Capítulo 4

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Me levanté de la cama y empecé a inspeccionar la habitación. Al apoyar el pie, casi me caigo. Me dolía aún más que antes, pero intenté ignorarlo y centrarme en la distribución de la sala. Aparte de la mesita y la cama había un armario y no mucho más. Miré hacia los lados y hacia la puerta para asegurarme de que no había nadie alrededor. Me dirigí hacia el armario, e intenté abrirlo, pero no podía por mucho que tiraba. Me di cuenta de que la puerta tenía una cerradura, por la que debería de entrar una llave, así que empecé a buscar por la habitación, a ver si había algún sitio en él que pudiese estar.

La sala era bastante grande y tenía muy poca cosa, pero teniendo en cuenta que cojeaba, tardé mucho más de lo previsto en buscar por todos los regocijos. Seguí un buen rato dando vueltas hasta que me cansé y me tiré en la cama con los brazos estirados agotada de pensar dónde se podría encontrar la condenada llave. Respiraba profundamente y miraba hacia el dosel, cuando me di cuenta de que en el centro había un zafiro incrustado en una estructura plateada. Me puse de pie y levanté el brazo para cogerlo, pero me caí. No conseguía mantener el equilibrio en una sola pierna. Volví a levantarme para intentar cogerlo, pero me caí de nuevo. Sucedió un tanto de lo mismo durante los siguientes veinte minutos hasta que logré agarrarme a él y mantener el equilibrio. Estaba duro. Tiré y tiré y cuando conseguí sacar la piedra, me caí de culo en la cama. Me quedé mirándola y jugando con ella en la mano hasta que me cayó en la cabeza el metal plateado. Dejé escapar un gemido por el golpe y la cogí. Me fijé en que la piedra se enganchaba por un extremo del metal y que por el otro la podías coger. Coloqué la piedra y agarré el mango, lo que parecía formar la estructura de una llave. Claro, la llave, ahí estaba. La cogí y me levanté de la cama para ir hacia el armario cuando justo sonó la puerta. Me tiré hacia la cama y me senté encima de la llave. Giré la cabeza hacia la puerta para que cuando entrase esa persona, viese que no estaba pensando nada. Era uno de los guardas, y aproveché para preguntarle si habían capturado a Will. Me negó y me dijo con una mueca extraña que no había que capturar a nadie y sentí alivio en el cuerpo. Pensé dónde estaría en esos momentos. Me gustaría advertirle sobre que tal vez le estaban buscando pero no podía, y además, el guarda dijo que no había que capturar a nadie. Que extraño. El guarda me trajo de vuelta al mundo real cuando se dio cuenta de que no me conocía.

--¿Qué haces aquí?

Le contesté que Gabriel me había dejado aquí, el asintió y me dejó sola en la sala de nuevo.

Suspiré cuando se había marchado, ya que no me había pillado por los pelos. Me relajé y me levanté de la cama. Cogí la llave y me dirigí hacia el armario con ella. Encajaba perfectamente en la cerradura, y yo me preguntaba quien pondría una llave a un armario, una llave con un zafiro... No importaba, abrí las dos puertas de par en par y me encontré con una maravilla ante mis ojos. Podía ver un espacio lleno de cuchillos de toda clase. Desde un katana hasta una pequeña navaja suiza, todos ordenados perfectamente en pequeños estantes cada uno con su soporte correspondiente. Algunos estaban envainados, y los que no lo estaban, parecían antiguas reliquias, pero a pesar de eso mostraban un filo casi perfecto.

Tenía que estar atenta de que no entrase nadie en la sala por que si me pillaban cotilleando; a saber lo que me llegarían a hacer. Los cuchillos me tentaban, sobre todo los pequeños. Pensé que no me vendría mal coger uno, o dos, después de que me hubiesen quitado mi daga, pero no sabía si se abría muy a menudo ese armario o no y si echarían en falta algo que fuese importante. No me importaba lo que pensasen, porque estaba segura de dos cosas; la primera era que iba a morir en ese sitio.

La segunda era que si sobrevivía nada sería igual, era una intuición, pero estaba segura de que había gato encerrado por alguna parte, algo relacionado con Gabriel y con Will. No sabía de que le conocía pero estaba convencida de que podía confiar en William para cualquier cosa. Estaba convencida de que daría la vida para salvarle, pero no sé por qué. Yo sabía que le quería, pero no recordaba nada de lo que había pasado antes de llegar a ese sitio. Solo sabía que llegué con él, que tenía que ayudarle en lo que pudiese, y de que él saldría de aquí vivo. Al fin y al cabo, ¿era mi novio, no? No sabía si yo correría la misma suerte. Me imaginaba en cualquier situación sin saber que hacer, sin armas, y sin defensa, así que al final me decidí por coger dos cuchillos con sus respectivas fundas; una era una daga del tamaño de mi antebrazo que desenvaine para ver como era. Parecía vieja, y estaba un poco oxidada. Tenía grabado en el filo el número 5. La empuñadura parecía de oro puro, y en el final de ella, había una especie de tornillo que intenté girar sin éxito. A lo largo del mango se apreciaba difícilmente por el paso de los años una serpiente en relieve, que lo recorría de arriba abajo. Esa serpiente era el motivo por el que la había cogido. Tuve una sensación que me dijo que la necesitaría. El otro cuchillo era un puñal, casi del mismo tamaño que el de la daga, un poco más grande, me llegaba desde el codo hasta la mitad de la mano. Golpeé con la uña su filo, y sonaba como cuando golpeas una copa de cristal. No era de los que más afilados estaban, pero me servía perfectamente. En la hoja del cuchillo, se observaban letras romanas. LVII. La empuñadura estaba más cargada que la de la daga. Era mas fina por arriba y por abajo, en el medio se engrandecía. Unas flores la decoraban. El puño era de oro. Justo antes de que empezase el corte, había otro trozo de oro sujetándola, con dos flores de seis pétalos, una en cada lado. En lo respecto al número, todos los cuchillos parecían mostrar grabado un número o una letra en el filo. Parecía un código. Había letras en muchos idiomas, algunas parecían chino, otras alemán, japonés, inglés,... Y también había diferentes tipos de números. La gran colección de cuchillos era un código, que estaba escrito en muchos idiomas, pero todos eran el mismo, o por lo menos eso pensaba yo. Al parecer, me equivocaba, solo era una gran colección sin ninguna relación entre sí. Guardé los dos cuchillos, comprobando que estaban bien envainados, a la altura de mi cintura como pude. Ahora que ya tenía los cuchillos se me ocurrió salir de esa habitación para investigar pero antes dejaría todo como estaba antes de que yo llegase a esa habitación, la habitación de Gabriel. Cerré el armario con llave y me subí en la cama para colocar la piedra y el metal en el centro del dosel. En cuanto encajé todo donde debía estar, lo cual me llevó un buen rato para que quedase perfecto, me baje de la cama, y salí hacia la puerta. Forcejeé, sin éxito, pues no conseguía abrir la puerta. Ya estaba pensando en que la puerta estaba completamente cerrada, y que me habían dejado allí atrapada.

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