Capitulo cuarenta y siete

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Keyra Lombardi

Cuando entramos al apartamento de Arche, el silencio entre nosotros era tan denso que parecía otro ocupante en la habitación. No tenía ganas de hablar, y mucho menos con Zairo. Solo quería encontrar las cosas de Arche, salir de allí y terminar con esa interacción lo más rápido posible.

Recordé el primer día que llegué aquí, con la cabeza llena de ruido y el corazón pesando demasiado. Arche abrió la puerta con esa sonrisa despreocupada suya, mientras decía: "Bienvenida al refugio. Aquí todo está permitido menos las lágrimas sin motivo." Me hizo reír, aunque no tenía ganas. El sofá destartalado, las tazas desparejas de té, y la playlist infinita de música tranquila se convirtieron en mi nueva normalidad.

Entre sudaderas y bufandas, mis dedos toparon con algo familiar: una chaqueta.

Esa chaqueta

La sostuve un momento, mis dedos trazando las costuras como si así pudiera confirmar que era real. Estaba absorta en el recuerdo cuando la voz de Zairo me arrancó de golpe de mis pensamientos.

-¿De quién es esa? -preguntó, y al girarme, vi que su mirada estaba fija en la chaqueta.

Tragué saliva y traté de sonar indiferente.

-De alguien que me ayudó.

Zairo arqueó una ceja, una expresión mezcla de burla e interés. Dio un paso hacia mí, su presencia llenando el espacio como si quisiera aplastarme con su intensidad.

-Sí, cómo olvidar aquella noche, ¿no? Castaña.

Mi corazón se detuvo por un segundo. ¿Qué? ¿Qué acababa de decir?

-¿Qué dijiste? -pregunté, sintiendo cómo mi voz salía más débil de lo que quería.

Zairo sonrió, esa sonrisa que siempre parecía esconder algo más.

-Aquella noche. No me digas que no lo recuerdas. Fue interesante, ¿no?

-¿Tú...? -balbuceé, pero las palabras se me atoraron en la garganta.

Mi mente iba a mil por hora, tratando de conectar las piezas. Esa noche había sido un caos, un borrón, una mezcla de frío, vergüenza y gratitud hacia un desconocido que me había ayudado sin esperar nada a cambio. Pero si Zairo sabía esos detalles...

Lo miré, con el pecho apretado por la confusión y el asombro.

-¿Fuiste tú? -pregunté al fin, mi voz apenas un susurro.

Zairo mantuvo su típica expresión tranquila, pero sus ojos brillaban con algo que no pude descifrar. Dio un paso más cerca, reduciendo el espacio entre nosotros, y su sonrisa se amplió, juguetona y misteriosa.

-¿Quién más podría ser? -dijo, inclinando ligeramente la cabeza. Luego, con un tono que era más suave de lo que esperaba, añadió-: Te veías hermosa esa noche.

Mi respiración se detuvo. Las palabras me golpearon con la fuerza de un recuerdo demasiado claro. ¿Hermosa? ¿Esa noche?

-¿Tú me salvaste? -pregunté, el recuerdo aún fresco en mi mente mientras miraba a Zairo con incredulidad.

Él inclinó la cabeza, su sonrisa era tranquila, casi indulgente.

-Siempre lo haría, amor.

Mi pecho se apretó con una mezcla de emociones. Esa noche no había sido solo caos; había sido el momento en que alguien, sin motivo aparente, decidió quedarse conmigo, incluso cuando yo apenas podía sostenerme. Zairo había estado allí, incluso cuando yo pensaba que estaba sola.

Aquel momento de claridad vino después del caos. Zairo no solo había estado ahí para sostenerme, sino que también había sido quien se encargó de hacer algo que yo ni siquiera sabía que necesitaba.

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