EL JARDIN DE LA ABUELA

45 25 29
                                    

Después de estas anécdotas que les he relatado, creo que sería bueno comenzar con las experiencias personales.

Me gustaría decir que nací en cuna de oro, que mi familia es de una posición acomodada y que nunca tuve que padecer de nada en absoluto, pero no es así.
Crecí en un barrio humilde, con calles de tierra en una colonia similar a las favelas.
Con cada tormenta aumentaba el riesgo de un deslave y para estar seguros, debíamos irnos a casa de mi abuela, quién vivía en una colonia un poco más acomodada, la casa contaba con un patio enorme plagado de flores, árboles frutales y un sin fin de macetas que decoraban los márgenes del jardín que con esmero mi abuela mantenía; ella había convertido ese lugar casi en un Edén.

La propiedad contaba con una enorme construcción con tres cuartos, uno y medio baño, sala, comedor, cocina y cuarto de lavar.
Dos de las tres habitaciones contaban con una ventana por la cual se podía admirar el patio al amanecer disfrutando de la vista al jardín más hermosa que se pudiera  imaginar. Era común despertar con el sonido de los pájaros, no tanto por su trinar, sino más bien, por lo que se solían disputar cada mañana; era como un ritual para ellos pelearse por los frutos que había en las copas de los árboles, esos que ya no estaban a nuestro alcance.
Un árbol de moras era el principal anfitrión  para ellos y uno de higos hacía lo mismo.

Por otro lado, la tercer recámara tenía una ventana con vista al patio trasero, mismo que terminaba en un peligroso desfiladero bordeado por una amplia arboleda que, en las noches de luna llena, era responsable de crear las formas más siniestras que un niño de siete años se pudiera imaginar.

Luego del gran alboroto por la llegada del año 2000 y todo lo que supuestamente ocurriría, yo solo esperaba ansioso la llegada de mi cumpleaños que se festejaría en marzo de ese mismo año. Esa noche de enero me resultó tan aterradora, que todavía puedo recordar a detalle la serie de sucesos acontecidos aquella ocasión.

Trincheras de una luz medio difusa producidas por el destellante brillo de la luna llena, se filtraban entre las lúgubres ramas de los árboles, que parecían tener mayor cercanía a la ventana por las noches, mientras parecían moverse al compás de una tétrica danza y, una delgada y casi traslúcida cortina, poco podía hacer por opacar el macabro desfile que figuraba ante mis ojos.
El viento soplaba de manera moderada, los árboles se balanceaban y sus ramas crujían, esa noche me había tocado dormir solo en aquella habitación; me gustaba porque no era tan oscura como las otras pero todo cambiaría a partir de esa noche.

La habitación quedaba en la parte trasera de la casa y justo a espaldas de esta, se alzaba una pequeña colina a escasos centímetros de la ventana, el estrecho pasillo se volvía intransitable justo en ese punto.
Recuerdo que eran cerca de las diez de la noche, cuando súbitamente, los perros comenzaron a ladrar desesperados y casi podría jurar que los escuché pelear en el jardín contra un animal más grande que ellos quizá, seguido de un gruñido a un más fuerte, para luego escucharlos recorrer lo largo del jardín con dirección al pequeño corredor que llevaba justo a la habitación donde me encontraba.
Unos gruñidos resonaban a lo largo del pasillo, acompañados de vez en cuando por un bufido; no podía ver nada pero me imaginé a una especie de oso que avanzaba con dificultad buscando escapar de cinco perros que lo perseguían sin cesar.

Con la cobija hasta la nariz y los ojos como platos, esperaba con terror ver por la ventana lo que sea que estuvieran persiguiendo lo perros, estaba ahí justo detrás de la pared y se detuvo cuando no pudo avanzar más, la colina se interponía en su camino impidiéndole seguir de frente. Por varios segundos
(que a mí parecer fueron minutos) esa cosa permaneció allí atrapada entre el obstáculo natural y la jauría que tenía detrás.

Cabe recalcar que no pudo haber sido un oso, debido a que, la ciudad de Tijuana no es hogar natural de ninguno de estos animales. No sabría decir qué fue con exactitud lo que escuché esa noche, sin embargo, me atrevería a asegurar que lo que pude imaginarme al escuchar ese andar pesado, la calma con la que se movía por el jardín sin preocuparse de la jauría que lo perseguía, me hace pensar que probablemente se tratara de algún hombre lobo.

Sé que suena loco pero, en ese entonces solo tenía siete años y gozaba de una imaginación volátil y contenida pero... ustedes, amigos lectores díganme cuál es su teoría sobre esto, me gustaría saber que piensan que pudo haber sido lo que escuché aquella noche.
Por otra parte, me resulta extraño que a pesar de todo ese alboroto, nadie hubiera salido a inspeccionar el jardín o que nadie hubiera acudido al cuarto para ver cómo me encontraba, o tratar de tranquilizarme. Esto mismo me hace dudar de la veracidad de los hechos, en ocasiones he llegado a pensar que tal vez todo eso fue producto de una horrible pesadilla, provocada por las condiciones climáticas y los sonidos tenebrosos que provocaban los árboles.
Como ya he dicho antes, la sugestión suele ser muy poderosa, al grado de dominar la mente y crear eventos fantásticos que jamás tuvieron lugar.

Estimados lectores, antes que nada me disculpo por la enorme ausencia, pero estoy hasta el cuello de cosas que me absorben el poco tiempo que me queda después del trabajo, tanto en la casa, la escuela y proyectos adicionales.
Pese a esto, logré darme un tiempo para escribir esta anecdota que ya venía preparando desde hace días, espero que sea de su agrado, estaré contento de leer sus comentarios.

Antología Del TerrorWhere stories live. Discover now