❀ 𝟶𝟻. -𝙵𝚕𝚘𝚛𝚊.

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Agradezco que no pueda ver mi cara a través del teléfono. Porque sus palabras me rompen por completo.

—¿Daniel...? Dios...—cierro los ojos intentando retener las lágrimas.

—Sé... honesta, por favor.—dice con la voz temblorosa.

—Dame unos minutos, por favor. Estoy intentando procesar lo que me acabas de decir...—dejo el teléfono en la mesa y me tapo la cara con las manos.

¿Cómo puede sentirse un fracaso? ¿Estamos tontos? ¡Hablamos de Daniel Joseph Ricciardo! Un piloto carismático, inteligente, mañoso, persistente, divertido... Le sigo desde prácticamente sus comienzos en Red Bull, mi padre siempre ha sido un tifosi en toda regla, que nunca ha dudado en apostar (no en un sentido literal) por las nuevas y jóvenes promesas del deporte, como en su momento lo fueron George Russell, Lando Norris, Charles Leclerc...

Y aunque hayan habido miles de rostros durante estos años, para mí, ese carismático australiano de ojos brillantes y sueños a su nivel de campeón, era el único. Donde estuviera Daniel, que se quite lo demás. Y lo mantengo, y lo haré hasta el final de mis días.

Dos minutos de silencio puro, bastan para que Daniel pronuncie de nuevo mi nombre

—¿Sigues ahí, Flora?

—Siempre he estado.—ahora el forma otro silencio—¿Cómo me puedes preguntar si sigues siendo relevante en el mundo del automovilismo?

—Me temo que ya no lo soy.

—¡No! ¡Ni lo pienses! ¡No repitas... algo así... nunca, Daniel por dios! ¡Sabes perfectamente que hay otros pilotos irrelevantes en la parrilla de salida, y que desde luego, tú nunca serás uno de ellos!—escucho un suspiro—¿Qué te hace pensar esto, Daniel?

—Los comentarios, el odio...

—¿Desde cuando el odio es relevante?

—Desde que pesa más que lo bonito, y lleva tiempo siendo así.

¡Cariño, la comida ya está servida!—grita mi madre.

—Daniel, debo irme, mi madre me está llamando para comer. Pero siempre que necesites hablar, sea de lo que sea, cuenta conmigo. Necesito que borres todas esas dudas de tu cabeza. Vales oro, y quienes te seguimos desde hace años sabemos de qué madera estás hecho.

—Gracias por estar siempre, Flora. Saluda a tus padres de mi parte.

—Lo haré, ¿harás tú lo que te he pedido?

—Lo tendré en cuenta. ¿Flora?

—Dime, Daniel.

—Yo... Nada, debo irme yo también. Gracias, en serio.—cuelga.

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don't be so hard on yourself-daniel ricciardo.Where stories live. Discover now