32. Amor y admiración

50 11 0
                                    

Capítulo 32. Benjamin

27 de julio de 1916

Florencia

Una serie de imágenes corrieron ante sus ojos a toda velocidad.

«Hamish dijo que se había suicidado, pero no fue así...»

Eliah se imaginó a Hamish de niño, sujetando un revólver en dirección a su padre, asustado, confundido. Y si aquello no había sido un golpe suficientemente duro para él, luego se encontraría el cuerpo de éste. Vería ya con poco más de diez años la crueldad de la vida ante sus propios ojos, y sentiría que le habían abandonado, que se había quedado solo en el mundo.

No pudo evitar imaginarse entonces a Hamish, entrando por primera vez en el ejército y volviendo a coger un arma entre sus manos. Seguramente volvería a entrar en pánico, pero ya no podría negarse a disparar nunca más. Se pasaría los años posteriores disparando, matando y viendo cada día cómo la gente moría. Lo que de pequeño le había supuesto un trauma, se convertiría en su día a día. Poco a poco se olvidaría de los sentimientos de pena, de remordimiento, de compasión. No podía sentir esas cosas en medio de una guerra, y se convirtió en el Hamish despiadado y sin corazón que el general Benjamin había descrito. Una imagen de Hamish mirando a Benjamin, totalmente inexpresivo y abandonándole a su suerte acudió a su mente, más tarde, el momento en el que Venice Winter era fusilada por también él, y por último, y lo más desolador, Eliah se trasladó a sus recuerdos y vio cómo Hamish lo acorralaba por detrás en la tierra de nadie y clavaba un alambre de espinos en sus ojos. Hamish se había hecho inmune al dolor ajeno.

«Ese no es el hombre que yo conozco.» pensó Eliah con tristeza, sintiéndose cada vez más cruel por cómo había tratado a su amigo. Una oleada de emociones se arremolinó en su interior al pensar que no iba a verle nunca más, y se intensificó al comprender que iban a torturarle hasta matarlo.

En otro lugar de Florencia, se respiraba un ambiente cargado de tensión. En el interior de un viejo hospital que había sobrevivido a los bombardeos, el general Benjamin analizaba a Hamish, sentado en una silla, con diversos cables por todo el cuerpo y rodeado de máquinas.

─Vamos a persuadirle para que confiese sus crímenes ─había dicho en voz alta hacía varias horas el general, de modo que Hamish también lo oyera─, con la fuerza proporcional a su comportamiento y a los delitos que ha cometido. Esperemos que así se cure del "shell-shock".

Hamish no despegó los labios. No había emitido sonido alguno desde que salió de aquella casa, y Benjamin tampoco veía señales de que fuera a empezar a hacerlo.

Durante las innumerables ocasiones en las que se había imaginado aquel momento, cuando por fin Hamish pagaría por todo lo que le había hecho, Benjamin sentía un placer infinito. Pero los minutos pasaban lentamente y el general no experimentaba nada de eso. Ver a Hamish retorcerse de dolor con cada choque de electricidad no le daba ninguna satisfacción, al contrario, su frente comenzó a perlarse por el nerviosismo y el miedo. Al principio achacó esa reacción al horror de la escena, pero una terrible sensación de angustia se iba expandiendo por todo su cuerpo conforme pasaba el tiempo, con la vista fija en el prisionero. Hamish ni siquiera gritó o pidió ayuda como Benjamin había esperado. Simplemente se limitaba a apretar los dientes y cerrar los ojos con fuerza para aguantar el dolor, como si hubiera aceptado que merecía aquella tortura.

A medida que pasaban las horas y Hamish no respondía a las preguntas que se le hacían, o si únicamente decía alguna frase incoherente, Benjamin ordenaba a sus oficiales que subieran la potencia de las descargas eléctricas. Hamish se estremecía bajo las correas que lo sujetaban a la silla y de vez en cuando perdía el conocimiento. Pasado un tiempo, la habitación se quedó en completo silencio, sólo se escuchaban los chasquidos de la electricidad y los gemidos reprimidos de Hamish.

FAREWELL (NovelaTerminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora