HuaHua.

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En medio de sus juegos infantiles, un niño corría inconscientemente hacia el bosque, un adulto lo pescó y le advirtió: – ¡Ahí no! Es donde vive esa horrible criatura sin rostro.

–Dicen que puede matar con la mirada– intervino otro adulto.

–No se sabe cuántos años lleva viviendo en el bosque, lo que sí se sabe es que es un monstruo– se fue reuniendo más gente.

–Desearía que alguien acabe con su existencia– concluyó una mujer.

... ... ...

Cansado de andar, un pequeño andrajoso con el pelo seco de tierra colapsó en medio de un bosque de quién sabe dónde. Mantenía los ojos abiertos, incapaz de siquiera mover sus pupilas. Su aspecto predicaba que pronto exhalaría su último aliento.

Las hojas crujieron, alguien se acercaba, aunque al niño no le servía de nada saberlo. El extraño se puso a la altura del niño lo más que pudo, le dio de beber y también le ofreció dulces y jugosas frutas. La refrescante agua le devolvió la vida y los bocados le devolvieron la energía que le faltaba. Se sentó a comer, sin mucho interés en un principio, no en la comida. Mientras masticaba, no paraba de observar a su tan extraño salvador. Vestía ropas fúnebres y una máscara cubría su rostro, pero podía sentir que un par de ojos lo miraban fijamente. Tuvo miedo, y su silencio sólo empeoraba las cosas.

Música, risas y gritos de alegría irrumpieron en la oscuridad del bosque. El niño se distrajo.

–Celebran las fiestas del pueblo– oyó la voz del hombre, una joven voz.

El niño casi lamentó darle la espalda, aun si fue por unos segundos.

–Es un pueblo hermoso, con gente buena; si vas con ellos, encontrarás un hogar. Te acompañaré.

El niño negó con la cabeza. Temeroso, dio unos pasos y se detuvo a ver atrás, el hombre vestido de blanco permanecía en el mismo sitio. El niño aprovechó y caminó más rápido. El ojo derecho del niño lo cubría su cabello, que era lo suficientemente largo, y aun así se llevó una mano para esconderlo.

Las personas del pueblo bailaban al ritmo de la música interpretada por otros pueblerinos, las mesas repletas de comida y las escandalosas pláticas no faltaban, nadie quedaba exento de divertirse. De un segundo a otro el silencio se apoderó de todos, una a una las miradas se posaron en el niño andrajoso a la entrada del bosque. De nuevo, el niño experimentó el rechazo de la humanidad.

–E-es el monstruo...– se atrevió a decir una mujer.

El niño miró atrás. Las miradas estaban dirigidas al hombre de la máscara que estaba de pie a escasos metros detrás de él. El hombre comenzó a reír de forma siniestra, siniestra porque no era lo que uno esperaría de un ser misterioso, sonaba elegante y educado, con una mezcla de desprecio.

Gege ya no es virgen. | TGCF | - 6Donde viven las historias. Descúbrelo ahora