31 | Espero que esta noche disfruten el concierto

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Tristan

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Tristan

A dos semanas del arresto de Oliver Bruce, la incertidumbre e inseguridad no hacían más que aumentar y el estrés amenazaba mis límites. No había noticias por parte de la policía, solo sabía una cosa gracias a Caleb: habían conseguido la autorización para interrogar a mi madre, pero aquello acabó siendo casi tan inútil como hablar con una pared; Emily no dijo nada que ya no supieran los oficiales. Por esa razón él me condujo hasta el Centro en donde se encontraba internada, luego de coordinar una visita después de un par de insistencias y quizás, incluso, un soborno.

Tal como Caleb le había prometido al abuelo, el recinto se encontraba protegido por dos equipos de seguridad externos, además de los guardias internos.

Pasamos el procedimiento correspondiente para demostrar que no llevábamos ningún objeto que pudiera poner en riesgo a los pacientes y sus tratamientos, tomaron nuestros datos, y una enfermera nos guio por un largo pasillo de paredes blancas y suelo color crema en el que nuestros zapatos provocaban el único sonido presente en el lugar.

La mujer introdujo una tarjeta en la cerradura de una puerta gris y con su mano nos indicó que entrásemos.

—Tomen asiento, por favor —dijo con una sonrisa, señalando un sofá—. En unos minutos vendrá Emily junto a su psiquiatra. En este momento debe estar en el patio.

Nos sentamos y me quedé inmóvil mientras observaba lo poco que tenía para entregarle aquella habitación a mi vista: un sillón recargado en la pared frente a mí y un escritorio junto a dos sillas.

Intenté imaginar a mi madre ahí, conversando con su psiquiatra. Era cierto que había pasado gran parte de mi vida bajo el mismo techo que ella, pero podía asegurar que no la conocía en absoluto, por lo que mi mente apenas tenía información que sirviera para imaginar el tipo de charlas que quizás tenían. Cada vez que compartíamos espacio, Emily estaba demasiado drogada o ebria como para mantener un diálogo decente. Solía tener tres facetas: aquella en la que la cosa más mínima le enfurecía; la que la cosa más estúpida le parecía graciosa; y la que la transformaba en un ente carente de conciencia y simplemente se perdía.

Me giré hacia la puerta cuando fue abierta y apareció ella, con aquel pelo rubio intacto, la característica palidez de su rostro y la mirada verde apagada. A simple vista, no podía asegurar que las semanas que llevaba en el Centro al menos le hubieran cambiado la apariencia, lucía tal como la recordaba, igual de cercana a la muerte.

Le impidió la entrada a su psiquiatra cuando posó sus ojos en mí y me observó como si hubiese visto a un fantasma. Durante lo que se sintió como un minuto, todo lo que hizo fue detallar mi rostro desde la distancia, sin pestañear ni dar ningún paso más. Desconocía si su psiquiatra sabía de mi existencia, pero no hizo nada para que siguiera caminando, simplemente la esperó hasta que decidió moverse para ocupar el sillón frente a nosotros.

—Estaré bien —les dijo Emily a ambas, aún con su mirada fija en mí—. ¿Pueden dejarnos a solas?

—Claro —respondió su psiquiatra, y me regaló una leve sonrisa—. Estaremos en el pasillo.

Entre letras y notasWhere stories live. Discover now