XLII

702 76 6
                                    

LISA

Podría caer un jarrón sobre el asfalto y sería más silencioso que la tensión que abarrota esta casa, que el pandemónium dentro de mi cabeza.

Como si se sorprendiera a sí misma con la acusación, Sana jadea, agarrándose el pecho.

Ahí está, ángel —el titiritero le frota el brazo— Déjalo salir.

Me aprieto los dedos en las sienes mientras asimilo todo lo que se está desarrollando. Yo no...

—Sana, tú no tienes familia, y yo no he matado a nadie en mi vida.

¿Se ha vuelto loca? ¿Mi mujer ha perdido la cabeza y yo no he tenido ni idea? ¿Demasiado consumida por mi propio trauma para darme cuenta del suyo? Tuvo que volverse loca para alinearse voluntariamente con el titiritero.

—El 2 de noviembre de 2010 —susurra.

Es una fecha que no significaría nada para nadie más que para mí. ¿Cómo sabe ella esa fecha?

—Tú y tu hermano estaban conduciendo a casa desde una fiesta. Tzuyu Minatozaki volvía caminando de la casa de un amigo. Mientras ella cruzaba la calle, tú no se molestaste en parar, atropellándola sin una sola marca de derrape.

No. No. No.

—Tenía trece años, y lo más triste de todo es que no murió al instante. Si hubieras llamado al 911 antes de llamar a tu viejo y querido papá, Tzuyu podría seguir aquí hoy.

No. Esto no tiene sentido. Nunca le conté a Sana sobre esa noche, nunca le confié a nadie. Y mi padre pagó cantidades exorbitantes de dinero para mantener nuestros nombres fuera de la prensa.

—¿Cómo sabes algo de esto? Eres Sana Pyne. Eres mi esposa. Creciste en una casa de acogida. Tus padres murieron cuando tenías cinco años.

Una opacidad le arrebata los ojos.

—Después de perder a Tzuyu, mis padres entraron en una espiral. Mi padre tenía un amigo en el departamento de policía que le dio los informes, tu nombre, pero sabiendo quién es tu familia, sabía que no podíamos permitirnos ir por ti. No pudo soportar la pérdida, la impotencia de no poder buscar justicia para su niña. Cayó en una fuerte depresión, se negó a salir de su cama, perdió su trabajo. El matrimonio de mis padres se desmoronó. Al cabo de un año se metió una bala en la cabeza. Mi madre no tardó en seguirle, bebiendo hasta la muerte. Tenía quince años cuando Tzuyu murió, diecisiete cuando perdí al resto de mi familia.

—Sana... —digo.

—Así que, sí. Soy huérfana. No te he mentido sobre eso, y estuve en una casa de acogida, pero sólo fue durante un año, no durante la mayor parte de mi vida. En cuanto cumplí dieciocho años, tomé las riendas de mi vida. Conseguí el trabajo de anfitriona en ese pequeño restaurante italiano del que te hablé, y me valí por mí misma. Y entonces, por un retorcido giro del destino, un día te vi haciendo la compra en Sprouts en el centro. Hacía tanto tiempo que no veía una foto tuya. No estaba segura de que fueras tú, así que te seguí a casa e investigué más en Internet. Día tras día, fui conociendo tu rutina, para poder toparme contigo o crear un encuentro orgánico.

Sus ojos marrones y traviesos al otro lado de la mesa del café centellean en mi mente.

—Ese día en la cafetería.

—Nadie me estaba molestando, sólo necesitaba llamar tu atención.

—¿Por qué no te enfrentaste a mí? ¿Hablar conmigo? Podríamos haber resuelto esto. No sabes la historia completa.

Puppets † ᴊᴇɴʟɪsᴀDonde viven las historias. Descúbrelo ahora