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Lo que vio le sacudió igual que si una bomba hubiese estallado frente a sus ojos y sin embargo, no pensó, ni por un instante, que lo que estaba viendo pudiera ser una ilusión de su mente por el cansancio y los nervios.

En realidad, no pensó nada en absoluto.

Solo experimentó un sobresalto en su interior que le obligó a detenerse en el mismo umbral de la puerta. Y poco después, el golpe de su propio brazo cuando la mano resbaló del picaporte y se estrelló contra su cadera sin que él pudiera evitarlo. Más tarde recordaría que esas sensaciones las percibió ya desde un lugar lejano, como si estuviera fuera de sí mismo.

Su respiración se había parado pero no acusó la falta de aire. El primer pensamiento consciente que se manifestó en él fue una orden, simple y sencilla: Cierra la puerta.

Y él obedeció.

Escuchó un segundo pensamiento y ese fue el que le hizo empezar a volver en sí.

Nadie puede verla.

Porque si alguien la veía en su cuarto sin que hubiera entrado por la puerta principal, ¿cómo lo explicaría? Alguien sospecharía, alguien lo bastante astuto y retorcido podría incluso adivinar la verdad. Alguien malvado que supiera que ella le estaría buscando para recuperar un prodigio.

Un estremecimiento también le golpeó.

Puede que fuera el instinto de supervivencia que todos los seres humanos tienen dormido en su interior y que se activa cuando están en peligro. También lo hace cuando alguien amado está en problemas y por eso, la mente perdida, abrumada y agotada de Adrien despertó para pensar, antes que en cualquier otra cosa, en su primo.

Si Félix regresaba a la mansión en ese instante y la encontraba allí... ¿Sería capaz de adivinarlo?

—¿Marinette? —murmuró sin apenas voz. Porque era ella quien estaba encogida en el suelo, doblada sobre su estómago, con el rostro entre sus manos, agitándose en un desconsolador llanto que fluctuaba entre gemidos desgarradores y un histérico hipo. Era ella. Estaba seguro aunque no le viera la cara. Tikki, que flotaba sobre su cabeza, retiró la mirada cuando el chico la descubrió. Era ella. Adrien apretó los párpados, perplejo y repitió—. Marinette.

Se apoyó de nuevo en la madera y sintió un vértigo aterrador que se adueñó de su mente, ofreciéndole mil razones que negaban lo que sus ojos estaban viendo. Después, vinieron las evidencias que demostraban que sí, que todo era verdad. Y por último, los reproches. Letales y afilados contra él mismo, contra ella, contra todo el mundo. Sentía que todos se reían de él, casi podía oír las carcajadas como un coro macabro desde los rincones de ese cuarto.

Sin darse cuenta, alargó los dedos hasta el pomo y rozó su frialdad. Ya lo había agarrado cuando dentro de él surgió la idea de escapar.

Solo un momento se dijo. Necesitaba un momento a solas. Para encajarlo todo antes de que la cabeza le estallara. Tiró del pomo, la puerta se separó unos centímetros. Ella no me necesita... ¿o no me lo ha dejado bastante claro? Le sorprendió sentir de nuevo el enfado, como si solo hubiera estado escondido de él. La puerta se abrió un poco más, notó el movimiento del aire en su espalda.

¿Qué podría hacer yo ahora por ella?

¡Nada!

Nadie podía hacer nada. Todo había saltado por los aires... ¡Aire! Sí, necesitaba aire, necesitaba respirar, necesitaba...

MarinetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora