presente el cuarto empezó a enfriarse y los rayos del sol se empezaron a  colar por cualquier cobertura que se lo permitiera. Adamaris se encontraba placidamente acostada, sin embargo, poco a poco fue volviendo a la realidad dejando a un lado el maravilloso sueño que había tenido. Y es que, desde que cerró sus ojos no pudo evitar soñar con la laguna y el rato tan agradable y bonito que allí pasó. Sus pestañas temblaron su ceja se arrugó, inmediatamente abrió sus ojos y pestañeó dos veces acostumbrándose a la no tanta oscuridad.

Exhala y se sienta en la cama, descubriendo que no había nadie acompañándola pero que ese lado de la cama se encontraba tibio. Sonríe, pasando su manos por el lado vacío. Con una sonrisa se levanta y adentra al baño, dispuesta ha asearse para empezar el día.

No pasó mucho tiempo para estar lista e ir al encuentro de Alejandra aunque no supiera en donde este se encontraba. Tampoco iba a ponerse a buscarlo, la casona si bien no era un laberinto temía perderse y peor aún, quedar como una tonta. Así que recorrió el mismo camino que se había aprendido para llegar a la primera planta y al estar bajando las escaleras, se encontró con el capataz. Este al verla cambio rápidamente su taciturna expresión por una más seria, casi inexpresiva.

—Buenos días, señorita —saluda el hombre.

Adamaris asiente y continúa bajando.

—Buenos días. 

El hombre continúa su camino después de añadir un (con permiso) muy bajito, desapareciendo al doblar una esquina  y Adamaris terminó terminó bajar las escaleras justo en el momento en que Alejandro aparece por la misma puerta que el hombre apareció. Su sonrisa crece con sólo verla.

—Amor, buenos días,  ¿dormiste bien? —le pregunta, agarra su mano y le da un suave beso.

—Muy buenos días para ti también. Bien si, a tu lado siempre voy a dormir más que cómoda —responde apenada.—¿Y tu, dormiste bien?

Engancha su sonrisa.

—De maravilla —responde y vuelve a besar su boca.—por cierto, esta mañana te ves preciosa —Ante sus palabras, Adamaris se sonroja y observa de reojo, alza su ceja.—definitivamente tengo buen gusto cuando se trata de ti.

Adamaris se sonroja y suelta una risilla, éste ríe a carcajada y entran al comedor en donde varias mujeres están sirviendo la mesa.

—Buenos días patrones —le dice una joven.—¿van a desayunar?.

—Si por favor —responde Alejandro. 

Casi de inmediato, un grupo de mujeres entró a la pequeña sala y lleno la mesa de comida, entre las mujeres se encontraba Lilian quien saludó a la castaña en un susurro y con gestos muy bien ocultos que esta supo interpretar y le respondió de la misma manera. Aunque las demás no les prestaron atención, Alejandro si que lo hizo, pero no comento nada al respecto. 

Los Cambios En El AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora