Capítulo II: Revelación.

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“Lo que del hombre sale, es lo que lo contamina.  Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia y la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre.

-Marcos 7:20-23


De pronto Brant sintió una corriente fría recorrer todo su cuerpo y una sensación de terror apoderándose de él, “¿Cómo lo supo?” pensó, y sus pupilas se dilataron al ver esa figura sombría. Aun así, frunció un tanto su ceño, demostrando voluntad para defenderse él mismo, al trono de Tzevaoh y a la tierra de la voluntad maldita de Jhooth.
Inmediatamente y casi por inercia, Azai alza su arma, una lanza dorada, y se pone en frente de él con su cuerpo grande y macizo —algo distinto a muchos de los ángeles—, mientras mira fijamente a Jhooth y le advierte que retroceda si quería continuar hablando, a lo que Jhooth sólo reacciona tocando el arma divina suavemente y bajándola, haciendo así que Brant retroceda un minúsculo paso.
—Vaya, parece que este chico no es tan valiente, después de todo —ríe—. ¿En qué iba? Ah, sí —se sienta en el respaldo derecho del trono de Tzevaoh, mientras Brant, Azai, Tzevaoh y los ángeles lo observan en silencio—, te traigo información de lo que sucede abajo, Padre.
—¿Y cuál sería esa información? —se alza un tercer ángel, uno de los que estaba con Brant, manteniendo una postura firme y sin alzar ningún arma ni mostrar sus alas—.
—Cuánto tiempo, Kefas —saluda Jhooth—. Siempre es un agrado verte, pero ahora, si me disculpas, estoy hablando con mi Padre. Y tal vez con Brant.
—¿Cómo sabes mi nombre? —interviene Brant—.
—¿Qué acaso no sabes que sabemos los nombres de todos ustedes en la tierra? ¿Qué les enseñan ahora en sus escuelas?
—¡BASTA! –grita Tzevaoh y se acerca rápidamente a Jhooth, causando una ráfaga de viento que se llevaría hasta el edificio más resistente de todos— ¡Dime de una vez lo que sea que vayas a decir y vete de estos terrenos sagrados, que tu presencia no es querida aquí!
—Está bien, pero no te alteres así, que espantarás al chico —dice, en forma burlona, y luego san un leve suspiro—. Bien, a lo que venía. Supongo que ya sabes sobre lo que está pasando abajo, ¿no?
—Así es.
—Bien, vengo a contarte sobre la causa de eso.
—¿Crees saber más que mi omnisciencia, Rey del Sheol?
—¿Sabes qué lo originó? —Tzevaoh hace un silencio que dura unos segundos, mientras Brant y los ángeles lo miran con preocupación—. Creo que tu omnisciencia no lo sabe todo, Padre. Verás…
—¡Basta de tus insolencias, embustero, y habla!
—A eso iba, Tzeeva —hace una pausa y dirige su mirada a Brant, que empieza a ver una suerte de rostro en él también—. Vaya, parece que él está empezando a creerme —ríe—.
—Tsk… Sólo habla, ¿quieres?
—Jé. Supongo que de verdad la omnisciencia de Tzevaoh no lo sabe todo. Bueno, Brant; Padre, ¿han visto lo que se ha ido guardando a través de todos estos años en los humanos?
—¿De qué hablas? —pregunta Brant—.
—Odio —responde tajantemente Tzevaoh—.
—¿Odio?
—Exacto —interviene Jhooth—. Odio. Lo he visto. He andado entre ellos. Cada vez han ido acumulando más odio, y ese odio eventualmente se saldría de control, ¿cierto, Padre? Sabías que se saldría de control, era algo obvio.
—No… Esto no se supone que debía pasar… Tú…
—¿No? Pero tú les diste su capacidad de elegir, les diste la libertad que creíste que necesitarían para ser mejores, ¿o estoy errado?
—¡Ya es suficiente! —grita nuevamente Tzevaoh— ¡No soportaré que vengas a mis terrenos y llenes las mentes de mis ángeles con tus mentiras!
—Sabes perfectamente que no son mentiras, Padre, sino yo no habría podido llegar aquí.
Tzevaoh titubea, mostrando por primera vez un gesto de duda, y la expresión burlona de Jhooth cambia totalmente a una de seriedad. Brant, intentando negarse a creer lo que el Rey del Sheol decía, se aleja lentamente de la realidad que ha visto toda su vida:
Guerras sin fin esparciéndose por el mundo, discursos de odio desde la religión y hacia ésta, política de exclusión hacia sectores mal llamados minoritarios, el rechazo y violentación a las ideas diferentes. Brant, abrumado por estos pensamientos, se tambalea hacia un lado, sintiendo su vista volverse borrosa y se apoya en el costado del trono.
Por su parte, los ángeles se inquietan y miran a Tzevaoh, luego Azai y Kefas bajan sus miradas, resignados a la verdad que salía de la boca de Jhooth.
—Todo lo que dices es mentira —replica Tzevaoh— yo no causé esto. Me niego a ser el responsable de toda esa destrucción.
—Oh, pero lo eres, Padre —repite Jhooth—.
—Tiene razón —interviene Kefas. Tzevaoh y Brant lo miran perplejos, ¿pues cuándo un ángel se había revelado así a la palabra de su Señor? —. Usted causó todo esto, Padre.
