Capítulo 1

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LINK

«Querido Link:

Se nota que eres un viejo quejica incluso cuando leo una carta tuya. Ni siquiera ha pasado una semana entera y ya te imagino gruñéndole a todo el mundo. Tienes que pasar más tiempo fuera de casa.

¿A quién quiero engañar? Te echo de menos. Seguro que tú ya lo sabes. Te lo digo cada vez que te vas. Pero esta vez es especialmente malo. Como cuando te fuiste y me enteré de que iba a tener Arwyn.

No, no he sangrado todavía, por si te lo estabas preguntando. Pero no creo que debas emocionarte mucho. No me encuentro bien, Link.

Arwyn ha hecho amigos nuevos. Dice que te caerían bien si los conocieras, pero yo creo que si tú los conocieras no harías más que quejarte. Sus familias son muy cercanas al alcalde. Artyb salió a jugar con ellos ayer, pero no tardó mucho en volver. No tenía buena cara, aunque no quiso decirme nada cuando le pregunté. Estoy segura de que no le hicieron nada malo, así que no debes preocuparte. Puede que discutan a menudo, pero Arwyn no dejaría que le pusieran un dedo encima a su hermano.

Creo que me estoy yendo por las ramas. Tus hijos te echan de menos, incluso Artyb. Me parece que lloró un poco hace dos días. Arwyn me pregunta cada día cuándo volverás.

Supongo que cuando leas esta carta ya habrá pasado una semana de negociaciones. Recuerda lo que acordamos. Y escríbeme, por favor. No te olvides de contarme lo que pasa en las reuniones, si no es mucha molestia para ti y tu supuesta mala memoria.

Ten cuidado y vuelve pronto,

Zelda.»

Me detuve en su firma, al final de la carta. Cuando me escribía a mí, nunca firmaba con su nombre completo. En ocasiones ni siquiera firmaba con su nombre. Conocía de memoria su caligrafía y su forma de usar las palabras. Sabía que era ella con solo echar un vistazo al papel.

Estaba casi seguro de que la carta aún olería a ella. A hogar. Y estuve a punto de comprobarlo, pero el bullicio me recordó que no estaba solo. Había gente importante mirando, aunque estuvieran ya tan borrachos que se tambaleaban sobre sus asientos. A los hylianos no los ayudaría que su portavoz fuera visto oliendo un trozo de papel, especialmente ahora. Cuando por fin empezaban a curarse de verdad.

Así que no olí el papel. No era ningún salvaje. Había aprendido a no serlo cuando, años atrás, me comí cuatro manzanas seguidas frente a las delegaciones de los zora y de los orni. Se me quedaron mirando como si hubiera ofendido a sus pueblos de alguna manera. A mí me había parecido muy divertido al principio, aunque dejó de parecérmelo cuando las manzanas desaparecieron de las reuniones. Zelda tuvo que explicarme el motivo.

Los zora y los orni no solían estar de acuerdo en casi nada. La única excepción era la falsa muralla de decoro que había que mantener a todas horas.

Tendría que contentarme con leer la carta otra vez. En una esquina del papel vi un dibujo. Al principio pensé que se trataba de un gusano pero, al fijarme mejor, caí en la cuenta de que era un caballo. Los caballos no tenían seis patas ni el cuello tan largo, pero eso era lo de menos. Mis hijos habían hecho aquel dibujo, y solo por eso me parecía una obra de arte.

—Si lo sigues mirando, va a acabar haciéndose polvo —dijo una voz a mi lado—. ¿Qué es? ¿Una carta de amor?

Karud intentó arrebatarme la carta, pero yo fui más rápido. No me hizo falta mirarlo para saber que estaba ebrio.

—Apestas —le dije sin apartar la vista de la carta.

Él rio a carcajadas. Recé por que alguien se lo llevara de mi lado, pero al parecer no habría suerte.

Luz dorada y espadas olvidadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora