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- Alec.- lo llamé viéndolo, me ignoró recibiendo de nuevo sus tarjetas.- Alec.- repetí.

- Ve a tu habitación, Brie.- dijo comenzando a alejarse del mostrador.

Fruncí el ceño siguiéndolo.

¿Ahora pretendía ignorarme? ¿Ignorar lo que acaba de pasar? ¿Por qué de repente se comportaba así?

Lo seguí por el pasillo hasta el ascensor, donde presionaba un botón con la misma paciencia usual de él, su mandíbula se tensó al ver que caminaba hacía él.

Definitivamente no había pensado lo suficientemente bien antes de entrar ahí, ya que, por más alto que fuera y más ventaja me llevara antes de entrar yo llegué antes que se cerraran las puertas.

- Dijiste que esto lo había pagado el hospital.- reproché viendo como se cerraban las puertas.

Su silencio me irritó, me planté frente a él como si no midiera al menos veinte centímetros menos.

- Alec, respóndeme.- exigí cruzandome de brazos.

En lo que pareció menos de un minuto desde que entré las puertas del ascensor volvieron a abrirse y él me rodeó.

- ¡No! ¡Alec!- exclamé siguiéndolo.

Llegué a la puerta justo cuando él intentaba cerrarla, me anterpuse impidiéndole hacerlo, gracias a Dios él no ejerció fuerza porque me hubiera hecho daño, me planté frente a él en su habitación.

- Pagaste por esto.- hice un círculo a mi alrededor, él seguía ignorando mi mirada.- Alec, no me devuelvas la ley del hielo.- me crucé del brazos, noté las comisuras de sus labios levantándose ligeramente.

Sentí un extraño impulso de acercarme a él, temerosamente dejé mi mano en su hombro, él la miró antes de al fin encontrar mi mirada.

- ¿Por qué?- fruncí el ceño, relamió sus dientes como decidiendo si hablar o no, lo miré implorante.

- ¿No lo puedes asumir?- habló, fruncí un poco el ceño.- Es por lo que crees, Brie.

Se formó un nudo en mi garganta, me había forzado a pensar todos estos días que para él no era más que una niña molesta a quien tuvo que cuidar en sus rotaciones, no quería creer que él era capaz de sentir lo mismo, la baja de autoestima que me habían provocado mis propios pensamientos. Todo vino a mi repentíneamente.

¿Era lo que yo creía? ¿Me había traído aquí para pasar tiempo conmigo? Podía hacerlo en San Francisco, pero había elegido pagar por traerme a una convención en la que él sería orador.

¿Trataba de impresionarme con ello o algo así?

- ¿P... Por qué?- pregunté ladeando la cabeza, soltó una risa irónica.

- Brie, tengo treinta y tres años y mi vida es tan deprimente que solo puedo gastar el dinero en mi perro. Y te ves terriblemente hermosa cuando pides algo o cuando te lo dan, me encanta verte sonreír.

Eso último provocó un vuelco en mi corazón.

Dudosamente acerqué mi rostro al suyo, como dándole tiempo a que se echara hacía atrás, el vacío en mi estómago terminó (o aumentó) cuando sus labios se movieron correspondiendo el beso.

Moví mi otra mano a su hombro, buscando sentirlo más cerca, dicha cercanía rota cuando rompió el beso.

- No te traje esperando algo.- dijo buscando alejarse.

- Lo sé.- respondí relamiendo mis labios, viéndolo a los ojos.

Ellos reflejaban su conflicto interno, decidiendo si me volvía a besar, moví mis manos en sus hombros.

Lecciones del corazónWhere stories live. Discover now