—Tú… —Tzevaoh se abalanza sobre el ángel con su mano alzada y lista para dar un golpe, dispuesto a disparar toda su furia sobre él; pero en ese momento, es detenido por Azai empuñando su lanza celestial, quién mira a Tzevaoh directamente a los ojos ante las miradas atónitas de Brant, Jerahmeel y los demás ángeles— ¿También te rebelas, Azai?
—Al contrario, Señor. No es una rebelión, es aceptar la verdad como es —Azai baja su lanza, aun manteniendo su mirada fija en Tzevaoh—. Usted hace demasiado tiempo los dejó libres, sin ninguna clase de juicio sobre sus acciones. Eso desencadenó todo lo que está pasando ahora. Y hay que corregirlo.
Tzevaoh, hirviendo en cólera, le da un golpe con su antebrazo en la cara a Azai, pero éste, para sorpresa de Brant, Jerahmeel y los demás ángeles —excepto de Kefas y Jhooth— no se movió un centímetro de su posición, demostrando su convicción ante sus palabras, pero habiendo Tzevaoh dejado un mensaje más que claro. En ese momento, Jhooth se levanta del respaldo del trono riendo, camina entre Tzevaoh y los ángeles y, sin más, su risa se detiene en seco.
—Hay que hacer algo —dijo, sin mirar a los que había dejado atrás—. Ya es muy tarde para corregirlos, ahora hay que actuar, y eliminarlos de ser necesario. Ya sabes, como lo hiciste muchas veces antes —se abre un portal de humo y cenizas frente a él y se detiene un segundo antes de cruzarlo—. Si quieres (o necesitas) mi ayuda, ya sabes dónde encontrarme.
—Ángeles —dijo Tzevaoh— ¡deténganlo y llévenlo adónde no vuelva a salir jamás a ver la luz del sol!
Inmediatamente después de esas palabras, los ángeles se abalanzaron sobre Jhooth, cruzando el portal con él y cerrándolo detrás suyo mientras Tzevaoh desaparece entre las nubes que lo separaban de la tierra. Brant corre para intentar cruzarlo antes que se cierre, pero es detenido por Kefas antes de poder alcanzar a la masa de criaturas celestiales que se acababa de marchar.
—No te conviene ir allá, chico.
—Necesito ir. Quiero saber cómo detener esto.
—No puedes. En el momento en que Jhooth atravesó la barrera que separa al Sheol del Reino Sagrado de Samia, esto pasó a estar más allá de cualquier humano vivo, muerto o nonato. Lo siento.
—Llévame con Jhooth.
—¿Para qué quieres ir con él? Ni aunque te diera poder podrías…
—Él sabe cosas que al parecer Tzevaoh ignora. Eso dice que Tzevaoh no es tan omnisciente como dice, o que Jhooth realmente sabe ocultar muy bien las cosas de sus ojos. Además, parece que ustedes dos han compartido cosas con él, así que pueden llevarme. Háganlo.
—No es tan simple como…
—Basta de rodeos, Kefas. Sólo llevémoslo y que lo vea con sus ojos.
—¿Crees que lo encontremos luego de la arremetida de los otros ángeles?
—Vamos, Kefas, estamos hablando de Jhooth. Además, recuerda a qué lugar fueron a parar a través de ese portal. ¿Crees que puedan combatir con él y aprisionarlo en su propio Reino?
—Tienes razón —dijo Kefas, ante la mirada confundida pero decidida de Brant. Luego da una breve risa y mira al chico—. ¿De verdad quieres ir?
—¿Hay alguna duda?
—Bien.
Azai y Kefas se ponen uno frente al otro y toman sus manos. Acto seguido, empiezan a recitar unos versos en una legua que Brant jamás había escuchado antes.
—Jahmül saete kinkrann ramal —recitan, mientras sus ojos comienzan a cubrirse de un negro abismal que refleja lo que hay en el Sheol—. Läomm niek-s-haba krull ralam —Brant observa cómo empieza a aparecer frente a ellos un portal similar al que usara Jhooth para transportarse hace un momento, a la par que a Azai y Kefas les empezaban a aparecer unas alas hechas casi completamente de sangre y el largo cabello de Kefas se para de ser dorado a negro en un segundo—. Neol Sakar Iet Sheol Haa Karhaas!
Al terminar esa frase, los ojos de Azai y Kefas vuelven a la normalidad, sus alas desaparecen, el cabello de Kefas vuelve a teñirse de oro y el portal yace completamente erguido delante de ellos, mostrando parte del Sheol. La mirada de Brant se torna llena de duda sobre la procedencia de aquellos ángeles que acababan de destrozar cada palabra de Tzevaoh como si nada y, además creado ese portal directo al hogar de Jhooth.
—¿Aún quieres ir, chico? —pregunta Azai—.
—Absolutamente.
—Bien, nosotros te acompañaremos allá abajo —dice Kefas—.
—Me parece bien.
Brant, acompañado por los ángeles, se adentra al portal que lo llevaría directamente al Sheol. Se pregunta si Jhooth le podría dar las respuestas que busca, y más aún, ¿estaría el Rey del Sheol dispuesto a ayudarlo a detener lo que sucedía en la tierra y salvarla?

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