Ya nada es igual

505 21 0
                                    


Hoy la volví a ver, y ya nada es igual.

Eran las 8 cuando me levanté esta mañana, y por cómo me sentía y el malestar que me azotaba, estaba convencida de que hoy no iba a aguantar hasta la hora que es, para por fin poder llevar al día éste diario. Y sin embargo aquí estoy.

Ya casi son las 00:30 de la madrugada, y aunque debería estar durmiendo y descansando, me es imposible hacerlo si antes no logro desprenderme de todo lo que me ronda por la cabeza, y de los nervios y la ilusión que desde ésta mañana, me tienen en otro mundo.

He pasado los últimos 8 días en Ohio, en la casa de mis padres, y aunque mi intención era describir lo que he vivido al estar con ellos, tras los acontecimientos que he vivido hoy, prefiero dejarlos aparte de este diario y centrarme más en la idea principal. Tampoco es que estando con ellos haya vivido mil y una aventuras, la verdad. Me he pasado prácticamente los 8 días alejada del mundo, relajándome, descansando como nunca lo había hecho, y tratando de poner en orden mi mente para lo que me queda por afrontar. También he aprovechado para informar a mis padres acerca de mi enfermedad, y ahí ha sido cuando la calma se me ha acabado. Se han molestado bastante con el hecho de que los hubiese mantenido al margen durante todo éste tiempo, y aunque he tratado de convencerlos de que no era un asunto lo suficientemente grave como para tener que decírselo, y que todo estaba relativamente controlado, ya han empezado a tomar cartas en el asunto, y hasta planean hacer turnos para venir a pasar algunas temporadas conmigo. En cierto modo lo comprendo, son padres, soy su única hija y estamos a más de 800 kilómetros de distancia. Motivos suficientes para que un Garzon entre en drama, sin duda. Pero a mí no me viene nada bien saber que en cualquier momento puedan aparecer en mi casa y convertirse en los cuidadores intensos que suelen ser cuando me pongo enferma. Mas que un alivio para mí, es una inquietud, y ya estoy viviendo suficientes situaciones inquietantes en mi vida como para andar preocupándome por esa.

No fue mía la decisión de pasar esos días en casa de mis padres. Fue Alex, como siempre, la que me lo sugirió después de contarle lo que me sucedió con Daniela en la casita del Rio Hudson, justo el día después de regresar. Y lo cierto es que por entonces no le conté todo, solo lo que a mí me interesó que ella supiera para saciar su curiosidad. Básicamente le dije que ambas nos habíamos confesado que nos pasaban cosas, y teníamos dudas que ni siquiera sabíamos cómo resolver. Poco más, omití por supuesto contarle que nos besamos, más que nada porque necesitaba que ella me diese alguna opinión lógica, y no que me incentivara a lanzarme de cabeza, como habría hecho de haberlo sabido.

Mi cabeza aquella noche era un completo caos después de hablar por teléfono con Daniela por el tema de su agenda olvidada, y por supuesto por nuestro beso y la actitud que mantuvimos durante el regreso a Manhattan. Esa noche apenas logré pegar ojo rememorando una y otra vez todas las conversaciones que tuvimos, nuestros cambios drásticos de humor y el beso. No se me iba de la cabeza, ni entonces ni ahora, claro. Y solo Alex logró ayudarme de alguna forma tras darle mi explicación conveniente; Necesitaba alejarme y tomar algo de distancia para aclararme, y aprovechando que Daniela aquellos días no iba a estar tampoco en la ciudad, al menos eso me dijo, pues tomé la decisión que me llevó a la casa de mis padres.

Regresé ayer domingo por la tarde, y lo primero que hizo Alex fue pedirme un favor que de nuevo me iba a mantener toda la noche sin dormir; Estaba enferma, llevaba un par de días con síntomas de gripe y quería que yo le acompañase al hospital, porque ya sabéis que ella y los hospitales no se llevan del todo bien.

Pues bien, lógicamente acepté a acompañarla, y no solo porque me lo pidiese, sino porque era la primera vez desde que la conozco, que debía sentirse lo suficientemente mal como para tomar la decisión de ir al hospital. No podía dejarla sola, por supuesto. Y allí nos plantamos las dos. Eran casi las nueve de la mañana cuando llegamos al centro. Ella con algunas décimas de fiebre y unas ojeras que le llegaban hasta los pies, y yo con un revoltijo de nervios cerrándome el estómago y el cansancio habitual que venía padeciendo desde que enfermé, al que le tuve que sumar un dolor continuo en las piernas y la cabeza, que había sustituido a mis cambios bruscos hormonales. La verdad es que prefiero mil veces despertarme en mitad de la madrugada por culpa de mi libido, a hacerlo por el desesperante dolor de piernas que me traen los nuevos efectos secundarios del tratamiento.

EN TUS MANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora