Capítulo 8

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Su día continuó con normalidad, tras la charla de la mañana, había terminado por llegar nuevamente tarde al trabajo, esta vez desanimado.

A pesar de que su amigo le había cuestionado miles de veces la razón, había decidido no responder. Sabía ya la respuesta que le daría, porque ya le había dicho lo mismo miles de veces antes.

Casi era capaz de oír su voz diciéndole que "no debería enfocarse tanto en los problemas de los demás"

Y sabía que tenía razón, pero no podía evitarlo. Sabía lo que era ser un alma triste, solitaria y torturada, y no le deseaba ese dolor a nadie. Tan solo quería intentar ayudar a mejorar la vida - o la muerte - de los demás.

Toda la jornada la había trabajado en piloto automático, ni siquiera se había dado cuenta en qué momento la cafetería se había quedado vacía y la alarma de salida había sonado.

— Horacio, ya es hora de cerrar — escuchó una voz femenina tras él — ve a cambiarte — se dio la vuelta y la observó.

— Athenea — relajó la mirada, intentando fingir que todo estaba bien.

— Anda, ve a casa — se acercó y le dio algunas palmadas en la espalda en señal de apoyo — no sé exactamente qué te ocurre, pero necesitas descansar, que has hecho doble turno.

— Sabes que necesito el dinero — bajó la mirada.

— Sé que antes lo hacías para estar lejos de casa — habló con calma — pero no entiendo por qué lo haces ahora. Creí que te gustaba tu nuevo apartamento.

Athenea era la dueña de la cafetería, y una buena amiga de Horacio. Era una persona de confianza y sabía todo su pasado, excepto por una parte importante: su don.

Al principio no le contó por miedo a que ella también pensara que estaba loco y no obtener el trabajo, y con el tiempo, simplemente se fue volviendo más difícil hacerlo.

La forma en la que su padre había reaccionado claramente era un antecedente de su miedo, el cual se había reforzado aún más cuando escuchó al mismo hablando con sus amigos en la sala de la casa, burlándose de Horacio junto con él e incitándolo a echarle de la casa.

— ¿Horacio? — posicionó su mano sobre la del nombrado, mirándolo con preocupación.

— ¡Sí, sí! — reaccionó repentinamente — voy a cambiarme, ahora vengo — le sonrió.

Se quitó el uniforme y se colocó la ropa de la mañana, tomando el resto de sus cosas y cerrando su casillero, suspirando antes de salir del vestidor, intentando poner su mejor cara ante su amiga.

— ¡Nos vemos mañana! — se despidió sin acercarse demasiado, no quería dar motivos para continuar la conversación. No sabía qué responderle.

Salió del lugar, tomando la misma ruta de siempre y dirigiéndose hacia su hogar.

Se detuvo al ver una tienda de aparatos electrónicos, cuestionándose si debía ingresar o no. Tras dudarlo unos segundos, decidió entrar. Se dirigió hacia el apartado de audio y comenzó a pasar la vista rápidamente, buscando un aparato en específico.

Sus ojos seguían bailando entre los estantes, leyendo los pequeños letreros y las cajas que ahí se encontraban, hasta que finalmente se detuvo en una en específico.

Una pequeña grabadora de voz de color gris, como esas que tantas veces había visto en las películas, esbozando una sonrisa sincera por primera vez en el día mientras la tomaba entre sus manos y se dirigía hacia la caja para pagar.

Tras haber pagado, la guardó rápidamente en su mochila, acelerando el paso y caminando con prisa hacia el apartamento, quería enseñarle su nueva adquisición a Volkov.

Llegó al apartamento y se detuvo antes de golpear la puerta, sacando sus llaves e ingresándolas en la cerradura, girándolas y empujando la puerta, ingresando al apartamento y cerrándola tras de él.

— ¡Llegué! — avisó, dejando las llaves en la mesa y caminando hacia la habitación, dejándose caer en la cama, cansado.

Cerró los ojos y tomó un suspiro profundo, exhalando y sintiendo sus músculos relajarse poco a poco mientras el aire salía de sus pulmones.

Unos golpes en la puerta lo hicieron abrir los ojos y dirigir su mirada hacia ahí, observando junto a la misma la silueta del peligris, quien pedía permiso para ingresar con la mirada.

— ¡Volkov! Entra, ven — lo llamó, enderezándose y quedando sentado en la cama, tomando su mochila y comenzando a buscar algo en el interior.

Tras unos segundos, sonrió con satisfacción, sacando de ella la caja que contenía el aparato recién comprado, mirando a Volkov y extendiendo el brazo hacia él, entregándosela.

— Ten, es para ti — lo observó tomarla entre sus traslúcidas manos y comenzar a inspeccionarla.

Su ceño se frunció mientras intentaba descifrar el contenido, abriéndola y sonriendo al sacar el aparato del interior.

Era la primera vez que veía su sonrisa, y podía jurar que era lo más hermoso que había visto en su vida.

Inspeccionó más a fondo la caja, sacando de ella un par de baterías y colocándolas emocionado en la ranura correspondiente. Parecía un niño pequeño con juguete nuevo.

La encendió e instantáneamente presionó el botón de grabar, para después de unos segundos presionar el de reproducir.

— "Спасибо (Spasibo)" — su voz sonaba emocionada, pero aún mantenía la seriedad y timidez de siempre. Su corazón se encogió al observarlo de esa manera.

— ¿Qué has dicho? — rio suavemente, sin intenciones de burlarse — ¿qué idioma es ese? — Viktor levantó su dedo índice, indicándole que esperase, utilizando su regalo para grabar un nuevo mensaje y luego reproducirlo.

— "Significa gracias... es ruso."

— ¿Ruso? ¿Sabes ruso? — le miró intrigado, con ganas de saber mucho más de él, y emocionado de haber logrado que se abriera un poco más.

— "Si. Rusia es mi país natal" — y Horacio finalmente entendió el por qué de su forma de hablar, la manera peculiar en la que marcaba las erres, además de también explicar su piel pálida y su cabello plateado.

— Así que Rusia — sonrió, satisfecho con lo nuevo que había aprendido sobre Viktor.

Definitivamente había sido buena idea comprar la grabadora, aunque hubiera requerido un esfuerzo adicional.

Continuaron platicando por medio del aparato, al menos hasta que Horacio fue vencido por el cansancio y se había quedado dormido en la cama.

Su sueño fue profundo, tal que no fue capaz de darse cuenta cuando, por la madrugada, alguien había cubierto su cuerpo con las sábanas y le había retirado los zapatos, colocándolos con cuidado en su lugar.

— † —

PsicofoníaWhere stories live. Discover now