De madrugada

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La partida había terminado. Cuando miré la hora en la pantalla, apenas faltaban unos minutos para las tres de la madrugada. Mis hombros estaban entumecidos y mis párpados pesaban más de lo normal. Había perdido la noción del tiempo mientras hacía mis transmisiones en vivo, y ahora estaba pagando las consecuencias de mis decisiones.
Me incliné hacia atrás en la silla y estiré los brazos con fuerza hasta que un rugido tan feroz como el de un león llenó por completo mi habitación. Las mejillas se me calentaron, miré a la cámara y, para mi suerte, ya había terminado el directo. Estaba a salvo. Mis pocos seguidores no pudieron escuchar aquel desastroso sonido proveniente de mi estómago. Suspiré y por un momento dejé que el peso de mis párpados pusieran en negro mi vista. Tenía sueño, eso era seguro, pero quizás un aperitivo antes de dormir no era tan mala idea después de todo. Tal vez no estaba de más pensar en el desayuno.
Salí de la habitación sosteniéndome el cuello. Era probable que volviese a sufrir de torticolis por segunda vez en el mes. Con pasos vacilantes, atravesé la penumbra hacia la cocina, y al encender la luz, la cruda y helada brisa de la madrugada me envolvió, erizándome la piel. Me abracé buscando calor, pero el frío suelo de las baldosas bajo mis pies descalzos solo me hizo temblar aún más.
—No serás capaz de vivir sola ni siquiera un mes —recordé las palabras de mi mamá mientras decidía qué hacer.
—Tendrías que haber dicho un año, mamá —decía para mí mientras alborotaba lo poco que quedaba en mi alacena buscando mi salvación—. Ya llevo más de medio año y no siento que me esté muriendo —el estómago volvió a rugirme-. Al menos no del todo.
Miré hasta el fondo y las reservas estaban casi secas. Tendría que acostarme con hambre e ir de compras el próximo día. Odiaba hacer las compras.
—¡Aja! —solté con alegría. En mis manos tenía la última sopa instantánea que me quedaba—. Vaya manjar de los dioses que iré a degustar la noche de hoy… O madrugada, mejor dicho.
Cerré las puertas de la alacena, abrí el grifo y luego coloqué la sopa con el agua indicada en el microondas.  Mientras esperaba, mi mirada se perdía entre la silenciosa cocina. El característico sonido  del microondas calentando el empaque de fon con fideos que parecían más plástico que una comida nutritiva, era lo único que interrumpía la tranquilidad de la noche. En el lavabo había varios platos sucios de los cuales decidí encargarme mientras aguardaba. El pitillo del aparato con mi sopa instantánea sonó varias veces y tomé un tenedor, ansiosa por digerir la espléndida comida que había preparado en menos de diez minutos.
Apagué la luz de la cocina y subí las escaleras a tientas revolviendo con el utensilio los fideos. El olor se colaba por mis fosas nasales haciéndome babear y desear comer antes de que estuviese la sopa en su punto exacto. Al entrar a mi habitación sentí un frío diferente, más intenso que el de antes. La ventana estaba abierta de par en par y las cortinas se movían suavemente al ser acariciadas por la helada brisa nocturna. ¿En qué momento había abierto la ventana del cuarto? Estaba segura de que no fue algo que decidí hacer, pero visitas no tenía esa noche.
—¿Hola? —dije casi en un susurro entre miedo y pánico. Si había un violador, un ladrón o algún extraño con malas intenciones, estaba indefensa. Tomé una bocanada profunda de aire fresco y volví a repetir. En esta ocasión con un tono más firme y entendible, pues el miedo significaba debilidad—. ¿Hola?
La gélida brisa continuaba soplando y la piel se me erizaba con cada nuevo soplido. La luz de la luna llena alumbraba lo suficiente como para poder ver todo con claridad. La nariz comenzó a picarme y estornudé. Tenía que cerrar la ventana antes de que atrapara algún resfriado. Dejé mi sopa en el suelo, a un lado de la entrada, tomé mi bate con púas ficticias y comencé a andar entre mi habitación con pies de plomo. Apretaba el bate con fuerza y buscaba con cautela en cada rincón de mi cuarto con la mirada. Paso a paso, me deslicé hasta la ventana sin notar nada fuera de lo común. El PC estaba apagado con su respectivo orden… o desorden en el escritorio. En la cama yacía un tumulto de ropa limpia cubierta por la cobija y el closet abierto no dejaba oportunidad a que alguien pudiese esconderse dentro.
Quizás estaba siendo demasiado paranoica al respecto. La falta de sueño, el estrés y el hambre me podrían haber hecho una mala jugada. Quizás sí había abierto la ventana y quizás debería de cerrarla, comer y acostarme meditando si debería o no continuar jugando a tan altas horas. Tan solo quizás no era bueno para mi salud estar sentada frente a un monitor más horas de las que dormía.

Dulce enemistadWhere stories live. Discover now