Capitulo 19- Un nuevo plan (Parte 3)

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En nada, salieron de la casa en la que se habían hospedado Eva y Lucila a su llegada a la Capital. Pertenecía a Clavijo, como muchas de sus otras propiedades que había repartidas por la ciudad y que servían para mantener ocultos a los nocturnos. El hombre era lo bastante rico como comprar y mantener una buena cantidad de edificios que le sirvieran para dar cobijo a su negocio y esconder a todos los que trabajaban para él. Sintiendo el aire fresco en su cara, la pelirroja se sintió más aliviada, aunque no demasiado, pues Eric Pierce y dos de sus hombres estaban allí fuera.

—¿Qué coño hacéis aquí? —preguntó el mercenario con cierta hostilidad.

Tanto Eva como Corso quedaron un poco intimidados por las bermejas miradas que les lanzaron los tres nocturnos. Si bien las luces de las farolas iluminaban toda la calle, un poco de la penumbra hacía que sus rojizos ojos brillaran de una forma aterradora. La nocturna se sintió bastante asustada de notar como los observaban.

—Tu jefa nos ha dado permiso —contestó Corso en un intento por quitárselos de encima.

El trio quedó un poco confuso por la respuesta y eso hizo que se mostraran más desconfiados. Eva se temió lo peor cuando vio cómo se acercaban.

—Lucila nos dijo que esta no podía salir de la casa —esgrimió Pierce bastante ofuscado—. No ya por lo ocurrido con Clavijo, sino porque estamos en la ciudad donde vivió. Cualquiera podría reconocerla.

"Esta" se dio tristemente cuenta de que llevaba razón. Desde que llegó, el agobio la tenía atrapada de forma asfixiante. Ya no solo fue la acusación de Clavijo y el lio con los cazadores, sino ese terror a regresar al que fue su antiguo hogar. Pensar que estaba ahora mismo en la misma ciudad que su familia, amigos y conocidos la ponía muy mal. Encima, todos suponían que estaba muerta, lo cual ponía la situación mucho peor.

—Tranquilo, hombre, iremos por sitios donde no la vean —comentó Corso con bastante jovialidad. No parecía estar tan nervioso como aparentaba, cosa que animó a Eva— Yo sé muy bien como ocultar a un nocturno.

Pierce se lo quedó mirando con poco convencimiento, pero luego hizo una seña rara a sus hombres y resopló un poco.

—Bah, haz lo que quieras —dijo el mercenario—. Y si no vuelves, mejor. No eres más que una constante fuente de problemas para todos.

Eso último se lo dijo a Eva y ella estuvo a poco de tirarlo al asfalto justo cuando pasaba un coche. Claro que eso solo lo imaginó en su cabeza. Pierce y sus hombres se fueron a la entrada a fumar y parlotear un rato. Corso los miró un instante y, luego, le hizo una seña para marcharse de allí.

Mientras iban andando, Eva no podía dejar de pensar en lo que le soltó el desgraciado de Pierce. Que era una fuente de problemas... En cierto modo, llevaba razón. Allá donde fuera, parecía que siempre ocurría algo horrible. En un club nocturno, era víctima de una vampira. En su propia casa, mató a su mejor amiga. Por las calles de la ciudad donde vivía, perseguida para ser ejecutada. En un destartalado piso, a punto de convertirse en la esclava sexual de un degenerado. En una lustrosa fiesta, un violento tiroteo con decenas de víctimas. En una importante reunión, en el objeto de una inminente ejecución. Su cabeza se llenó con todos esos pensamientos y sintió una fuerte presión sobre ella misma. Todo lo que hacía, todo lo que había presenciado. ¿De qué servía si luego las cosas se ponían peor?

—No le hagas caso —dijo en ese instante Corso—. Ese tío no es más que un miserable gilipollas. No entiendo por qué Lucila se sigue asociando con semejante gentuza.

Por lo menos, su amigo parecía entender el estado en el que se hallaba. De todos modos, no contestó. Tan solo se limitó a seguirlo a donde fuera que se dirigían.

Mar de sangreWhere stories live. Discover now