«¿En qué momento de enajenación mental se te ocurrió que vivir con tu hermana era buena idea, Mariana?».
Cada mañana me formulo la misma pregunta sin encontrar respuesta.
Sé que vivir conmigo no es fácil, aunque no lo parezca, soy muy consciente de todas mis manías, llevo toda la vida sufriéndolas y no creas que no me gustaría librarme de alguna de ellas porque, a veces, es agotador. Por poner un ejemplo, me encantaría mirar la montaña de platos sucios y pensar «me voy a ver una película, ya los fregaré después», pero la triste realidad es que las escasas veces que lo he intentado, he terminado pulsando el botón de «pausa» para levantarme a fregar. No puedo evitarlo.
Creo que esas mismas manías fueron las que terminaron por dinamitar mi ya maltrecha relación con Sergio. Cuando nos fuimos a vivir juntos, no me importaba si dejaba un calcetín sobre la mesita de noche y otro a medio camino entre la cama y la puerta del dormitorio, o que ni siquiera supiera dónde guardábamos la plancha. Tampoco me importaba su eterno desorden o su escasa —por no decir nula— colaboración en las tareas domésticas. Ni su desinterés constante disfrazado de serenidad que te obliga —sin que llegues a ser consciente de ello— a mendigar atención. El amor es ciego hasta que deja de serlo.
Y es probable que fueran todos esos pequeños detalles que me sacaban de quicio, que me consumían, que me quemaban por dentro, los que terminaron de abrirme los ojos. Yo quería a Sergio, pero no como se debe querer a la persona con la que esperas compartir el resto de tu vida. Lo que yo sentía ya no era amor, era cariño, pero sobre todo costumbre, tan arraigada que cuesta desprenderse de ella porque ya forma parte de ti.
¿En qué momento dejé de quererlo? No lo sé. Supongo que nadie se despierta una mañana sabiendo que ya no está enamorado de otra persona, sino que se despierta asumiendo una verdad que antes no quería ver. No, aquello ya no era amor, impulsivo, incondicional y ensordecedor. Solo era el ruido de fondo de lo que una vez había sido, como aquella canción Que pena me da de Jesse & Joy que ya nunca podría volver a escuchar sin pensar en ese «nosotros» que un día fuimos.
El hubiera es complicado
Ahora es cosa del pasado
Nuestras pláticas de almohada
Hoy están bajo la cama
Qué pena me da No me arrepiento de mi decisión, prefiero que me culpe ahora por la ruptura a que lo haga en el futuro por una vida infeliz. Hice lo que tenía que hacer; la teoría la tengo clara, pero ponerlo en práctica no es tan fácil porque, aunque los sentimientos cambien, el recuerdo de lo sentido no se evapora, se queda ahí contigo, y te susurra al oído cosas que tú ya no quieres escuchar.
Aun así, cada día me reafirmo un poco más en mi teoría, hice lo que tenía que hacer, darnos la oportunidad de ser felices por separado, porque estoy segura de que algún día los dos encontraremos a alguien que llene el mundo de mariposas.
Pequeñas manías aparte, soy una persona equilibrada, salvo cuando se trata de mi hermana, quien probablemente sea la persona más opuesta a mí sobre la faz de la tierra. Es mi hermana, la adoro, y se ha portado muy bien conmigo, pero tiene una facilidad sobrenatural para desalinearme los chacras. Y lo que es más importante, la muy maldita disfruta haciéndolo. Todavía no me he repuesto de la conversación que tuvimos esta mañana.
—Mariana, ¿Cuánto hace que no coges?
Lo peor no era la pregunta en sí —que también—, lo peor era la naturalidad con la que la había formulado, como si preguntarle a tu hermana pequeña por su vida sexual fuera lo más normal del mundo.
—No insistas, no pienso responder. —Me indigné.
—¿Por qué no?
—Porque es inapropiado. —Estaba a punto de morirme de vergüenza.

YOU ARE READING
Like i loviu (TERMINADA)
RomanceJuliana quiere a su hermana, pero prefiere que sea feliz en otro sitio que no sea en su casa. Quiere recuperar su espacio por eso idea un plan. Con lo que no cuenta es, en que si pides ayuda al universo, este se atreve a cobrarse el favor, pero a su...