5. ¡Felices dieciocho!

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Maratón 2/2

Maratón 2/2

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Jake

Cuando regresamos al salón no había rastro de Abigail. Se había marchado y todo por mi culpa.

No le debía explicaciones a nadie, ni siquiera a mi hermana, así que apenas sonó la campana que daba fin a las clases me subí en el asiento del conductor, esperé el familiar sonido de la puerta al cerrarse y conduje a la casa en silencio.

En momentos como ese deseaba tener una motocicleta.

Romper el viento con el parabrisas, completamente solo, observando las luces a mi lado a toda velocidad; la ciudad encendida, esquivando los vehículos, mientras los conductores me observan con desaprobación, haciendo oídos sordos a cualquier insulto, sintiendo como mi pecho se infla de alegría, mis manos sosteniendo fuerte el manillar, mi cabello bailando con la brisa, el asfalto firme bajo mi peso, los recuerdos haciéndose un espacio en mis pensamientos, yo decidiendo si escapar de ellos o abrazarlos con afecto.

Mara, la anterior chica con la que había salido —la única con la que había salido, me recordó mi voz interior— tenía una motocicleta. Se la habían regalado sus privilegiados padres como una especie de soborno para que dejara de verme.

Recorríamos el pueblo entero en ella. 

Besos precavidos entre paradas, el motor rugiendo al igual que nuestros agitados corazones, escapadas en mitad de la noche y luchas por mantenernos juntos. 

Cuando me sucedió lo que me sucedió algo cambio entre nosotros, no de su parte claro está, pero yo, aunque me costara aceptarlo, había dejado de quererla. Tal vez nunca la había querido lo suficiente o tal vez ella no me quiso lo suficiente, no de la manera correcta, así que todo desde ahí fue en picada. No me quedaba más espacio en el pecho para algo distinto al arrepentimiento y la desesperación, así que salió de mi vida tan veloz como entro. Llevándose algo más que un millar de primeras veces, algo más que un te quiero y algo más que la jodida motocicleta.

Se llevo el sentimiento de que alguien me necesitaba tanto como para hacer una locura. Que la necesidad podía calar en los huesos, viajar por todo tu cuerpo y llegar finalmente al corazón. La adrenalina del primer amor.

Hice una parada en el supermercado más cercano al apartamento y me planté frente al pasillo de los dulces. Decidiéndome entre unos chocolates, gomitas, una de esas bebidas azucaradas que no hacían más que acrecentar la diabetes de esta generación o frituras tan grasosas que te volvían casi adicto a ellas. Consulté, con pesar, la opinión de Jenna.

—¿Qué crees que le gusta a la loca?

—¿Quieres mi opinión sincera? Creo que lo que más desea es no volver a verte la cara en la vida.

—¿Y lo segundo? —Sonrió, colocando su mano en mi hombro, masajeándolo con suavidad.

Jenna me comprendía como nadie. En silencio, nos compartíamos cualquier cosa que deseáramos expresar. Cualquier sentimiento que parecía imposible de entender, éramos los responsables de entenderlo. Resolviamos el enigma.

No es otra Historia de AmorWhere stories live. Discover now