Capítulo trece

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Keyra Lombardi

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Keyra Lombardi

30 de junio del 2018

Al abrir la puerta de mi oficina, el aroma inconfundible de los girasoles invadió el ambiente antes de que siquiera tuviera tiempo de darme cuenta de su presencia. Un ramo voluminoso y vibrante de girasoles estaba esperándome sobre el escritorio, como una especie de saludo silencioso. Me detuve, mirando las flores con incredulidad y una mezcla de emociones que apenas podía identificar. No era solo la sorpresa, sino la molesta familiaridad del gesto. Sabía exactamente de quién venían, y eso me irritaba más de lo que quería admitir.

Zairo. Solo él podía pensar en enviarme algo así después de todo lo que había pasado entre nosotros. Tras nuestro rompimiento, había jurado mantenerme profesional en la oficina y no involucrarme en sus juegos emocionales. Este ramo era precisamente eso: otro intento suyo de mantenerme atada de alguna forma, de jugar con mi mente. Miré los girasoles con desdén, pensando en el atrevimiento de Zairo, y sin pensarlo dos veces, agarré el ramo con una decisión que me impulsó a cruzar la oficina con el único propósito de tirárselo en la cara.

El silencio de la oficina se vio interrumpido por mis pasos rápidos y firmes. Mis compañeros alzaron la vista mientras cruzaba el pasillo, algunos con curiosidad, otros con sorpresa. Sabía que no era la mejor forma de actuar, que lo correcto sería ignorarlo y seguir adelante, pero había algo en ese gesto, en el descaro de esos girasoles, que me hacía hervir de rabia.

En cuanto llegué al área de administración, vi a Dante revisando algunos documentos. Desde que él había reemplazado a Jacob, habíamos tenido una relación de trabajo relativamente cordial. Sin embargo, hoy no estaba para charlas ni para intercambiar amabilidades.

—Dante —lo llamé, deteniéndome frente a su escritorio con el ramo de girasoles aún en la mano.

Él levantó la mirada, notando de inmediato las flores y mi expresión nada amigable.

—¿Keyra? ¿Todo bien? —preguntó, con un dejo de incertidumbre en la voz.

—¿Dónde está Zairo? —inquirí, sin rodeos.

Dante parpadeó, claramente sorprendido por mi tono directo. Sabía que en otras circunstancias jamás me vería así, tan alterada y dispuesta a enfrentarme a nuestro jefe, pero no podía detenerme ahora. Tenía que enfrentarlo, tenía que dejarle claro que sus intentos de manipulación no iban a funcionar.

—Él está en su oficina, creo que solo —respondió, señalando hacia el final del pasillo—. ¿Necesitas que le diga algo?

—No hace falta —contesté, ya caminando hacia la puerta que había indicado.

No me molesté en tocar ni en anunciarme. Simplemente abrí la puerta, interrumpiendo el silencio de su oficina. Zairo levantó la vista, primero sorprendido por mi entrada repentina, y luego esbozó una sonrisa tranquila, esa sonrisa que siempre parecía estar cargada de algún significado oculto.

IndelebleWhere stories live. Discover now