Cerebro y músculo

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Aleteo va conmigo dondequiera que vaya yo. Para siempre. Eso es innegociable.

No me importa si nadie entiende por qué es mío. Es mi corazón, y yo puedo meter a cualquier persona en su interior.

Pero te contaré algo de su historia ya que es tarde y ya no puedo dormir de noche, ahora que estoy bañada en la luz de las lunas desde esas ventanas pequeñas y altas. Además, me gusta desperdiciar el aceite de lámpara de la reina.

Y si te ocurre liberarme mientras mantenerlo atrapado aquí, voy a asarte las pies una garra a la vez.

(O tal vez sólo te traicionaré a ese interrogador que supervisa a los guardias, el con seis garras. Apuesto que le gustaría saber del mapa secreto de la fortaleza que has estado dibujando, o que a veces vas a rincones sombríos y le susurras a alguien que no está).

Conocí a Aleteo desde el momento que nací, aunque no me gustó mucho al principio. Era tres años mayor que yo, pero el dormitorio de dragonets en la fortaleza Ala Nocturna tenía más de suficiente espacio para el puñado de dragonets en la tribu, así que todos vivíamos allí hasta cumplir diez.

Todo el mundo sabía que Aleteo era un desastre y tal vez el dragón más torpe de la tribu. Solía dejar piezas de cadáveres alrededor de su sitio de dormir, o pisarle la cola a todo el mundo intentando ir a su cama. Nunca hablaba en las clases, a menos que estuviera diciendo algo tonto a uno de los otros dragonets, que siempre lo ignoraban. Todo el mundo lo ignoraba. Yo también lo ignoraba. Era demasiado ocupada y ambiciosa como para hacer amigos. Además, él no era la garra más afilada del dragón, si sabes a qué me refiero.

No recuerdo sentir nada salvo un leve alivio cuando cumplió diez y se trasladó a los dormitorios de adultos y se llevó sus líos, roncos y chistes no graciosos consigo. Ni siquiera volví a verlo hasta unos meses después, alrededor de mi séptimo día de salir del cascarón.

Fue un día deprimente en la isla; es decir, más deprimente de lo usual. Las nubes nos estaban echando una mezcla de lluvia y cellisca, así que hacía frío y mojado afuera pero era sofocante adentro, y todas las cenizas en el aire se estaban pegando a nuestras alas y volando en nuestros hocicos, así que nos sentimos como si estuviéramos respirando el volcán más aún de lo normal.

Me escabullí de mi clase porque no pude aguantar otro minuto de la historia de los Alas Nocturnas magníficos y gloriosos cuando mis pulmones se sentían como sacos ardientes de papel mojado. Aquél maestro es casi ciego de todos modos; ni siquiera me vio salir por el túnel trasero.

Los pasillos de la fortaleza olían de dragones mojados. Viento húmedo y aguanieve congelada soplaba adentro por las grietas en nuestras paredes, chisporroteando en las ascuas y llenando las habitaciones de humo. Estaba buscando algún lugar lo más lejos del exterior como posible, un rincón de la fortaleza que estuviera completamente protegido, y pensé en el laboratorio de Genio.

Genio era nuestro maestro de ciencias, y el dragón más listo de la tribu, si creías lo que todo el mundo decía de él. Yo creo que si es tan listo, debería poder explicar las cosas de una forma que podemos entender. En cambio, él vino a clase una vez a la semana, divagó por unas horas con las palabras más largas e inventadas posible, entonces regresó deslizando a su laboratorio, dejando atrás un salón lleno de Alas Nocturnas más estúpidos que antes.

Tenía una gran sala interior de la fortaleza para sus experimentos, que estaba bien protegido del aire de afuera. Genio estaba obsesionado con impedir que los demás toquen sus cosas, pero tal vez podría sentarme en un rincón y... hum. Bueno, tal vez no estaba allí.

Definitivamente estaba allí.

—¡LO ARRUINASTE! ¡ARRUINASTE TODO! ¡TODA NUESTRA TRIBU PODRÍA SER EXTERMINADO DEBIDO A TU ESTUPIDEZ!

Winglets #1: PrisionerosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora