Capítulo 2: Pesadillas maravillosas

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Alice caminó durante demasiado tiempo. Tanto, que hasta sus pies dolían. Estaba descalza, y su vestido hecho trizas hacía que se tropezase de vez en cuando, pero siguió caminando decidida a salir del bosque.

Cada poco, una voz la llamaba, y Alice sentía que tenía que llegar hasta ella. No sabría explicar la razón, pero la voz tan majestuosa que le hablaba le resultaba familiar. Cuando decía su nombre había un cariño y una calidez que le atraían.

—Alice... —esa voz de nuevo.

De pronto, en medio de los árboles, se encontraba un espejo de su altura con un marco dorado que lo hacía ver antiguo, pero precioso.

Se acercó para mirar su reflejo. Su piel morena resaltaba ante el azul y blanco de su vestido desgarrado, y en su pelo corto se encontraba una cinta de color azul que brillaba. Se fijó, entonces, en que entre sus rizos negros se encontraban pequeños brillos.

«Eso va a ser difícil de lavar», pensó.

Pero justo cuando se miró la cara, vio que sus ojos grises estaban cubiertos por pintura negra. La sombra adornaba su rostro sin precisión alguna dándole una apariencia sucia.

—Alice... ¡Corre! —ordenó la voz.

Alice se quedó confundida ante la urgencia de la voz, pero un rugido la asustó, causando que se diera la vuelta para así encontrarse con una bestia que la doblaba en tamaño. «¿Qué narices es esa cosa?», pensó.

—Huye, querida Alice. —La voz parecía tan asustada como ella misma.

Se quedó paralizada por unos segundos, pensando en la mejor dirección en la que correr, pero la bestia cada vez avanzaba más.

«No tengo tiempo», pensó. Decidió que la mejor opción seria correr a la derecha, donde había árboles más juntos y el bicho no podría seguirla tan fácilmente.

Alice era ágil, se movía entre los arboles con rapidez mientras se sujetaba el vestido y luchaba por no darse la vuelta.

—Muy bien, cariño, ya casi estás a salvo... —La voz animaba.

—Cuando no me persiga un monstruo gigante y sangriento hablamos, ¿vale? —susurró.

La voz no volvió a decir nada, y Alice encontró una pequeña cueva en la que se refugió. Entró corriendo y fue entonces cuando notó el dolor en sus pies.

Estaban sangrando de la carrera por el bosque descalza.

Se sentó a coger aire y a descansar. Parecía que había perdido al monstruo hacía tiempo, pero tenía miedo de mirar y encontrárselo de frente, conque siguió corriendo hasta ahora.

Suspiró del alivio, y todo ese miedo y el cansancio la atacaron de golpe, convirtiéndose en ansiedad. Lágrimas se empezaban a acumular en los ojos, pero Alice se negaba a dejarlas caer. Había estado a punto de ser comida por una bestia y sus pies dolían. Quería ir a casa, con Chess y Tarrant —y con el hombre vestido de conejo—. Solo quería estar tranquila.

Comenzó a llorar, intentando no hacer ruido, hasta que de pronto notó unas patas en su pierna.

Se puso las manos en la boca para evitar gritar, y observó cómo un pequeño animal —una chinchilla, quizá— le tocaba las plantas de los pies, paliando el dolor. Mientras disfrutaba de la falta de dolor, se dio cuenta de que de las patas de su peludo compañero salía una luz que, de pronto, se posó en sus dañados pies. Tras una pequeña explosión de lo que parecía una mezcla entre polen y purpurina, sus pies aparecieron sin ninguna de las anteriores lesiones.

—¡Gracias, amigo!

El animalito subió por su pierna, haciéndole cosquillas en el camino, y con sus patas intentó limpiar sus lágrimas. Puso una pata —que estaba congelada— en su frente, y el ceño que tenía Alice se convirtió en una expresión de tranquilidad.

La chinchilla le sonrió y se frotó en su moflete, sacando un sentimiento de familiaridad en ella. ¿Conocía acaso a aquel ser?

Igual que la voz, ese pequeño le traía una paz que la inundaba inexplicablemente.

—Recuerda, Alice... —La voz de nuevo.

La pata de su amigo volvió a tocarle la frente, pero parecía que ahora tenía otro propósito.

Alice se dejó hasta que escuchó algo que la asustó. El monstruo estaba cerca.

Cogió al animalillo y lo depositó entre dos rocas que hacían un escondite perfecto, y sin resistencia alguna se quedó quieto en el lugar. Alice, por el contrario, salió de la cueva para no poner en peligro a la chinchilla, y corrió con sus pies recién curados por el bosque de nuevo.

No sabría decir cuánto tiempo estuvo corriendo, pero notó que empezaba a cansarse. Mirar atrás no era una opción, pero escuchó atentamente por si acaso la bestia andaba cerca. Nada. Se paró a descasar.

«¿Qué le pasa a esa bestia conmigo?», se preguntó la joven.

Miró a su alrededor, pero no había ningún lugar donde esconderse de aquel monstruo. Una luz apareció por su lado dirigiéndose veloz entre los árboles. Alice sintió que debía seguirla, por lo que se anudó el vestido y comenzó a correr de nuevo hacia aquella aparición.

Persiguió la luz hasta un claro en el bosque, donde se transformó en un ser con alas de cristal y forma de hombre humano.

Su belleza sorprendió a Alice de inmediato.

—¿Eres un hada? —dijo sorprendida.

—Y tú eres Alice, ¿me equivoco?

Negó con la cabeza y se mantuvo quieta mientras el hada la observaba y daba una vuelta a su alrededor.

—Imaginaba que serías diferente —dijo finalmente.

—Eso no ha sonado como un cumplido. —Alice se cruzó de brazos y puso una expresión dolida.

—No lo era, querida Alice —sonrió el hada.

Hizo un puchero, pero ahora que sentía que estaba a salvo con el hada, decidió pararse a preguntar.

—¿Qué hago aquí? —preguntó seriamente.

El hada comenzó a andar por el claro, estirando los brazos por encima de su cabeza e ignorándola por completo.

—Oye, ignorar a alguien no es muy educado.

—Tampoco lo es no acordarte de mi nombre, Alice —el hada hizo una reverencia, y siguió caminando.

Pensó un poco, pero no se acordaba de haber conocido a ningún hada, y no pensaba que eso fuera fácil de olvidar.

Antes de poder responderle, una pata pequeña y congelada tocó sus pies, y cuando Alice fue a mirar qué era, se encontró con su amigo la chinchilla mirándola fijamente. Se agachó, contenta de ver que estaba bien, y lo cogió en brazos.

—Hola, Joke, ¿qué tal? —preguntó el hada, ganando un saludo de la chinchilla.

—¿Os conocéis?

—¿Es acaso extraño? —respondió el desconocido con una sonrisa.

—Todo esto es extraño —susurró ella.

—Pues querida Alice, agárrate porque esto solo acaba de empezar.

Entonces, Alice sintió que el suelo dejaba de sujetarla y estaba cayendo.

Preludio de AsesWhere stories live. Discover now