Capítulo 9

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Querer un infinito a tu lado

Diciembre de 2008

Las manecillas del reloj continuaban moviéndose. Un segundo a la vez. Las familias de Arthur y Roan se habían unido para celebrar el último día del año. Todos reían y bebían y comían. Mientras que los más pequeños se escapaban silenciosamente de la casa.

Corrieron sin parar por lo que parecieron horas, y al detenerse frente al lago, sus mejillas estaban sonrojadas al igual que sus pequeñas narices. Juntos observaron la fina capa de hielo que lo cubría y también los velos blancos que lucían los árboles como si se estuviesen preparando para una boda. Sus dientes castañeaban y ambos se estaban arrepintiendo de haber escapado de sus cálidos hogares, pero jamás lo aceptarían.

El mundo se consumía en un cómodo silencio, de esos que Roan tanto amaba. Siempre odió que las personas tuvieran que rellenar los espacios en blanco con palabras vacías. Le gustaba escuchar solo el murmullo de las hojas y algunas veces, la voz de Arthur mientras le contaba cosas de su vida.

—Gracias —susurró el chico a su lado.

Roan lo observó con un gesto de interrogación en sus dulces rasgos y el castaño sonrió, al pensar que, en ocasiones, su mejor amigo se perdía en algún lugar dentro de su cabeza.

—Gracias por estar a mi lado —repitió, esta vez con más fuerza—. Por no dejarme solo durante todos estos años.

Ninguno de los dos habló después de esa confesión. Porque era uno de esos momentos a los que ya se habían acostumbrado, cuando las palabras sobraban y las miradas lo contaban todo.

Roan observó un movimiento a su lado y luego una pequeña mano se envolvió en la suya más grande. Sonrió. No pudo evitarlo. Y luego se soltó de su agarre y lo atrajo a su cuerpo.

—Eres el único hogar que he conocido —confesó el castaño. Su voz era un murmullo bajo, tan bajo que apenas se escuchó, probablemente había sido un pensamiento dicho en voz alta.

—Tú también eres mi hogar —respondió Roan, mientras dejaba un beso en su frente.

Se quedaron así, abrazados durante minutos que parecieron horas. Y el frío desapareció junto con el lago cuando Arthur levantó su rostro y le sonrió. Sus ojos brillaban y sus corazones comenzaron a latir imitando el ritmo del otro. No lo confesarían hasta años después, pero ese siempre fue el sonido favorito de ambos. La hermosa melodía que formaban mientras se unían.

Cuando el cielo se iluminó de colores y la cuenta atrás dio inicio, ambos chicos se abrazaron y dejaron un dulce beso en la mejilla del otro. El primero de muchos.

El reloj marcó las doce y un nuevo año comenzaba.

Pero aún faltaba algo.

Arthur sacó un pequeño envoltorio de su chaqueta y lo dejó en la mano de Roan. Dentro había un colgante, el símbolo del infinito colgaba junto a una pequeña estrella. Dorado brillando sobre plateado. Roan no sabía qué decir o cómo reaccionar. Así que simplemente lo guardó en su bolsillo y comenzó a andar.

Pasos resonaron detrás de él y en una voz temblorosa y suave alguien susurró.

—¿No te gustó?

—Sí, solo desearía que una estrella fugaz pudiera ser eterna.

Su amigo no lo entendió y de alguna forma él se alegró.

Antes de conocer a Arthur había visto por primera vez una estrella fugaz y deseó que llegara algo único a su vida. Sin importar qué. A la semana siguiente un chico de sonrisas infinitas se mudaba junto a su casa.

Pero él sabía que los deseos no duraban para siempre.

Y tenía miedo del tiempo...

De lo que este pudiera hacer.

De lo que pudiera arrebatarle.

No soportaría vivir sin un chico de cabello castaño y ojos cafés que tenía una constelación en su mejilla y con el que había creado la banda sonora de su vida.

Un beso por tus pensamientos -FINALIZADA- Where stories live. Discover now