Capítulo 1: Un piso de locura

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—Quizá la respuesta es obvia, pero ¿puede alguien explicarme qué hace un hombre vestido de conejo, claramente borracho, intentando meterse en el frigorífico? —La voz de Alice sonaba incrédula, como si no se creyese lo que estaba viendo.

—Wonderland, tengo que ir. Llego muy tarde, me matará. —Alice procuró no reírse ante aquella frase.

A decir verdad no le sorprendía. Su compañero de piso, Tarrant, estaba un poco loco, y había ocasiones en las que llegaba a casa y se encontraba escenas inimaginables. Un día, Tarrant había traído a unos amigos para tomar té —que acabaron siendo chupitos—, y se enfadaron porque Alice había llegado tarde a casa. Heigha y Lirón empezaron a tirar gominolas bañadas en alcohol y su compañero le pasó un vaso con un liquido verde que le dijo que bebiera —lo cual hizo sin preguntarse que sería el brebaje—. Sabía horrible, por cierto, necesitaba sacarse ese sabor de la boca lo antes posible, así que buscó algo para comer, encontrando un pastel.

—No te preocupes, puedes comerlo. —Tarrant le guiñó un ojo y le pasó un plato con una partición del postre que contenía un mensaje: «cómeme».

Ese día fue extremadamente raro, y la resaca de las siguientes horas no ayudaba.

Pero ahora había un hombre que no conocía vestido de conejo en su cocina, intentando meterse en su frigorífico sin mucho éxito.

—No entrarás por ahí, Blanco. —Alice miró a su otra compañera de piso, Chess, que parecía haberse transportado. Estaba apoyada en el marco de la puerta, sonriendo.

El hombre la miró y refunfuñó, pero siguió intentando entrar al electrodoméstico.

—Blanco, te he dicho que no está ahí, ¡deja de hacer el ridículo! —dijo Tarrant irritado.

—Tengo que llegar.

—Lo que tienes que hacer es acompañarme a la cama y dormir la mona —contestó rápidamente Chess guiñándole un ojo—. Estás más borracho que de costumbre.

El hombre intentó pelear con su compañero cuando este le agarró del brazo y le llevó a su habitación a la fuerza, pero no estaba en condiciones de ganar al musculoso de Tarrant.

El pelirrojo de casi dos metros salió de su habitación solo y se dirigió a las chicas.

—Siento el espectáculo, Alice. —Parecía cansado.

—No te preocupes, no ha habido daños —sonrió la chica.

—Tenemos que hacer algo con él, está empeorando. —Su compañera de pelo violeta estaba seria, y eso perturbó a Alice por algún motivo.

Si había algo claro en aquel mundo sería que el cielo es azul, la lasaña está deliciosa y, por último, Chess nunca esta seria.

Tarrant suspiró, pero no respondió a la menor.

—Podríais llevarlo a algún centro de rehabilitación, si el problema es con el alcohol —sugirió ella.

—Me temo que no es el único problema que tiene —susurró Chess—. Me voy a mi habitación, estoy agotada.

Ambos le dieron las buenas noches y se dirigieron al sofá.

Tarrant estaba nervioso, tenso. Alice intuía que el problema de su amigo era la causa.

—Eh, no te preocupes, se pondrá bien. —Alice intentó animarle, pero no parecía surgir efecto en su compañero.

—No lo creo, si te soy sincero —suspiró él—. Lleva mucho tiempo así, parece que es el único que todavía no lo ha aceptado.

—¿Aceptar el qué?

Tarrant se quedó callado.

—Creo que es hora de ir a dormir, ¿no crees? —Alice le sonrío y asintió.

Se acordó del intruso que estaría dormido en la cama de Tarrant y pensó en algo.

—Debido a que tienes la cama ocupada, puedes dormir conmigo. Soy buena compañera de sueños, ¿sabes?

Tarrant se rio y se dirigieron a la habitación de Alice.

«Por lo menos parece menos tenso», pensó.

Preludio de AsesWhere stories live. Discover now