CAPÍTULO XXII. Ancla.

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Extrañamente, estaba siendo un día soleado en Londres. Harry mantenía la palma de su mano mirando el suelo, donde los suaves rayos de sol iluminaban su muñeca, cerca de su antebrazo, donde las agujas se clavaban de forma molesta. No lo consideraba doloroso ya que había experimentado sensaciones en su piel más desgarradoras, aquello era como un bálsamo de agua.

—Un ancla suelta no tiene mucho sentido, ¿seguro que no quieres que haga la soga?— cuestionó Iker, aquel tatuador preso, directo de España.

—La soga es otra persona, haz tu trabajo y cállate.— masculló, cerrando su puño cuando sintió un poco más de dolor en su piel.

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Las caricias que le proporcionaba a cada pagina del libro que leía, le causaban una sensación de tranquilidad que hacía semanas que no conseguía atraer hacia su persona. Había decidido no leer algo romántico, ya que esto le hacía recordar como no podía tener a Harry a su lado por mucho que lo necesitase; optó por ir a la habitación del mismo, donde guardaba los pocos libros que había coleccionado en su mesita de noche, haciendo de plataforma para la lamparía de noche.

En realidad, no podía negar que odiase el suspense o el terror como dijo meses atrás, nunca había intentado experimentar a leer un drama diferente al romántico, así que no lo pensó y comenzó a devorar el libro que le compró en Roma. Sonreía con una pizca de rabia al ver como en cada capítulo nuevo, una pagina permanecía doblada, al estilo de Harry, y, aunque lo detestase, imitó su costumbre para no borrar sus huellas de ese cúmulo de páginas.

La puerta de su habitación fue tocada con la tranquilidad que caracteriza a su guardaespaldas de ojos como dos caramelos de miel, suspiró, dejado de prestar atención al drama del libro; la verdad es que se estaba estresando un poco.

—¿Que ocurre?— cuestionó, doblado la hoja por la marca que ya tenía de antelación.

—Louis, creo que te alegrarás de bajar al salón.

No iba a mentir, aquello le llamó la atención. Thomas no se hallaba en la ciudad por negocios peligrosos, y, a pesar de haberle jodido la vida quitándole a Harry, temía a las amenazas de Eldon y las cumplía. Tenia vía libre si quería hacer una rebeldía de las suyas, pero simplemente, ya le daba miedo todo.

—Ahora voy, Zayn.— se alzó de la cama, dejado el libro a un lado con cuidado.— ¡Gracias!— exclamó al escuchar cómo se alejaba por el pasillo.

No fingía su de repente felicidad, pero si la exageraba para no preocupar a sus cercanos. No se había vuelto inmune a su dolor o a su ansiedad, pero debía aprender a no ser un alma en pena...

... quizá debía aprender a estar sin Harry por su salud mental.

Calzó sus pies con sus mocasines beiges, pues creía que quedaban bonitos con sus pantalones marrones y su camisa blanca; saliendo así de su habitación hasta bajar por las escaleras. Sonrió al oír la risa de Niall, su mejor amigo aún le soportaba después de estar mentalmente ausente, eso lo apreciaba de sobremanera.

Pero cuando cruzó el enorme marco de la puerta del gran salón de la mansión, sus orbes añiles brillaron en ilusión al ver la silueta colorida de Anne-Marie retírese en silencio con el rubio.

—... ¿hola?— anunció su llegada, bastante sorprendido.

—¡Lou!— Anne desvío su mirada del teléfono del mayor del trío para verle a él, haciéndose a un lado para que Louis quedase justo mente los dos.— Tenemos que charlar un ratito.

—Uhm... está bien, supongo.— tragó saliva, según los libros que había leído y las veces que su padre se dirigió a él con esa frase, tan solo podían llegar desgracias.— ¿Que sucede?

DELIRIO DE GRANDEZAWhere stories live. Discover now