35. Un beso lo cura todo Parte II

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LAURA

Sus brazos me rodean y es como si el tiempo no hubiese pasado para nosotros. Es la misma sensación de calidez. Al principio ha sido raro, no me lo esperaba. Y menos después de pillarme en su piso de ocupa.

Pero luego he sentido los besos en mi pelo y me he relajado. Es mi Nico, el Nico que no está enfadado, el Nico al que amo con todas mis fuerzas. Un amor que no ha menguado ni un ápice. Un amor que me tiene enganchada a los recuerdos como una loca desequilibrada. Una yonqui que vaga por las calles como un perro sin dueño. Así ha sido mi vida este año.

— ¿Estás bien? —su voz es ronca y puedo notar las lágrimas húmedas llegar a mi pelo. Él llora como lo hago yo cada noche, recordando como fui tan idiota de no retenerle a mi lado. De dejarle ir sin que me diese la oportunidad de demostrarle que juntos somos fuertes pero separados solo somos sombras de nosotros mismos.

— Ahora sí —aprieto mis puños, fuerte, agarrando su chaqueta tan fuerte que me duelen los dedos. Pero no pedo dejarle escapar.

La voz me ha salido como un susurro, porque no soy capaz de articular palabras.

Siento que su abrazo pierde fuerza y sus brazos sujetan los míos. Me separa de él y bajo la mirada al suelo, no me atrevo a verle, a ver esos intensos ojos negros que me han acompañado en sueños todo este tiempo. Pero sus dedos sujetan mi mentón y lo levantan.

— ¿Estás tan perdida como yo? —y entonces busco sus ojos.

¡Está tan perdido como yo! No sé qué decirle. Gracias. Te quiero. No me dejes. Pero nada llega a mis labios. El nudo en mi garganta me duele. Es esa sensación cómo cuando estás con anginas y te duele cuando tragas o respiras. Esa es la sensación. Duele mucho.

— ¿Laura puedes hablar? —mis ojos explotan en llanto, niego con la cabeza y me aferro de nuevo a él.

No me dejes.

No me dejes.

No me dejes.

No sobreviviría sin ti.

Eso querría decirle.

Quiero decirle tantas cosas y a la vez no quiero tener que decirle nada. Quiero que el silencio sea el testigo mudo, de la conversación tan difícil que tenemos por delante.

Pasan los minutos como si fuesen horas y no puedo dejar de llorar. Como si mi vida dependiera de ello. Siento los dedos de Nico pasar entre mi castigado pelo, una y otra vez. Sin descanso. Sin consuelo. Porque lo busco, incluso en sus manos y no lo encuentro.

— Laura —Nico me separa después de un rato y nos miramos fijamente a los ojos. Están tan húmedos cómo los míos. Llevaba tanto tiempo sin verlos así, tan de verdad. Tan reales—. Tienes que dejar de llorar. Vas a inundar el suelo y vamos a tener que Sali nadando.

Suelto una risa nerviosa y me intento recomponer, entre hipidos, mocos y jadeos.

— Lo siento.

— Sí, eso ya lo has dicho —quiero buscar el reproche en su voz, pero no lo encuentro. Encuentro una sensación de calma y paz. Eso es Nico ahora mismo, Paz.

— No sé qué decirte.

— ¿Qué tal un cómo has estado?

— ¿Cómo estás? —le miro de nuevo y le encuentro con una sonrisa en la boca.

— Ahora bien —Asiento, pero no sé continuar la conversación—. ¿Cómo has estado tú?

— Ahora bien —le repito.

El amor tiene las patas muy cortasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora