Capítulo 13. La Caja Hexagonal

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Hacía pocos días que las fiestas de Gualhardet habían terminado. Después de cenar como cada noche, Bastian subió a su habitación y, tras rescatar de un tablón suelto bajo su cama la misteriosa caja que había recogido en el camino, volvió a exprimirse el cerebro intentando descubrir qué era aquello que yacía entre sus manos o si tenía uso alguno.

Le daba vueltas y más vueltas, la miraba por arriba, por debajo, de cerca e incluso de más lejos. Suponía que debía contener algo. La caja era de madera y poseía unas runas grabadas que la rodeaban, de las cuales desconocía el significado. Había intentado abrirla de mil formas sin conseguirlo, sentía curiosidad, pero a la vez se sentía mal por hurgar en la intimidad de Albert. La dejó sobre el jergón de paja y se acercó a la ventana. La noche había caído sobre la aldea, las estrellas flotaban en aquel cielo negro azabache y acompañaban a una menguada luna que se escondía tras las altas ramas de un haya próxima a su morada.

Suspiró. Aquella caja le había mantenido ocupado robándole el poco tiempo libre del que disponía. Quizás Meliot y Melowyn tuvieran razón. La noche de la función, todos vieron cómo Albert hablaba con la anciana Amanieu y parecían tener muy buen trato. En un principio había pensado en investigar el modo de averiguar el paradero de Albert y devolverle su pertenencia, pero dadas las circunstancias y la cantidad de viajes que éste realizaba, lo mejor sería visitar a Amanieu y devolverle a la anciana aquella caja, y así, olvidarse de aquel asunto de una vez por todas. No le pertenecía y, en cualquier caso, no se le ocurría otra opción. Ella sabría qué hacer, y no dudaría en devolvérsela cuando lo volviera a ver. Pero le causaba tanto pavor hablar con ella, había oído tantas cosas que no sabía qué pensar.

En un principio, pensó en pasar por su casa al atardecer tras volver de los campos, pero tampoco quería que nadie lo viera relacionarse con ella y que la gente pensara o hablara mal de él. Gualhardet era un pueblo pequeño y rápidamente los murmullos inundaban las calles de múltiples falacias. Además, si se entretenía llegaría tarde a cenar y Melianda y Garmon le preguntarían dónde había estado. Así que, tras pensarlo con detenimiento, se volvió, cogió la pequeña caja y la guardó en su bolsillo derecho. Escuchó cómo su padre y su madre recogían la mesa y se apresuraban a subir a su pequeña habitación para acostarse, y tomó una decisión: salió de su cuarto y bajó por las escaleras silenciosamente antes de salir por la parte trasera del establo. Al cerrar la cerca despacio y con sumo cuidado para que no chirriara, vio a Yvain observándolo tras la ventana de su habitación, que daba a aquel lateral de la casa. Bastian se puso el dedo índice en los labios en señal de silencio, se dio la vuelta y caminando se perdió en la oscuridad. Estaba nervioso, el corazón le latía con más fuerza, Yvain lo había sorprendido, esperaba que su hermana no le delatara, aunque también sabía que tendría que darle una explicación tras aquella escapada cuando se encontraran cara a cara al día siguiente. Se volvió por última vez antes de perder de vista la casa y tras la ventana ya no había sombra alguna.

Atravesó el pueblo guiándose por la escasa luz que manaba de las ventanas de las casas adyacentes, y después de cruzar la pedregosa plaza se encaminó por el callejón. Se le antojó más tétrico que las veces anteriores que había pasado por allí. Si de por sí la calle ya era oscura debido a la corta distancia de los muros de unas casas contra otras, la noche acentuaba su lobreguez. Esperaba que ningún súbdito de Hertos lo interceptara o sería su perdición, aunque ya había llegado demasiado lejos para acobardarse ahora.

La puerta estaba próxima, pasó cerca de la ventana sobre la cual la anciana observaba a los viandantes, pero ahora no había nadie en ella; se aproximó y miró a ambos lados, la calle estaba desierta, se plantó frente a la puerta y, tras hacer acopio de valor, llamó tres veces, golpeando con el puño el pórtico de madera viejo y agrietado. No respondió nadie. Esperaba que no fuera demasiado tarde, volvió a intentarlo sin éxito. Tras aguardar unos segundos se volvió para marcharse, pero algo le dijo que debía volver a intentarlo. Volvió a tomar impulso para llamar, y antes de llegar a golpear la puerta, ésta se entreabrió unos pocos milímetros. Sin embargo no había nadie tras ella, o al menos eso parecía. Bastian empujó la hoja con cautela, hasta que pudo ver el interior de la casa iluminada por unas pequeñas velas sujetas a la pared de un corto y estrecho pasillo.

Los Tres Reinos. Averyn.Where stories live. Discover now