Aitana & Agusto

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Antonio, mi padre, y Alma, mi madre, se conocieron cuando mi madre era aún muy joven. Mi padre estaba divorciado de su primera mujer, y mi madre tan solo tenía 21 años cuando cruzaron miradas. A los 24 años mi madre ya estaba teniendo a mi hermana mayor, Aitana.
Aitana es cinco años y medio exactamente mayor que yo. Y aunque la diferencia es relativamente poca en edad, sí es bastante significativa en cuanto a personalidades y caracteres. Mi hermana es mucho más racional, más metódica y ordenada que yo. Es el pilar que siempre ha sostenido a la familia, indispensable para la estabilidad de la misma. Es la de la responsabilidad de hierro y la del carácter de acero. Si sabes que mi hermana y yo somos totalmente diferentes, sabes cómo soy yo con conocerla a ella y viceversa.
Eso no significa que Aitana no tenga corazón y emociones: las tiene; tanto es así que aún no comprendo ni me cabe en la cabeza como ha podido ser los cimientos de esta casa y no tambalearse en el proceso.
Me gusta porque me trata como si fuera mi segunda madre y me quiere como tal. Creo que soy uno de sus puntos débiles y por eso me quiere tanto. Siempre he sentido que bajo sus brazos estoy segura.
Además, siempre comparte conmigo cuando estoy emocionada y contenta con algo. Automáticamente se contagia y se hace partícipe de mis alegrías.
Cuando me echa la bronca, se le arruga el entrecejo, y me hace gracia por dentro. Pero por fuera me la tomo en serio, tan en serio que a veces discutimos: pero qué sería una hermana sin una buena discusión de vez en cuando, sin un: por ahí no vayas que te vas a estrellar.
Aitana es mi sol y yo soy su luna. Juntas formamos un eclipse que es inolvidable para la gente que nos rodea y nos ve.
El sábado fui a llevarle unas cosas a su casa que me había dado mi madre para ella. Mi hermana vive fuera de casa ya, desde hace tres años, justo después de casarse. A los 24 años mi hermana ya estaba pasando por el altar. Suena asombroso, ¿verdad? Lo hizo al estilo clásico: primero casarse y luego mudarse con su marido.
Augusto es genial. Es el primer calvo guapo que conozco en la historia de mi vida con los calvos. Lo prometo, a mi la gente sin pelo no me suele parece atractiva ni llamativa. Pero Augusto es guapo, a secas. Siempre que en una multitud mis amigos y yo tenemos que buscarlo, decimos en voz alta: "para encontrar a Aitana, buscad un calvo que sea guapo". Y ahí está siempre. En serio, seguro que hay calvos súper atractivos en la vida, pero a mi no me lo parecen. Para gustos, colores.
Trabaja como captador de jugadores de fútbol para un equipo regional. Sé que la mayoría son niños, pero no me preguntes nunca en qué categoría, porque no sabría decirte. Yo no sé nada sobre fútbol, así que no puedo hablar de ello con él; pero Augusto siempre encuentra la forma de entretenerme, sobre todo con anécdotas graciosas de cosas que le pasaron cuando era joven - ahora mismo tiene 30 años, que eso ya se confirma adulto-.
Parece raro que un captador de jugadores de fútbol y una coordinadora de una sección de un banco estén juntos, pero la verdad es que Augusto fluye más por la vida, mientras mi hermana Aitana la organiza; lo que hace una sinergia y complicidad perfecta entre ellos.
Aparqué mi Škoda del año 2000, mi tractor azul como me gustaba llamarlo, en la puerta de la casa de mi hermana.
Aitana me abrió la puerta con una sonrisa reflejada en la cara.
- Hola pequeñusa.
- Hola. - le regalé una sonrisa amplia. - Vengó a traerte estas bolsas con cosas que me ha dado mamá para ti. - se la tendí.
- ¡Muchas gracias! ¿Quieres pasar o tienes prisa?
- Quiero volver a casa y ver cómo está papá.
- Sí, he hablado con mamá esta tarde y dice que está regulero.
Asentí.
- Madremía, ya era lo que nos faltaba también, el papá malo. - sabia por qué lo decía: ya había sido suficiente conmigo como para que ahora papá también enfermera.
- Bueno, a ver cómo va la cosa...
- Sí, tendrán que drenarle la semana que viene en el hospital.
- Con lo que le gustan a él las agujas... - mi padre odia de todas las maneras posibles las agujas.
- Bueno, a ver si tengo tiempo y puedo pasarme por casa a verlo yo también.
- Vale. Me voy a ver si llego a casa ya.
- Vale, hablamos princesa.
- Te quiero.
- Y yo.
Me di la vuelta y volví a subirme al Škoda, para arrancar y perderme entre las calles de la ciudad. De camino a casa, pensé en la gravedad del asunto. Desde que ayer nos dijeron que tenia un derrame pleural, no he podido parar de darle vueltas a la cabeza, alimentando la incertidumbre. Quiero parar, pero algo dentro de mi no me deja poner la mente en blanco y desinhibirme.
Cuando llego a casa, mamá está sentada al lado de papá con la cara de preocupación constante. Mi padre está acostado en el sofá, con la respiración un poco superficial.
Me quedo mirándolos, absorta. Me pusieran Ayna y les pareció gracioso porque mi madre se puso de parto en aquel pueblo mientras estaban de vacaciones.
Me da la sensación de que tenían razón al ponérmelo, porque noto el pecho vacío de toda emoción y sustituido por un dolor constante que no me deja respirar bien.
Inspiró hondo y expiro.
Aquí dentro estás tú, Ayna; me digo. Sin embargo, ¿quién soy yo? ¿Yo? Yo no soy nada en absoluto.

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