4: "Piano"

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Duda, una profunda y urticante duda, era lo que teñía la mirada de aquel uniformado mientras que contemplaba a su rehén quien ahora se había quedado en un recatado silencio.

La mano de Valentino dolía, su estado lánguido y los pesares de su cuerpo habían logrado que cada movimiento que hiciera se sintiera como un rayo impactando directamente en sus huesos. Abigaíl seguía tendida en el suelo, su vestido era una amalgama de colores muy diferentes a los que alguna vez habían engalardonado a la dama; manchas de humedad y tierra pegada a la tela, rostro sucio y el cabello desordenado como un enjambre de pesadillas que escaparon hacia la realidad a través de su cabeza.

El militar miró a la joven, como casi hallándole razón a lo que antes había pronunciado. —Está bien, se lo diré al mayor... Pero tú debes cambiarte y lucir decente para su disfrute pajarito.

Al ver que la mujer se negaba a moverse, nuevamente habló. —Puedes levantarte tú misma y caminar conmigo o puedo llevarte a rastras y cobrarte el golpe que me dio tu novio en el proceso.

Entendiendo aquello, Abigaíl solo miró a Valentino y lentamente se puso de pie con gran dificultad. Le faltaba un zapato y aquello acentuaba aún más su cojera, pero aquello no le impidió a iniciar su marcha. Lerda y de por demás pausada, uno delante del otro sus pies comenzaron a funcionar permitiéndole salir de allí mientras que el guardia seguía atento cada uno de sus movimientos. Volteó una última vez para mirar a su colega mientras que el militar volvía a cerrar su celda y ambos se alejaban de su visión.

Valentino suspiró con rabia, apretando los ojos y apenas rosando el suelo con sus nudillos, buscando algo de calma para su dolor en el piso húmedo. Su frío ayudaba a apaciguar la magulladura que ese golpe le había dejado, más solo perpetuó la vista desoladora que ahora tenía delante suyo.

—Disculpe, profesor... Pero tengo que aprovechar el tiempo hasta que la señorita Abigaíl vuelva — Abriendo el cierre de su pantalón, Federico intentaba atinar con su chorro de orina a la coladera que se encontraba en el centro de aquella diminuta celda.

Apartando la vista, Valentino solo miró hacia la pequeña ventana abarrotada que se encontraba a su costado. El aire fresco se colaba por allí y aquello era un gran alivio, el hedor a heces y orina atestaba el lugar y un necesario respiro calmante con aroma a hierba era un gran concilio a su alma atormentada. —No sabía que estaban despiertos...

Darío y Cristian, ambos apoyados en el extremo opuesto a su docente, solo movieron la cabeza en señal de afirmación, el último tomó la palabra. —Su labio se ve mal.

—Y créeme, también se siente mal. — No hacía falta tocar su herida, sabía muy bien lo hinchada que estaba y que seguramente dentro de poco comenzaría a supurar su infección. Valentino no pensaba en ello, era casi un hecho que las condiciones infrahumanas en la que había estado sumergido por segundo día consecutivo habían colaborado a que el veneno del odio trepara por su cuerpo a causa del beso de un golpe.

Casi susurrándolo, Darío preguntó. — ¿Cómo estará ella?

—No lo sé, pero no creo que Cacciatore tenga el recato suficiente como para tratar a una dama.

—No me refiero a la profesora...—Casi sin energía, Darío refutó. —Hablaba de Nancy.

Valentino solo agachó la cabeza, casi se había olvidado de su alumna y del brutal festín que aquellas bestias se habían dado con ella. Sumergiendo su pensamiento en la nostalgia, preguntó. — ¿Quién los espera en casa, muchachos?

Habiendo terminado de concretar sus necesidades, Federico caminó hasta donde se encontraba su profesor y se sentó a su lado. —Mi madre y mi hermanita...

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