─Sólo le llamaré una vez más─ mustió Lee, sacando el móvil del bolsillo, antes de que su novio se lo quitara de la mano─. Vamos, tú sabes que no es normal que no responda el teléfono. ¿Qué otra cosa estaría haciendo?
─Te dijo que se iba con un tipo, ¿No?─ Su pareja se cruzó de brazos, un tanto ofuscado─. Te vas a Berlín mañana, ¿Podrías aunque sea dedicarme tu último día en Nueva York?
Lee soltó un suspiro, él tenía razón así que dejó caer los hombros, tomándole por el brazo para acurrucarse un rato en el sofá, mientras el móvil era dejado sobre la encimera de la cocina, lo bastante lejos para que no se desconcentrase.
Podría devolverle la llamada si lo creía necesario. Sus inseguridades le llevaban a pensar que probablemente le estaba sofocando, así que se limitó a sobre pensar en silencio, aunque esta vez acompañado, cómodo en la calidad de los brazos de su pareja.
En la oscuridad del sótano la vista de James se había acostumbrado lo suficiente como para poder distinguir superficies. El dolor le inmovilizaba, seguía jadeando en el suelo, sujetándose aquellas zonas que quizás sólo por fortuna no se habían roto. Ponerse de pie era un no rotundo, dado a que apenas temblar le era una tortura producto de su pie, esguinzado tal vez. No tenía forma de saberlo. La crisis claustrofóbica a la que se sometió entonces no tuvo precedentes. Ahora que su temperatura corporal se vio disminuida los golpes se sufrían el doble.
Mirko no había vuelto a entrar al sótano desde que le sentenció a su castigo. Él había pasado las siguientes dos horas tanteando las superficies, diferenciando los muebles y los gabinetes en busca de algo con lo que defenderse cuando pudo recuperarse de su ataque de pánico, sin dejar de recriminarse que de haberlo hecho mucho antes, no habría llegado a ese punto de no retorno. Pero había perdido la noción del tiempo, ahora se limitaba a congelarse en el concreto, asustado, delirando e indefenso.
Cerró los ojos para retener las lágrimas, sin controlar que la única imagen conciliadora que su enferma psiquis fue capaz de desempolvar, fue de aquella vez en la que Nicholas por fin le dirigió la palabra. Se sentó de golpe, hastiado, sujetándose el pecho apenas con el vago recuerdo de él volteando a verle con una sonrisa, diciendo su nombre por primera vez.
Lo odiaba, los odiaba a todos en realidad. James estaba harto, llegando a un punto en el que podía comenzar a pensar que más valía matar que morir. Ya no pensaba claramente, a sus ojos la culpa de sus circunstancias era de Nicholas, de Oliver, de sus padres, de su abuelo, de todos esos mocosos en el instituto que se burlaron de él, de cada imbécil que le sacó provecho, como Austin.
Los escalofríos recorriéndole la piel producto de la fiebre le tenían temblando, miraba a la puerta sabiendo que eventualmente se abriría, que el hijo de puta entraría a verle pretendiendo que todo estuviera bien. Tal vez le traería algo de esa carne que ahora recordaba como deliciosa para que la comiera como un perro y le sobaría el lomo para amansarle hasta que la ocasión de ponerle las manos encima para su divertimento fuera la adecuada.
Pero Mirko ni siquiera se planteaba que debía abrir la puerta, sólo fumaba un cigarrillo, sentado en la sala, mirando en la chimenea la leña encendida ardiendo como único entretenimiento. Hubiera deseado poder tener a James junto a él, calentándose ambos a la luz de la hoguera, pero debía enseñarle una lección. Miró la hora en su reloj, echando un vistazo a la puerta del sótano, que por fin se hallaba en silencio.
Contrario a sus expectativas, la falta de ruido comenzaba a atormentarle. No saber qué tramaba o pensaba allí dentro su mascota le ponía de los nervios. Entraría a reventarle a patadas si con eso podía obtener una o dos palabras de su parte, pero James no se dejaría moldear por manos agresivas, pensaba su captor, y era cierto. Al menos no por unas con las cuales no tuviera historial en el que respaldarse para excusar el daño que le infringiera.
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Cicatrices. [En pausa].
General FictionComo si la vida de James Hassler no fuera lo suficientemente complicada, súbitamente su rutina congestionada de trabajo se detiene en el tiempo producto de algo fuera de su control. Nadie notaría su ausencia, seguía el patrón del resto de las vícti...