49. final

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<< pov. aerin >>

Me revisé el cabello por tercera vez usando el reflejo de la ventana del pequeño café del puerto. Lo había trenzado dejando algunos finos mechones sueltos por el frente para enmarcar mi cara, pues si lo dejaba abajo era muy seguro que el viento lo arruinaría.

Gwaneumdo se había convertido en uno de nuestros destinos más habituales durante esta época del año. Los veranos aquí son muy calientes sin llegar a ser insoportables y la gente es muy hospitalaria. Además, por estas fechas tenían varias ferias para conmemorar distintas celebraciones del pueblo y no era un secreto que a mí me encantaban ese tipo de eventos.

Justo cuando empezaba a aburrirme me sobresalte al sentir dos brazos llegando de repente para sujetarme por detrás, rodeándome de la cintura. No me tardé en sonreír, pues ya podía saber quién era sin la necesidad de voltearme.

— Ahí estás.

Ya-ah, te he dicho que no llegues así, de la nada — dije, mientras él recargaba su mentón en mi hombro y me apretaba a su cuerpo. — Me asustaste.

— Así tendrás la conciencia.

Le di un ligero manotazo en el brazo, pero él besó mi mejilla con un beso tronado que me hizo reír. Luego me giré para quedar de frente.

— ¿En dónde estabas? Quedamos de vernos aquí hace quince minutos.

— No, acordamos vernos allá — Jungkook negó, para luego señalar un punto al final de la calle. — Además, tú me dijiste que no volviera sin un saco, ¿no? Tuve que ir a cuatro tiendas diferentes.

Sonreí más grande y acaricié su cuello.

— Me gusta. Luces guapo.

Suspiró.

— No me dices nada nuevo, pero tú sí que te mejoraste un poco — se puso a jugar con mi trenza y le echó un vistazo al sencillo vestido blanco que había encontrado en una tienda de segunda mano hace menos de una hora. — Te hacía falta una buena arreglada.

— Pero que bobo, ¿quién te crees? — me queje, haciéndolo reír. En tono de broma intenté alejarme de él pero no permitió que me distanciara. — ¡Suelta!

— Estoy jugando nada más, Aerin.

— Pues más te vale, que si no me saco esta cosa ahora mismo — señalé el anillo en mi dedo anular con el que él se me había propuesto esta misma mañana mientras desayunábamos a solas en la playa. — Te lo advierto.

— Ya. Claro.

— ¡Que si! Sabes de sobra que si me atrevería.

Alzó sus cejas.

— Entonces te buscaré uno más pequeño para que se atore y no puedas sacarlo jamás de tu mano.

Me reí, con él empezando a besarme sin parar las mejillas y la sien.

— ¡Basta ya, meloso!

— Te ves hermosa.

— Ajá, si — lo hice menos, pero rodeé su cuello con mis brazos. Él me miró, sonriendo dulcemente. — No intentes arreglar las cosas ahora.

— En serio — insistió, acariciando mi espalda. — Cuando te vi del otro lado de la calle tuve que detenerme un minuto para recuperar el aliento.

Le di un beso en los labios, contenta. Jungkook lo recibió con gusto y me siguió el gesto con ganas. No había nada mejor que besar su sonrisa.

— ¿A qué hora teníamos que estar en la iglesia? — pregunte, más despacio.

— A las tres.

Mis ojos se abrieron con sorpresa, pues podía ver el reloj en el centro de la plaza.

— ¡Solo faltan siete minutos!

— Ah, vaya... — miró lo que yo, detrás suyo.

Me tomó de la mano y los dos empezamos a correr al templo, calle arriba. Esta pequeña ciudad era famosa por sus caminos empedrados y rodeados de naturaleza. Era una bocanada de aire fresco, pues los edificios y construcciones estaban perfectamente equilibradas con la belleza de la flora de la zona.

Corrimos en medio de risas, pero cuando estuvimos a menos de una manzana de llegar, me solté de su agarre y me desvié al césped que había a la derecha. Parecía ser parte del jardín de la iglesia.

— ¿Qué haces? — preguntó Jungkook. — ¡Vámonos ya, Aerin!

— ¡No puedo dar el sí sin tener flores en las manos!

Me agache para empezar a arrancar algunas e ir juntando un improvisado ramo.

Aish...

A pesar de escucharlo suspirar no se tardó mucho en venir a ayudarme. Sonreí y le di un fugaz beso en la mejilla mientras lo veía juntar varias de las florecillas blancas que sabía me encantan. Sonrió apenas sintió el contacto de mis labios contra su piel.

Luego de un minuto estábamos en las puertas del templo. La única persona dentro era el maestro de ceremonias con un atuendo muy tradicional.

— Llegan tarde.

— Disculpe — dijo Jungkook, — fueron las condenadas flores...

El hombre miró el ramo en mi mano.

— Están bonitas. ¿Son de la florería al final de la calle? — ante aquella pregunta el chico y yo nos miramos de reojo como si fuéramos dos niños pillados en una travesura, pero nos las arreglamos casi telepáticamente para asentir al mismo tiempo. — Bien, pues comencemos. ¿Están listos?

Jungkook me tomó de la mano y la acercó a su pecho, entrelazando sus dedos con los míos.

— Desde siempre.

mar del este • jjk ✔️Where stories live. Discover now